CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS
XX Jornada Mundial de la Juventud (Colonia 2005)
Deseo anunciar oficialmente que la próxima Jornada Mundial de la Juventud se celebrará en el año 2005 en Colonia, Alemania.
En la imponente catedral de Colonia se venera la memoria de los Magos, los sabios que llegaron de Oriente siguiendo la estrella que los condujo a Cristo. Como peregrinos, vuestro camino hacia Colonia comienza hoy. Cristo os espera allí para la celebración de la XX Jornada Mundial de la Juventud.
Os acompañe la Virgen María, Madre nuestra en la peregrinación de la fe. (Toronto, 28 de julio de 2002).
De esta manera, al finalizar la gran Misa en el Downsview Park, Juan Pablo II invitó a los jóvenes al próximo Encuentro Mundial, previsto en Colonia del 16 al 21 de agosto de 2005.
Después, en su Mensaje para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, que se celebró a nivel diocesano el Domingo de Ramos de 2003, el Papa también ha anunciado los temas de las Jornadas Mundiales 2004 y 2005, indicando así el itinerario de preparación a seguir en los próximos dos años:
- 2004, XIX Jornada Mundial de la Juventud: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21);
- 2005, XX Jornada Mundial de la Juventud: «Hemos venido a adorarle» (Mt 2,2).
Así los jóvenes, respondiendo a la exhortación del Santo Padre, se han puesto ya en camino en esta nueva etapa de su peregrinación. También la Cruz de la JMJ, que los jóvenes canadienses entregaron el pasado Domingo de Ramos a los jóvenes alemanes, inició ya su largo viaje que la llevará primero a numerosos países europeos y después a las diferentes diócesis de Alemania; la acompaña el icono de la Santísima Virgen María, Salus Populi Romani, que estuvo presente en Tor Vergata en Roma en el mes de agosto de 2000, y que Juan Pablo II quiso entregar a los jóvenes: “A la delegación que ha venido de Alemania le entrego hoy también el icono de María. De ahora en adelante, juntamente con la Cruz, este icono acompañará las Jornadas Mundiales de la Juventud. Será signo de la presencia materna de María junto a los jóvenes, llamados, como el apóstol san Juan, a acogerla en su vida.” (Angelus, XVIII Jornada Mundial de la Juventud, 13 de abril de 2003).
Contemporáneamente, se ha puesto también en marcha el complejo aparato logístico: el Consejo Pontificio para los Laicos, al que el Santo Padre desde un principio ha confiado la promoción y organización de las Jornadas Mundiales de la Juventud, ha tenido en Roma un Congreso internacional sobre el tema: “De Toronto a Colonia”. Además se ha constituido el Comité alemán para la JMJ 2005, con sede en Colonia, que se ha entregado ya de lleno a la vasta tarea de la programación del evento. Después de un concurso nacional y de la aprobación por parte del Consejo Pontificio para los Laicos, está ya disponible el logo oficial de la JMJ 2005.
En los próximos meses se podrá encontrar más información sobre esta página web y sobre la página web del Comité alemán: http://www.wyd2005.org/
"Hemos venido a adorarle" (Mt 2,2)
Queridísimos jóvenes:
1. Este año hemos celebrado la XIX Jornada Mundial de la Juventud meditando sobre el deseo expresado por algunos griegos que con motivo de la Pascua llegaron a Jerusalén: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). Y ahora nos encontramos en camino hacia Colonia, donde en agosto de 2005 tendrá lugar la XX Jornada Mundial de la Juventud.
"Hemos venido a adorarle" (Mt 2,2): este es el tema del próximo encuentro mundial juvenil. Es un tema que permite a los jóvenes de cada continente recorrer idealmente el itinerario de los Reyes Magos, cuyas reliquias se veneran según una pía tradición precisamente en aquella ciudad, y encontrar, como ellos, al Mesías de todas las naciones.
En verdad, la luz de Cristo ya iluminaba la inteligencia y el corazón de los Reyes Magos. "Se pusieron en camino" (Mt 2,9), cuenta el evangelista, lanzándose con coraje por caminos desconocidos y emprendiendo un largo viaje nada fácil. No dudaron en dejar todo para seguir la estrella que habían visto salir en el Oriente (cfr. Mt 2,2). Imitando a los Reyes Magos, también vosotros, queridos jóvenes, os disponéis a emprender un "viaje" desde todas las partes del globo hacia Colonia. Es importante que os preocupéis no sólo de la organización práctica de la Jornada Mundial de la Juventud, sino que cuidéis en primer lugar la preparación espiritual en una atmósfera de fe y de escucha de la Palabra de Dios.
2. "Y la estrella ... iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño" (Mt 2,9). Los Reyes Magos llegaron a Belén porque se dejaron guiar dócilmente por la estrella. Más aún, "al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría" (Mt 2,10). Es importante, queridos amigos, aprender a escrutar los signos con los que Dios nos llama y nos guía. Cuando se es consciente de ser guiado por Él, el corazón experimenta una auténtica y profunda alegría acompañada de un vivo deseo de encontrarlo y de un esfuerzo perseverante de seguirlo dócilmente.
"Entraron en la casa, vieron al niño con María su madre" (Mt 2,11). Nada de extraordinario a simple vista. Sin embargo, aquel Niño es diferente a los demás: es el Hijo primogénito de Dios que se despojó de su gloria (cfr. Fil 2,7) y vino a la tierra para morir en la Cruz. Descendió entre nosotros y se hizo pobre para revelarnos la gloria divina que contemplaremos plenamente en el Cielo, nuestra patria celestial.
¿Quién podría haber inventado un signo de amor más grande? Permanecemos extasiados ante el misterio de un Dios que se humilla para asumir nuestra condición humana hasta inmolarse por nosotros en la cruz (cfr. Fil 2,6-8). En su pobreza, vino para ofrecer la salvación a los pecadores. Aquel que - como nos recuerda san Pablo - "siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza" (2Cor 8,9). ¿Cómo no dar gracias a Dios por tanta bondad condescendiente?
3. Los Reyes Magos encontraron a Jesús en "Bêt-lehem", que significa "casa del pan". En la humilde cueva de Belén yace, sobre un poco de paja, el "grano de trigo" que muriendo dará "mucho fruto" (cfr. Jn 12,24). Para hablar de sí mismo y de su misión salvífica, Jesús, en el curso de su vida pública, recurrirá a la imagen del pan. Dirá: "Yo soy el pan de vida", "Yo soy el pan que bajó del cielo", "El pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo" (Jn 6,35.41.51).
Recorriendo con fe el itinerario del Redentor desde la pobreza del Pesebre hasta el abandono de la Cruz, comprendemos mejor el misterio de su amor que redime a la humanidad. El Niño, colocado suavemente en el pesebre por María, es el Hombre-Dios que veremos clavado en la Cruz. El mismo Redentor está presente en el sacramento de la Eucaristía. En el establo de Belén se dejó adorar, bajo la pobre apariencia de un neonato, por María, José y los pastores; en la Hostia consagrada lo adoramos sacramentalmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad, y Él se ofrece a nosotros como alimento de vida eterna. La santa Misa se convierte ahora en un verdadero encuentro de amor con Aquel que se nos ha dado enteramente. No dudéis, queridos jóvenes, en responderle cuando os invita "al banquete de bodas del Cordero" (cfr. Ap 19,9). Escuchadlo, preparaos adecuadamente y acercaos al Sacramento del Altar, especialmente en este Año de la Eucaristía (octubre 2004-2005) que he querido declarar para toda la Iglesia.
4. "Y postrándose le adoraron" (Mt 2,11). Si en el Niño que María estrecha entre sus brazos los Reyes Magos reconocen y adoran al esperado de las gentes anunciado por los profetas, nosotros podemos adorarlo hoy en la Eucaristía y reconocerlo como nuestro Creador, único Señor y Salvador.
"Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt 2,11). Los dones que los Reyes Magos ofrecen al Mesías simbolizan la verdadera adoración. Por medio del oro subrayan la divinidad real; con el incienso lo reconocen como sacerdote de la nueva Alianza; al ofrecerle la mirra celebran al profeta que derramará la propia sangre para reconciliar la humanidad con el Padre.
Queridos jóvenes, ofreced también vosotros al Señor el oro de vuestra existencia, o sea la libertad de seguirlo por amor respondiendo fielmente a su llamada; elevad hacia Él el incienso de vuestra oración ardiente, para alabanza de su gloria; ofrecedle la mirra, es decir el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero Hombre, que nos ha amado hasta morir como un malhechor en el Gólgota.
5. ¡Sed adoradores del único y verdadero Dios, reconociéndole el primer puesto en vuestra existencia! La idolatría es una tentación constante del hombre. Desgraciadamente hay gente que busca la solución de los problemas en prácticas religiosas incompatibles con la fe cristiana. Es fuerte el impulso de creer en los falsos mitos del éxito y del poder; es peligroso abrazar conceptos evanescentes de lo sagrado que presentan a Dios bajo la forma de energía cósmica, o de otras maneras no concordes con la doctrina católica.
¡Jóvenes, no creáis en falaces ilusiones y modas efímeras que no pocas veces dejan un trágico vacío espiritual! Rechazad las seducciones del dinero, del consumismo y de la violencia solapada que a veces ejercen los medios de comunicación.
La adoración del Dios verdadero constituye un auténtico acto de resistencia contra toda forma de idolatría. Adorad a Cristo: Él es la Roca sobre la que construir vuestro futuro y un mundo más justo y solidario. Jesús es el Príncipe de la paz, la fuente del perdón y de la reconciliación, que puede hacer hermanos a todos los miembros de la familia humana.
6. "Se retiraron a su país por otro camino" (Mt 2,12). El Evangelio precisa que, después de haber encontrado a Cristo, los Reyes Magos regresaron a su país "por otro camino". Tal cambio de ruta puede simbolizar la conversión a la que están llamados los que encuentran a Jesús para convertirse en los verdaderos adoradores que Él desea (cfr. Jn 4,23-24). Esto conlleva la imitación de su modo de actuar transformándose, como escribe el apóstol Pablo, en una "hostia viva, santa, grata a Dios". Añade después el apóstol de no conformarse a la mentalidad de este siglo, sino de transformarse por la renovación de la mente, "para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta" (cfr. Rom 12,1-2).
Escuchar a Cristo y adorarlo lleva a hacer elecciones valerosas, a tomar decisiones a veces heroicas. Jesús es exigente porque quiere nuestra auténtica felicidad. Llama a algunos a dejar todo para que le sigan en la vida sacerdotal o consagrada. Quien advierte esta invitación no tenga miedo de responderle "sí" y le siga generosamente. Pero más allá de las vocaciones de especial consagración, está la vocación propia de todo bautizado: también es esta una vocación a aquel "alto grado" de la vida cristiana ordinaria que se expresa en la santidad (cfr. Novo millennio ineunte, 31). Cuando se encuentra a Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno es empujado a comunicar a los demás la propia experiencia.
Son tantos nuestros compañeros que todavía no conocen el amor de Dios, o buscan llenarse el corazón con sucedáneos insignificantes. Por lo tanto, es urgente ser testigos del amor contemplado en Cristo. La invitación a participar en la Jornada Mundial de la Juventud es también para vosotros, queridos amigos que no estáis bautizados o que no os identificáis con la Iglesia. ¿No será que también vosotros tenéis sed del Absoluto y estáis en la búsqueda de "algo" que dé significado a vuestra existencia? Dirigíos a Cristo y no seréis defraudados.
7. Queridos jóvenes, la Iglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad. En este camino de heroísmo evangélico nos han precedido tantos, y es a su intercesión a la que os exhorto recurrir a menudo. Al encontraros en Colonia, aprenderéis a conocer mejor a algunos de ellos, como a san Bonifacio, el apóstol de Alemania, a los Santos de Colonia, en particular a Úrsula, Alberto Magno, Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) y al beato Adolfo Kolping. Entre éstos quisiera citar en modo particular a san Alberto y a santa Teresa Benedicta de la Cruz que, con la misma actitud interior de los Reyes Magos, buscaron la verdad apasionadamente. No dudaron en poner sus capacidades intelectuales al servicio de la fe, testimoniando así que la fe y la razón están ligadas y se atraen recíprocamente.
Queridísimos jóvenes encaminados idealmente hacia Colonia, el Papa os acompaña con su oración. Que María, "mujer eucarística" y Madre de la Sabiduría, os ayude en vuestro caminar, ilumine vuestras decisiones y os enseñe a amar lo que es verdadero, bueno y bello. Que Ella os conduzca a su Hijo, el único que puede satisfacer las esperanzas más íntimas de la inteligencia y del corazón del hombre.
¡Con mi bendición!
Desde Castel Gandolfo, 6 de agosto de 2004
CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DE APERTURA DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
HOMILÍA DEL CARD. JOACHIM MEISNER, ARZOBISPO DE COLONIA
Estadio de Colonia
Queridas hermanas; queridos hermanos: 1. Os doy una cordial bienvenida a la archidiócesis de Colonia. Nos alegra vuestra presencia. Estamos celebrando la primera Jornada mundial de la juventud con dos Pontífices; con el Papa Juan Pablo II desde el cielo, y con nuestro Papa Benedicto XVI aquí en la tierra. Será una magnífica fiesta de la fe. Tres semanas antes de su muerte, el Santo Padre me llamó al Policlínico Gemelli y me preguntó: "¿Todavía me esperan en Colonia?". Le contesté: "Santo Padre, esperamos de manera inquebrantable". Y ahora, desde aquí clamamos al cielo: "Santo Padre Juan Pablo II, te esperamos". Y dirigiéndonos a Roma, decimos: "Santo Padre Benedicto XVI, te esperamos". Teniendo entre nosotros al Pedro de ayer, Juan Pablo II, y al Pedro de hoy, Benedicto XVI, seremos confirmados en nuestro camino de fe, porque el Señor dijo a Pedro: "Confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32). Los jóvenes están más cerca que los mayores del comienzo de su vida. Por eso, el origen de su vida, que han recibido de la mano de Dios, repercute mucho más fuertemente que en los mayores cuando se trata de buscar la vida auténtica y verdadera. Quien, en esta búsqueda, da a los jóvenes algo que no sea Dios, nunca les da lo suficiente. Este anhelo de encontrar una vida positiva os ha hecho emprender el camino hacia Colonia, donde queremos seguir el ejemplo de los primeros buscadores de Dios, los tres Reyes Magos. Lo que el evangelista san Mateo escribió sobre ellos, el Papa Juan Pablo II, hace dos años, lo escogió como lema de la Jornada mundial de la juventud: "Hemos venido a adorarlo" (Mt 2, 2). 2. Cada uno de nosotros tiene sólo una vida. Y en esta vida no se tiene un período de prueba, sin responsabilidad. Así pues, no existe ni vida ni amor ni fe ni muerte en calidad de prueba. Aquí siempre se tratará de algo serio. Aquí siempre tendremos que asumir plenamente nuestra responsabilidad. En realidad no tengo que repetíroslo, ya que todos lo sabéis de manera intuitiva, habiendo salido de la mano creadora de Dios. Esto os une con todos los jóvenes del mundo. En estos días no os sentiréis como extranjeros, sino como familiares y compañeros de viaje: familiares, porque todos tenemos el mismo origen, la mano de Dios; y compañeros de viaje, porque anhelamos una vida llena de sentido que valga la pena vivir, una vida con Dios; este anhelo nos ha hecho recorrer el mismo camino. Adorar significa ponerse con los tres Reyes Magos a la altura de los ojos de Dios, arrodillarse ante Dios, ante el Niño en el pesebre. Dios se ha hecho tan pequeño que cabe en todos nuestros caminos, en nuestro destino personal de vida. Pero no seríamos capaces de verlo ahí si anduviéramos por la vida con la cabeza demasiado levantada, sin ver las pequeñeces cotidianas. En el lavatorio de los pies, Dios se rebaja a la altura de los pies de sus discípulos. Dios está abajo.Adorar a Dios de rodillas no empequeñece al hombre; al contrario, lo engrandece, pues lo eleva a la altura de los ojos de Dios. 3. Todos albergamos el mismo anhelo de alcanzar lo bueno, lo puro, lo grandioso y lo bello. ¿Por qué? Porque somos imagen de Dios, que es el mayor bien y la máxima pureza en persona. Por eso, es imposible que alguien quiera ser malo, impuro y feo. Todos tenemos hambre de amor. En cierta ocasión le pregunté a un no creyente: "¿Deseas que nadie te ame?", y me respondió: "Eso sería el infierno". ¿Cómo sabía esto, si nunca había recibido instrucción en los temas de la fe? Todos los hombres provienen de la mano de Dios y por eso llevan dentro de sí un conocimiento intuitivo sobre Dios y sobre su semejanza con Dios. Además, Dios nunca abandona a ninguno de los hombres, aunque estos declaren que están alejados de él; el hombre siempre quedará abierto ante el origen y la meta de su vida. San Agustín lo sabía muy bien hace mil seiscientos años, y lo resumió en su famosa frase: "Inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti". 4. La misma fuerza de atracción interior de Dios que, hace dos mil años, impulsó a los tres Reyes Magos a ponerse en camino para encontrar a Cristo, os ha traído a vosotros hoy aquí a Colonia para buscar y encontrar a Jesús. Él os garantiza un gran futuro, una vida plena. No existe alternativa con respecto a Jesucristo. Cuando algunos de sus discípulos se sintieron molestos por las palabras de Jesús, dejaron de seguirlo. Luego Jesús preguntó a los que se quedaron con él: "¿También vosotros queréis marcharos?". Y fue Simón Pedro quien dio la respuesta que resume la primera y más breve profesión de fe de toda la sagrada Escritura: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Esta profesión de fe de san Pedro también es la nuestra: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". El Señor nos dice: "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae" (Jn 6, 44). A vosotros, queridos hermanos y hermanas, el Padre os ha atraído. Y este es el motivo principal por el que estáis aquí en Colonia. Es el resultado de una acción divina, de una gracia. Y os aseguro que por medio de vosotros él seguirá atrayendo a otros muchos; seréis una bendición para vuestro ambiente, para vuestra patria, para el mundo, porque con vuestro compromiso continuaréis acercando a los hombres a Dios. Sólo así este mundo seguirá siendo habitable para los hombres, que son hijos de Dios. Queridos jóvenes peregrinos de todo el mundo, vosotros sois el futuro de la Iglesia y el futuro del mundo, porque sois hijos de Dios, hermanos y hermanas de Cristo y templos vivos del Espíritu Santo. El mundo no vive sólo de las cifras de producción, de frigoríficos, armamentos y otras cosas parecidas, sino que vive principalmente de su relación con el Dios vivo, que es la fuente de su vida. La XX Jornada mundial de la juventud en Colonia no es un acontecimiento exclusivo de los católicos; debe afectar al mundo entero. Jesucristo no es un administrador de cristianos; es Señor del mundo. Y en estos días no sólo buscamos a Jesucristo para bien nuestro, sino, en especial, para el bien de nuestros demás hermanos, con los que queremos compartir también la dicha de la fe en Jesucristo. Amén.
VIAJE APOSTÓLICO A COLONIA CON MOTIVO DE LA XX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Colonia - Explanada de Marienfeld
Palabras del Papa Benedicto XVI al inicio de la solemne concelebración
Querido cardenal Meisner; queridos jóvenes: Quisiera agradecerte cordialmente, querido hermano en el episcopado, tus conmovedoras palabras, que nos introducen tan oportunamente en esta celebración litúrgica. Habría querido recorrer en el coche descubierto toda la explanada, a lo largo y a lo ancho, para estar lo más cerca posible de cada uno. El mal estado de los pasillos no lo ha permitido. Pero os saludo a cada uno de todo corazón. El Señor ve y ama a cada persona. Todos juntos formamos la Iglesia viva y damos gracias al Señor por esta hora en la que nos dona el misterio de su presencia y la posibilidad de estar en comunión con él. Todos sabemos que somos imperfectos, que no podemos ser para él una casa adecuada. Por eso comenzamos la santa misa recogiéndonos y rogando al Señor que elimine en nosotros todo lo que nos separa de él y lo que nos separa unos de otros, y así nos conceda celebrar dignamente los santos misterios.
* * * * * *
Queridos jóvenes: Ante la sagrada Hostia, en la cual Jesús se ha hecho pan para nosotros, que interiormente sostiene y nutre nuestra vida (cf. Jn 6, 35), comenzamos ayer por la tarde el camino interior de la adoración. En la Eucaristía la adoración debe llegar a ser unión. Con la celebración eucarística nos encontramos en aquella "hora" de Jesús, de la cual habla el evangelio de san Juan. Mediante la Eucaristía, esta "hora" suya se convierte en nuestra hora, su presencia en medio de nosotros. Junto con los discípulos, él celebró la cena pascual de Israel, el memorial de la acción liberadora de Dios que había guiado a Israel de la esclavitud a la libertad. Jesús sigue los ritos de Israel. Pronuncia sobre el pan la oración de alabanza y bendición. Sin embargo, sucede algo nuevo. Da gracias a Dios non solamente por las grandes obras del pasado; le da gracias por la propia exaltación que se realizará mediante la cruz y la Resurrección, dirigiéndose a los discípulos también con palabras que contienen el compendio de la Ley y de los Profetas: "Esto es mi Cuerpo entregado en sacrificio por vosotros. Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi Sangre". Y así distribuye el pan y el cáliz, y, al mismo tiempo, les encarga la tarea de volver a decir y hacer siempre en su memoria aquello que estaba diciendo y haciendo en aquel momento. ¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre? Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal ―la crucifixión―, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo, un cambio, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo: la violencia se transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida. Dado que este acto convierte la muerte en amor, la muerte como tal está ya, desde su interior, superada; en ella está ya presente la resurrección. La muerte ha sido, por así decir, profundamente herida, tanto que, de ahora en adelante, no puede ser la última palabra. Esta es, por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión nuclear llevada en lo más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Todos los demás cambios son superficiales y no salvan. Por esto hablamos de redención: lo que desde lo más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos entrar en este dinamismo. Jesús puede distribuir su Cuerpo, porque se entrega realmente a sí mismo. Esta primera transformación fundamental de la violencia en amor, de la muerte en vida lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consanguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración, como hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso que la última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra "adoración" en griego y en latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos, verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aun cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra sólo será posible en el segundo paso que nos presenta la última Cena. La palabra latina para adoración es ad-oratio, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser. Volvamos de nuevo a la última Cena. La novedad que allí se verificó, estaba en la nueva profundidad de la antigua oración de bendición de Israel, que ahora se hacía palabra de transformación y nos concedía el poder participar en la "hora" de Cristo. Jesús no nos ha encargado la tarea de repetir la Cena pascual que, por otra parte, en cuanto aniversario, no es repetible a voluntad. Nos ha dado la tarea de entrar en su "hora". Entramos en ella mediante la palabra del poder sagrado de la consagración, una transformación que se realiza mediante la oración de alabanza, que nos sitúa en continuidad con Israel y con toda la historia de la salvación, y al mismo tiempo nos concede la novedad hacia la cual aquella oración tendía por su íntima naturaleza. Esta oración, llamada por la Iglesia "plegaria eucarística", hace presente la Eucaristía. Es palabra de poder, que transforma los dones de la tierra de modo totalmente nuevo en la donación de Dios mismo y que nos compromete en este proceso de transformación. Por eso llamamos a este acontecimiento Eucaristía, que es la traducción de la palabra hebrea beracha, agradecimiento, alabanza, bendición, y asimismo transformación a partir del Señor: presencia de su "hora". La hora de Jesús es la hora en la cual vence el amor. En otras palabras: es Dios quien ha vencido, porque él es Amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nuestra hora y lo será, si nosotros, mediante la celebración de la Eucaristía, nos dejamos arrastrar por aquel proceso de transformaciones que el Señor pretende. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida. No se trata de positivismo o ansia de poder, cuando la Iglesia nos dice que la Eucaristía es parte del domingo. En la mañana de Pascua, primero las mujeres y luego los discípulos tuvieron la gracia de ver al Señor. Desde entonces supieron que el primer día de la semana, el domingo, sería el día de él, de Cristo. El día del inicio de la creación sería el día de la renovación de la creación. Creación y redención caminan juntas. Por esto es tan importante el domingo. Está bien que hoy, en muchas culturas, el domingo sea un día libre o, juntamente con el sábado, constituya el denominado "fin de semana" libre. Pero este tiempo libre permanece vacío si en él no está Dios. Queridos amigos, a veces, en principio, puede resultar incómodo tener que programar en el domingo también la misa. Pero si tomáis este compromiso, constataréis más tarde que es exactamente esto lo que da sentido al tiempo libre. No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de esa emane la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena!Descubramos la íntima riqueza de la liturgia de la Iglesia y su verdadera grandeza: no somos nosotros los que hacemos fiesta para nosotros, sino que es, en cambio, el mismo Dios viviente el que prepara una fiesta para nosotros. Con el amor a la Eucaristía redescubriréis también el sacramento de la Reconciliación, en el cual la bondad misericordiosa de Dios permite siempre iniciar de nuevo nuestra vida. Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡No es posible que la vida sea así! Verdaderamente no. Y de este modo, junto al olvido de Dios existe como un "boom" de lo religioso. No quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto. Puede darse también la alegría sincera del descubrimiento. Pero, a menudo la religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que agrada, y algunos saben también sacarle provecho. Pero la religión buscada a la "medida de cada uno" a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte. Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que nos indica el camino: Jesucristo. Tratemos nosotros mismos de conocerlo cada vez mejor para poder guiar también, de modo convincente, a los demás hacia él. Por esto es tan importante el amor a la sagrada Escritura y, en consecuencia, conocer la fe de la Iglesia que nos muestra el sentido de la Escritura. Es el Espíritu Santo el que guía a la Iglesia en su fe creciente y la ha hecho y hace penetrar cada vez más en las profundidades de la verdad (cf. Jn 16, 13). El Papa Juan Pablo II nos ha dejado una obra maravillosa, en la cual la fe secular se explica sintéticamente: el Catecismo de la Iglesia católica. Yo mismo, recientemente, he presentado el Compendio de ese Catecismo, que ha sido elaborado a petición del difunto Papa. Son dos libros fundamentales que querría recomendaros a todos vosotros. Obviamente, los libros por sí solos no bastan. Construid comunidades basadas en la fe. En los últimos decenios han nacido movimientos y comunidades en los cuales la fuerza del Evangelio se deja sentir con vivacidad. Buscad la comunión en la fe como compañeros de camino que juntos continúan el itinerario de la gran peregrinación que primero nos señalaron los Magos de Oriente. La espontaneidad de las nuevas comunidades es importante, pero es asimismo importante conservar la comunión con el Papa y con los obispos. Son ellos los que garantizan que no se están buscando senderos particulares, sino que a su vez se está viviendo en aquella gran familia de Dios que el Señor ha fundado con los doce Apóstoles. Una vez más, debo volver a la Eucaristía. "Porque aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan", dice san Pablo (1 Co 10, 17). Con esto quiere decir: puesto que recibimos al mismo Señor y él nos acoge y nos atrae hacia sí, seamos también una sola cosa entre nosotros. Esto debe manifestarse en la vida. Debe mostrarse en la capacidad de perdón. Debe manifestarse en la sensibilidad hacia las necesidades de los demás. Debe manifestarse en la disponibilidad para compartir. Debe manifestarse en el compromiso con el prójimo, tanto con el cercano como con el externamente lejano, que, sin embargo, nos atañe siempre de cerca. Existen hoy formas de voluntariado, modelos de servicio mutuo, de los cuales justamente nuestra sociedad tiene necesidad urgente. No debemos, por ejemplo, abandonar a los ancianos en su soledad, no debemos pasar de largo ante los que sufren. Si pensamos y vivimos en virtud de la comunión con Cristo, entonces se nos abren los ojos. Entonces no nos adaptaremos más a seguir viviendo preocupados solamente por nosotros mismos, sino que veremos dónde y cómo somos necesarios. Viviendo y actuando así nos daremos cuenta bien pronto que es mucho más bello ser útiles y estar a disposición de los demás que preocuparse sólo de las comodidades que se nos ofrecen. Yo sé que vosotros como jóvenes aspiráis a cosas grandes, que queréis comprometeros por un mundo mejor. Demostrádselo a los hombres, demostrádselo al mundo, que espera exactamente este testimonio de los discípulos de Jesucristo y que, sobre todo mediante vuestro amor, podrá descubrir la estrella que como creyentes seguimos. ¡Caminemos con Cristo y vivamos nuestra vida como verdaderos adoradores de Dios! Amén.
VIAJE APOSTÓLICO A COLONIA CON MOTIVO DE LA XX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Colonia - Explanada de Marienfeld
Domingo 21 de agosto de 2005
Queridos amigos: Hemos llegado al final de esta maravillosa celebración, y también de la XX Jornada mundial de la juventud. Siento resonar con fuerza en mi corazón una palabra: "¡gracias!". Estoy seguro ―y lo siento― de que esta palabra encuentra un eco unánime en cada uno de vosotros. Dios mismo la ha grabado en nuestros corazones y la ha rubricado con esta Eucaristía, que significa precisamente "agradecimiento". Sí, queridos jóvenes, la palabra de agradecimiento, que nace de la fe, se expresa en el canto de alabanza a él, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos ha dado una prueba más de su inmenso amor. Nuestro agradecimiento, que se eleva ante todo a Dios por el don de este encuentro inolvidable ―sólo él podía dárnoslo tal como ha sucedido―, se extiende a todos los que han preparado su organización y desarrollo. La Jornada mundial de la juventud ha sido un don, pero, tal como se ha desarrollado, ha sido también fruto de un gran trabajo. Por eso renuevo en particular mi vivo agradecimiento al Consejo pontificio para los laicos, presidido por el arzobispo Stanislaw Rylko, con la ayuda eficaz del secretario del dicasterio, monseñor Josef Clemens, que durante muchos años fue mi secretario, y a los hermanos del Episcopado alemán, en primer lugar naturalmente al arzobispo de Colonia, cardenal Joachim Meisner. Doy las gracias a las autoridades políticas y administrativas, que han dado una gran contribución, han ayudado generosamente y han hecho posible el desarrollo sereno de todas las manifestaciones de estos días; doy gracias también a tantos voluntarios provenientes de todas las diócesis alemanas y de todas las naciones. Expreso un agradecimiento cordial también a los numerosos monasterios de vida contemplativa, que han acompañado con su oración la Jornada mundial de la juventud. En este momento en que la presencia viva entre nosotros de Cristo resucitado alimenta la fe y la esperanza, tengo la dicha de anunciar que el próximo Encuentro mundial de la juventud tendrá lugar en Sydney, Australia, el año 2008. Encomendemos a la guía materna y solícita de la santísima Virgen María el camino futuro de los jóvenes del mundo entero.
Después del rezo del Ángelus
Saludo con afecto a los jóvenes de lengua francesa. Queridos amigos, agradezco vuestra participación y os deseo que volváis a vuestros países llevando en vosotros, como los Magos, la alegría de haber encontrado a Cristo, el Hijo del Dios vivo. A los jóvenes de lengua inglesa provenientes de diversas partes del mundo, dirijo un cordial saludo, al final de estas inolvidables jornadas. Que la luz de Cristo, que habéis seguido para venir a Colonia, resplandezca ahora más límpida e intensa en vuestra vida. Queridos jóvenes de lengua española. Habéis venido para adorar a Cristo. Ahora que lo habéis encontrado, continuad adorándolo en vuestro corazón, siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza (cf. 1 P 3, 15). ¡Feliz regreso a vuestros países! Queridos amigos de lengua italiana. Llega ya al final la XX Jornada mundial de la juventud, pero esta celebración eucarística continúa en la vida: llevad a todos la alegría de Cristo que aquí habéis encontrado. Un abrazo afectuoso a todos vosotros, jóvenes polacos. Como os diría el gran Papa Juan Pablo II, mantened viva la llama de la fe en vuestra vida y en la de vuestro pueblo. Que María, Madre de Cristo, guíe siempre vuestros pasos. Saludo con afecto a los jóvenes de lengua portuguesa. Queridos jóvenes, os deseo que viváis siempre en amistad con Jesús, para experimentar la verdadera alegría y comunicarla a todos, especialmente a vuestros coetáneos que se encuentran en dificultad. Queridos amigos de lengua filipina y todos vosotros, jóvenes de Asia, como los Magos habéis venido de Oriente para adorar a Cristo. Ahora que lo habéis encontrado, volved a vuestros países llevando en el corazón la luz de su amor. Un cordial saludo también a vosotros jóvenes africanos. Llevad a vuestro grande y amado continente la esperanza que Cristo os ha dado. Sed, por todas partes, sembradores de paz y de fraternidad. Queridos amigos que habláis mi lengua, os agradezco de corazón el afecto que me habéis demostrado en estos días. Acompañadme de cerca con vuestra oración. Caminad unidos. Sed siempre fieles a Cristo y a la Iglesia. Que la paz y la alegría de Cristo estén siempre con vosotros.
CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS
Jornada Mundial de la Juventud: De Toronto a Colonia
Del 10 al 13 de abril de 2003 se ha realizado en Roma un congreso internacional sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud, organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos y con la participación de más de 200 responsables de la pastoral juvenil, provenientes de alrededor de 70 países y de 45 Movimientos, Asociaciones y Comunidades internacionales.
El objetivo del congreso era recoger las experiencias y consideraciones de los participantes sobre el Encuentro Mundial de Toronto (2002), iniciar el itinerario de la preparación espiritual y organizadora hacia el Encuentro Mundial de Colonia (2005), promover una reflexión común sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud y la prioridad de la pastoral juvenil en el mundo de hoy. En este congreso también estuvieron presentes los responsables de los Comités organizadores de Toronto y Colonia.
Los 200 delegados participaron oficialmente en el Encuentro de los jóvenes de la diócesis de Roma con el Santo Padre, que se realizó en la plaza de San Pedro en la tarde del jueves 10 de abril, y en la Misa de Ramos que el Papa celebró en la plaza de San Pedro, dedicada a la XVIII Jornada Mundial de la Juventud.
Presentamos a continuación el texto de las ponencias pronunciadas durante el encuentro según orden cronológico:
- Los jóvenes en búsqueda del rostro de Cristo en la JMJ de ColoniaJames Francis Card. Stafford, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos
- El itinerario de preparación de la JMJ 2005S.E. Mons. Stanisław Ryłko, Secretario del Consejo Pontificio para los Laicos
- El mundo de los jóvenes: ¿quiénes son? ¿Qué buscan?P. Tony Anatrella, Psicoanalista, especialista en Psiquiatría Social
- Los jóvenes ante Cristo y la IglesiaDon Giorgio Pontiggia, Rector del Instituto del Sagrado Corazón de Milán
- Una Espiritualidad en movimiento: los resultados de una investigación sobre los participantes italianos en las JMJ de Roma y TorontoDon Paolo Giulietti, Responsable del Servicio para la Pastoral Juvenil de la CEI
- La pastoral juvenil hoy: ¿cómo responder a las expectativas de la Iglesia y de los jóvenes?P. Francis Kohn, Responsable de la Sección de Jóvenes del Consejo Pontificio para los Laicos
- Reflexiones conclusivasJames Francis Card. Stafford, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos
Jornada Mundial de la Juventud: De Toronto a Colonia
Roma, 10-13 de abril 2003
Card. James Francis StaffordPresidente delConsejo Pontificio para los Laicos
Los jóvenes en búsqueda del rostro de Cristoen la JMJ de Colonia
Conferencia de apertura
Debemos estar atentos a lo que propondremos en estos días. No debemos pensar que los jóvenes que irán a Colonia en 2005 se puedan considerar de viaje como simples turistas en su enésimo tour. Hacer una peregrinación no significa poco. Animar a los jóvenes a buscar el rostro de Cristo durante una peregrinación puede ser arriesgado. ¿Por qué?
1. En primer lugar, para los jóvenes el hacer una peregrinación significa responder al deseo humano natural de ver y tocar a Dios. Buscar la gloria de Dios no es una cuestión "de poco peso": de hecho, el equivalente hebraico de la palabra "gloria" en el Antiguo Testamento significa algo "de peso" en una persona, algo que le da importancia.
En el prólogo de Los cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer ensalza el retorno de la primavera en Inglaterra en una maravillosa y compleja descripción de 18 versos, que paragona con la necesidad del cristiano de emprender una peregrinación para obtener la curación y la reconciliación con Dios, con el incesante impulso del aparearse de los pájaros en esa estación: "y cantan melodiosamente las avecillas que duermen toda la noche con los ojos abiertos (tanto les hiere la naturaleza en el corazón)"[1]. Para Chaucer, como para los Padres de la Iglesia, todas las fuerzas de la naturaleza que se desbordan por el mundo no son otra cosa que la epifanía de la íntima búsqueda humana de una renovación espiritual.
"Cuando abril con sus dulces lluvias ha penetrado hasta la raíz la sequía de marzo, impregnando cada vena de aquel humor que tiene la virtud de dar vida a las flores, [...] la gente es ahora presa del deseo de ponerse a peregrinar"[2]. La gente va en busca de Dios para recibir nueva vida. Esta relación que Dios ha establecido entre el escalón más alto y el más bajo de la escala jerárquica del ser, permite la sublime distinción entre el hombre y los animales y, al mismo tiempo, su humilde afinidad con éstos.
En la obra de Chaucer no hay separación entre el reino de la devoción y el de la fe; en sus alegres cuentos no muestra ninguna mención de mentalidad secular y no manifiesta para nada la separación radical entre el conocimiento divino y el humano, característico de los últimos ciento cincuenta años de la cultura occidental.
En la obra de este poeta católico vemos cómo una tradición tan estratificada (la peregrinación a un santuario donde se conserva una reliquia) puede después mostrar una amplia gama de fenómenos, desde la auténtica espiritualidad del párroco hasta la más crasa superstición y avidez emprendedora. La existencia misma de esta práctica religiosa revela la naturaleza y la cualidad de la fe católica de aquellos tiempos: los cristianos nunca habrían seguido a un dios consistente en una idea abstracta, un principio teórico o un argumento especulativo. Los católicos de entonces querían ver y tocar al Dios verdadero. No era una cuestión de poco peso.
Vemos esta característica de "peso" también en los romeros, los peregrinos que en la Edad Media iban a Roma para venerar la grande reliquia de la Pasión de Cristo, la imagen de Jesús en el velo de la Verónica, custodiado en la Basílica de San Pedro. Estos peregrinos ardían del deseo de poder ver un hecho concreto, físico: esto era lo que les atraía a Roma. Tampoco el deseo del romero era una cuestión de poco peso.
La religiosidad católica siempre ha estado muy ligada a lo físico. La religiosidad y la teología medieval y patrística son una elaboración de la parte inicial de la Primera Carta de san Juan: "Lo que existía desde el principio, lo hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, - pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó - lo hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo" (1Jn 1,1-4).
La finalidad de las peregrinaciones de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) es el descubrimiento de la norma concreta de la vida humana: el Verbo eterno de Dios, que san Juan ha visto, oído y tocado. La experiencia de la JMJ radica en la verdad de la encarnación del Verbo en un auténtico ser humano. Los jóvenes peregrinos buscan la comunión con Dios en la humanidad de Cristo y por medio de ésta. Esto significa que en la fe católica la "carne" no es una cuestión de poco peso. Jesús ha padecido en la carne y ha resucitado en la carne.
Durante la peregrinación a Denver, París, Roma, Manila y Toronto, los jóvenes han descubierto este contacto físico con Cristo. En su vivir, caminar, reír, sufrir y rezar junto a los demás, se vuelve a manifestar la vida y la muerte de Jesús. La carta de san Juan habla de comunión. La peregrinación de la JMJ ofrece a los jóvenes esta comunión. En los días de viaje a Colonia, meta de su peregrinación, entrarán en contacto con los sufrimientos de otros católicos y entenderán el significado de la identidad de Cristo con sus discípulos: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
2. En segundo lugar, las peregrinaciones empujan a los jóvenes a trascender su propia moralidad personal y a volver a descubrir el ser humano pecador. Hacer una peregrinación significa ir más allá del moralismo religioso, aquella caricatura del cristianismo que se reduce a ninguna otra cosa que a un sistema de mandamientos. La peregrinación de la JMJ muestra a los jóvenes con absoluta claridad que no ha terminado aquí, a pesar de todos los errores, hipocresías y maldades de nuestra historia personal y colectiva que han sido diseminados y han dividido a los hijos de Adán. Ha sido más bien que, al final, la misericordia de Dios "ha recogido de todas partes los fragmentos, los ha fundido en el fuego de la caridad y aquello que ha estado destrozado tornó a ser una cosa"[3].
En su peregrinación a Colonia los jóvenes verán el rostro de Cristo en sus coetáneos, en sus obispos, en los sacerdotes y en el Santo Padre. Verán el rostro de Cristo en la Eucaristía, realidad culminante de la kenosis de Cristo, de su total entrega. El rostro eucarístico de Cristo enseñará a los jóvenes peregrinos que el verdadero problema de la vida no es el sufrimiento: éste también existe, pero hay aún más. Todo el problema de la vida y de su violencia encuentra un gran espacio en el ámbito de la realidad del pecado. Mirando el rostro de Cristo, los jóvenes descubrirán la naturaleza del pecado: el deicidio, la violencia mortal contra Dios.
Algunos de nosotros se han construido la imagen de un Dios que sonríe benévolo sobre aquello que nosotros llamamos nuestras pequeñas infracciones, nuestros pequeños pecados. Algunos de nosotros incluso pueden tener la sensación de que Dios haya llegado a fruncir el ceño por nuestras aberraciones. Para otros, en este mundo postmoderno, el rostro sufriente de Cristo no se ha convertido en otra cosa que en un error horrendo e insensato. Otros han racionalizado tanto sus experiencias de modo que en su concepción del "mal" entra tanto un dolor lancinante de dientes como la idea del deicidio.
En su peregrinación a Colonia los jóvenes verán los múltiples aspectos del rostro de Cristo. Permanecerán en silencio durante un rato y penetrarán con su mirada contemplativa la mirada de Cristo, y comenzarán a percibir el significado del "Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1,1). Verán que el pecado y su violencia han exigido un precio terrible, causando la muerte de cruz del Hijo de Dios. Es este el significado del rostro eucarístico de Cristo. El pecado no es sólo cuestión de infringir la ley: sin duda lo es, pero es mucho, mucho más. En primer lugar es un crimen contra el amor. El rostro eucarístico de Cristo enseña a los jóvenes que el Dios del amor responde a su manera y según su naturaleza trinitaria: con una entrega total e infinita.
Muchos jóvenes peregrinos de Colonia permanecerán extraños a Jesús de Nazaret, hombre humilde y pobre, a no ser que vosotros mismos, que sois sus responsables y sus modelos del cristianismo, primero hayáis reconocido a Jesús. Sólo a través de vuestra experiencia personal del perdón y de la misericordia de Cristo seréis capaces de darles la ayuda necesaria para ver la verdadera identidad de Jesús. "Lo que hemos visto, oído y tocado, os lo anunciamos, para que [...] nuestro gozo sea completo" (Cfr.1Jn 1,3-4). Que nuestra alegría pueda ser perfecta en Colonia.
Antes de que los discípulos puedan mostrar a otros los amados rasgos del rostro de Cristo que tienen dentro de sí, deberían pedir una gracia especial: el don de las lágrimas en la contemplación de las lágrimas de Jesús. "En los días de su vida mortal ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas" (Cfr. Heb 5,7). Algunos podrían experimentar tal dono sólo a través de lo que santa Catalina de Siena llamaba las "lágrimas de fuego"[4], derramadas sin llorar físicamente. A menudo uno puede tener esta sensación de querer llorar pero sin conseguirlo. Todo esto requiere un deseo auténtico y santo, que hace que el discípulo se consuma de amor. En comunión con san Francisco de Asís, contemplando el rostro sufriente de Jesús, el discípulo quisiera anular la propia vida en la entrega total de sí mismo llorando por la salvación de los demás, pero no es capaz de hacerlo. "Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu" (2Cor 3,18).
3. Finalmente, la peregrinación de la JMJ enseñará a los jóvenes que, a pesar de la corrupción y la astucia perversa del ser humano, pueden aún creer en una naturaleza humana única, buena y desbordante de posibilidades. El amor de Dios les revelará que la existencia del hombre es un conjunto global. Mucho puede ser perdonado a los que "mucho han amado" (Cfr. Lc 7,47).
A cada paso de su peregrinar los jóvenes serán confrontados con sus propias limitaciones y su corruptibilidad. Al mismo tiempo se encontrarán frente a la idiosincrasia y a la corrupción de los demás. Aprenderán también una lección muy importante: que la contradicción y la ambigüedad humanas, aunque sean grandes, no alcanzan a ofuscar el esplendor de lo que Dios ha creado. De él proviene la intrínseca bondad de la naturaleza humana.
Los peregrinos de la JMJ llegarán a las puertas de Colonia y deberán afrontar lo que los peregrinos de todos los tiempos han tenido que afrontar. Ahí sentirán todo el peso de la gloria de Dios, porque ahí encontrarán su misericordia. Chauser describió esta experiencia del siguiente modo: cuando los peregrinos ingleses de la Edad Media llegaron cerca de la catedral de Canterbury, donde se conservaban las reliquias de santo Tomás Becket, obispo y mártir, cesaron con sus historias. Para ellos había llegado el momento de hacer un examen de conciencia, ya que las conversaciones precedentes habían manifestado claramente sus errores y pasiones desenfrenadas. Así el párroco fue el último en tomar la palabra. El ritmo y el estilo que habían dominado la obra hasta aquel punto cambiaron radicalmente. El párroco no recitó un cuento en verso, sino un sermón en prosa sobre la naturaleza de los siete pecados capitales, porque quería preparar a los peregrinos para que se convirtieran a través del sacramento de la confesión. Así comenzó a invocar la gracia: "si os parece bien, os contaré sin pérdida de tiempo un hermoso cuento en prosa para concluir toda esta fiesta y darle un final. Que Jesús con su gracia me dé la capacidad de indicaros en este viaje el camino a aquella peregrinación perfecta y gloriosa que es la Jerusalén celeste"[5]. Esto es el culmen de toda la obra. Chaucer se ha revelado como un poeta de extraordinaria alegría sólo porque en primer lugar era un poeta de la misericordia de Dios.
Al prepararnos a guiar a los jóvenes católicos del mundo en la grande peregrinación a Colonia 2005, con el Papa Juan Pablo II, invocamos la eterna misericordia de Dios. Durante estos días en Roma rezamos por nosotros, por el perdón de nuestros pecados y por los hijos de Dios que Él nos confiará a nosotros y a otros responsables del 2005.
[1] Geoffrey Chaucer, Los cuentos de Canterbury, Prólogo.
[2] Idem.
[3] San Agustín, Interpretación de los Salmos, Vol. 31, Int. 95, n1 15.
[4] Sta. Catalina de Siena, Il Dialogo della Divina Provvidenza o Libro della Divina Dottrina. , 109 - LXXXVIII, 28 (ed. Cateriniane, Roma 1980)
[5] Geoffrey Chaucer, Los cuentos de Canterbury, Prólogo del párroco.
Jornada Mundial de la Juventud: De Toronto a Colonia
Roma, 10-13 de abril 2003
P. Tony AnatrellaPsicoanalista, Especialista en Psiquiatría Social
El mundo de los jóvenes: ¿quiénes son? ¿Qué buscan?
Introducción
Se me ha pedido trazar el perfil de los jóvenes de hoy desde un punto de vista sociológico y psicológico, subrayando cómo los jóvenes pueden ser influidos por movimientos ideológicos y cómo se ponen en contacto con la Iglesia. Esta es una tarea vasta y ambiciosa que intentaré respetar respondiendo de manera sintética.
Hablaré de los jóvenes a partir de mi experiencia psicoanalítica y psiquiátrica del mundo occidental. Hay que estar muy atentos cuando se habla de los jóvenes para no caer en la generalización: por lo tanto, en base a vuestros orígenes culturales os ruego me confirméis o complementéis cuanto diré. Aún se pueden constatar trazos comunes en la psicología y en la sociología de los jóvenes del mundo entero. El peso del modelo económico del liberalismo, de la globalización, de los cambios en la pareja y la familia, de las representaciones de la sexualidad, del impacto de la música, de la televisión, del cine y de Internet influyen y unifican considerablemente la mentalidad juvenil de casi todos los países.
Los jóvenes manifiestan una variada fragilidad aunque permanezcan abiertos, disponibles y generosos. Ya no pesan sobre ellos ideologías como en las generaciones precedentes. Aspiran a relaciones auténticas y están en búsqueda de la verdad, pero al no encontrarlas en la realidad, esperan encontrarlas en su propio interior. Tal actitud los predispone a replegarse dentro de sus propias sensaciones y del individualismo, poniendo a su disposición el vínculo social y el sentido del interés general. Aunque el contexto social no les ayuda a desarrollar una verdadera y propia dimensión espiritual, están dispuestos a comprometerse con algunas causas más grandes que las suyas.
1. ¿Quiénes son?
Los jóvenes que aquí nos interesan son aquéllos entre los 18 y 30 años, es decir, se encuentran en la edad post-adolescente y quieren hacerse psicológicamente autónomos buscando al mismo tiempo afirmar el propio yo. Para ser más precisos, cada uno de ellos necesita poder ser él mismo y renunciar a la educación recibida y a las presiones sociales. Los jóvenes en cuestión pueden estar bastante insertos en el campo del estudio o en una actividad profesional, mientras algunos pueden encontrarse en situaciones profesionales o personales bastante precarias: desocupación, inestabilidad psicológica, comportamientos disgregados y numerosos problemas de la vida. A menudo expresan el deseo de tener fe en sí mismos, quieren liberarse de las dudas respecto a la existencia y de los miedos ligados a la idea de un compromiso afectivo. A veces piden ayuda a sus padres, a pesar de experimentar una cierta incomodidad en el trato con ellos. La mayor parte de ellos sigue viviendo con sus padres[1], mientras otros, a pesar de vivir solos, aún son dependientes. A menudo tienen necesidad de ser apoyados cuando se encuentran confrontados con la realidad, para poderse aceptar, para aceptar la vida y comenzar a actuar[2] en la realidad.
Igualmente están en búsqueda de las razones para la vida sobre las que construir la existencia: la mayoría está lejos de preocupaciones religiosas y a menudo reconoce no haber sido sensibilizada ni educada en este campo. Aún les impresiona a estos jóvenes el fenómeno sectario, el terrorismo y la guerra, que les da una visión inquietante y conflictiva de la religión, en particular el Islam. La religión los atrae y al mismo tiempo los inquieta, sobre todo cuando es presentada como fuente de conflictos en el mundo, cosa que es un error de interpretación, porque los conflictos en cuestión son de origen político y económico. Debemos aprender siempre a vivir los unos con los otros. Por último, su conocimiento de la fe cristiana y de la Iglesia queda ligada a un cliché y a la reconstrucción intelectual que circulan en las representaciones sociales, en la ciencia ficción de la televisión y del cine.
En una sociedad que, por diversas razones, cultiva la duda y el cinismo, el miedo y la impotencia, la inmadurez y el infantilismo, los jóvenes tienden a asirse a modalidades de gratificaciones primarias y tienen dificultad en madurar, entendiendo por madurez la personalidad que ha completado la organización de las funciones basilares de la vida psíquica y que por lo tanto es capaz de diferenciar la propia vida interior del mundo externo. Muchos jóvenes, que aún permanecen en una psicología de fusión, tienen dificultad en realizar esta diferenciación; aquello que sienten e imaginan, a menudo es sustituido por los hechos y la realidad del mundo externo. Este fenómeno es ampliado y alimentado por la psicología mediática, que inerva hoy los ánimos y el universo virtual, creado por videojuegos y el Internet. Todo esto los predispone a vivir en lo imaginario y en un mundo virtual, sin contacto con la realidad la que no han aprendido a conocer y que los delude y deprime. Tienen un acercamiento lúdico a la vida, con la necesidad de ir de juerga, sobre todo los fines de semana, sin saber bien por qué; pero de este modo buscan ambientes totalizantes y sensaciones que les dan la impresión de que existen. Queda aún por verificar si estas experiencias crean o no relaciones verdaderas y contribuyen al enriquecimiento afectivo e intelectual de su personalidad. Finalmente, son ambivalentes porque quieren encontrar el modo tanto de entrar en la realidad como de huir de ella.
Los jóvenes de hoy son como las generaciones precedentes: capaces de ser generosos, solidarios y comprometidos con causas que los movilizan, pero tienen menos referencias sociales y sentido de pertenencia que sus predecesores. Son individualistas, quieren hacer su propia elección sin tener en cuenta el conjunto de los valores, de las ideas o de las leyes comunes. Toman sus puntos de referencia de donde sea para después experimentarlos en su modo de vivir. Tienden con facilidad al igualitarismo y a la tolerancia, embebidos de la moda y de los mensajes impuestos por los modos mediáticos, que de hecho les sirve de norma en la cual se basan. Corren el peligro de caer en el conformismo de las modas, como las esponjas que se dejan impregnar, en vez de construir su libertad partiendo de las razones para vivir y amar, hecho que explica su fragilidad afectiva y la duda sobre ellos mismos en la que se debaten.
Su vida afectiva está marcada por muchas dudas, comenzando por aquéllas sobre la identidad, el sexo, la familia. A veces experimentan una gran confusión respecto a los sentimientos y no saben distinguir entre una atracción a nivel de amistad y una tendencia homosexual. La coeducación, en la que han vivido desde la infancia, puede complicar en el momento de la post-adolescencia la relación entre hombre y mujer. Por último, el considerable aumento de los divorcios no favorece la fe en el otro ni en el futuro.
Estas personalidades son el resultado de una educación, de una escolarización, y a veces de una catequesis que no forman suficientemente la inteligencia. Han sido acostumbradas a vivir constantemente a nivel afectivo y sensorial, en detrimento de la razón en cuanto a conocimiento, memoria y reflexión. Se mantienen cerca de todo tipo de sensaciones, como las que han probado a través de la droga. En vez de decir: "Pienso, luego existo", afirman con su comportamiento: "pruebo las sensaciones, luego estoy calmado".
Cuando encuentran adultos que de verdad lo son, que están en el puesto correcto y que son en grado de transmitirles los valores de la vida, tal como lo sabe hacer el Papa Juan Pablo II, escuchan lo que se les transmite sobre la experiencia cristiana, a la espera de poder a su vez inspirarse en ella.
2. Un contexto social que favorece la dependencia psicológica
Nos encontramos en una atmósfera verdaderamente paradójica que afecta casi todas las áreas culturales: por un lado se les quiere hacer autónomos a los niños cuanto antes, ya desde la cuna y la guardería, y por el otro lado se ven adolescentes, y sobre todo post-adolescentes, que se esfuerzan por llevar a cabo las operaciones psíquicas de la separación, aunque desean hacerlo con palabras. Para liberarse de esta dificultad, buscan apoyos psicológicos, sociales y espirituales en los cuales apoyarse.
2. - 1 Una sociedad que favorece el infantilismo
La educación contemporánea produce sujetos demasiado apegados a las personas y a las cosas, por lo tanto, aunque lo niegue produce seres dependientes. Durante la infancia sus deseos y expectativas han sido de tal manera estimulados a costa de la realidad externa y de las exigencias objetivas, que terminan por creer que todo es maleable sólo en función de los propios intereses subjetivos. Después, al inicio de la adolescencia, a falta de recursos suficientes y de un puntal interior, intentan desarrollar lazos de dependencia en la relación con el grupo o la pareja. Si he inventado la expresión de "pareja- bebé"[3], lo he hecho precisamente para designar su economía afectiva, que no siempre se distingue entre sexualidad infantil y sexualidad relativa al objeto. De hecho pasan del apego a los padres al apego sentimental, quedándose siempre en la misma economía afectiva.
Preocupándose justamente de la calidad de la relación con el niño, la educación se ha centrado demasiado en el bienestar afectivo, a veces a costa de la realidad, del saber, de los códices culturales y de los valores morales, sin ayudar a los jóvenes a edificarse interiormente. Por consiguiente, tienden más a una expansión narcisista que a un verdadero y auténtico desarrollo personal, que a menudo crea personalidades ciertamente moldeables y simpáticas, pero a menudo también superficiales e incluso insignificantes, que no siempre tienen el sentido del límite y de la realidad. Pueden ser descarados, a veces demasiado familiares, confundiendo el códice personal con el social, olvidándose del sentido de la jerarquía, de la autoridad, de lo sacro y de las formas y las reglas del "cómo se debe hablar". Algunos ni han aprendido las reglas de la convivencia social, comenzando por aquéllas del código vial y terminando con los ritos de la vida familiar y social.
Los adultos que han hecho de todo para que no les faltase nada, inducen a los jóvenes a que crean que tienen que satisfacer cada uno de sus deseos, confundiéndolos con la necesidad; los deseos, en cambio, no son destinados para ser realizados, pues son únicamente fuente de inspiración. Al no haber hecho la experiencia de la falta, de la cual se elaboran los deseos, los jóvenes son indecisos e inciertos y por ello les cuesta diferenciarse y destacarse de los objetos primarios para vivir la propia vida. Crecer implica separarse psicológicamente, abandonar la infancia y la adolescencia; pero para muchos tal separación es difícil porque los espacios psíquicos entre padres e hijos se confunden.
Significativa es la experiencia de Laurent, 28 años, casado y padre de un niño:
"Me clasifican de adulto, pero no me reconozco como tal, y el mundo de los adultos no me interesa. Tengo dificultad en hacer mía esta dimensión. Para mí, los adultos son mis padres. Estoy en contradicción conmigo mismo: interiormente me veo como un niño o un adolescente, con angustias terribles, pero hacia afuera ya soy un adulto y en el trabajo me consideran como tal. En la sociedad nada nos ayuda a hacernos adultos."
También es verdad que, al magnificar la infancia y la adolescencia, la sociedad deja entender que no quiere crecer y existir como adulto, de modo que es difícil liberarse de los modos de gratificación de la infancia para acceder a satisfacciones superiores.
2. - 2 Una esperanza de vida más larga
El alargamiento de la vida deja suponer que el individuo tenga todo el tiempo para prepararse a vivir una vida comprometida. La esperanza de vida crea por lo tanto hoy más que en el pasado las condiciones objetivas para poder permanecer joven, entendiendo la juventud como el período de la indecisión, si no de la indistinción, entre uno mismo, los demás y la realidad, o aún de la indiferenciación sexual , con la ilusión de que la mayor parte de las posibilidades se quedarán siempre abiertas. Esta vaga concepción de la existencia, propia de la adolescencia, es muy preocupante cuando continúa en los post-adolescentes, tan inciertos en sus motivaciones al no tener fe en sí mismos. Algunos sufren de este estado de cosas, temiendo incluso una cierta despersonalización en el trato con los demás. Muchos postergan los plazos y viven de modo provisional, sin saber si podrán continuar con lo que han empezado en los diversos ámbitos de la existencia. Otros aún viven la época de la juventud como finalidad en sí y como un estado duradero.
En efecto, hoy hay jóvenes metidos en procesos de maduración que requieren mucho tiempo y se caracterizan por una condición de moratoria, es decir, por una suspensión de los plazos y de las obligaciones ligadas al paso hacia la vida adulta. Aquéllos, a los que no les interesa particularmente hacerse adultos[4], no viven su juventud como una fase propedéutica para el ingreso de la vida adulta, sino como un tiempo que tiene validez en sí. En el pasado, en cambio, el período de la juventud se vivía en función de la vida sucesiva y de una existencia autónoma: la juventud era, por lo tanto, una etapa preparatoria. En nuestros días, una juventud así prolongada provoca una cierta indeterminación en la elección del tipo de vida. Algunos prefieren postergar los plazos definitivos y atrasar así el ingreso en la vida adulta o la asunción de compromisos definitivos. Al no preguntarse sobre sus problemas de autonomía, no se sienten obligados a hacer elecciones fundamentales. Por otro lado, en diversos sectores de la vida se nota una fuerte tendencia a la experimentación: así los jóvenes pueden dejar la familia, pero vuelven a ella después de un fracaso o una dificultad. La diferencia principal respecto a la mayor parte de las generaciones precedentes (que hacían una elección precisa con una prioridad precisa) consiste en la propensión de vivir contemporáneamente diversos aspectos de la vida, aspectos a veces contradictorios, sin jerarquizar las propias necesidades y valores. Algunos jóvenes son hoy muy dependientes de la necesidad de hacer experiencias porque, por la falta de transmisión de valores, piensan que no se sabe nada de esta vida y que todo aún se debe descubrir e "inventar". Por eso, a menudo presentan una identidad vaga y flexible frente a la multiplicidad de las solicitudes contemporáneas, sean éstas regresivas o, por el contrario, enriquecedoras.
2. - 3 Una infancia acortada por una adolescencia más larga
¡Una de las mayores paradojas de nuestra sociedad occidental consiste en hacer crecer a los niños demasiado rápido, animándolos al mismo tiempo a permanecer adolescentes el mayor tiempo posible![5]
Se incita a los niños a tener comportamientos de adolescentes cuando aún no tienen las competencias psicológicas para asumirlos. De ese modo, desarrollan una precocidad que no es fuente de madurez, saltándose las tareas psicológicas propias de la infancia, lo que les puede perjudicar en su futura autonomía, como lo demuestra la multiplicación de los estados depresivos de muchos jóvenes.
Los mismos post-adolescentes se lamentan de una falta de puntales interiores y sociales, en particular aquéllos que, después de largos estudios, se embarcan en empresas con su diploma recién sacado y deben de repente asumir responsabilidades. En algunos jóvenes, entre los 26 y 35 años, se detecta una serie de depresiones existenciales, porque no tienen imágenes-guía de la vida adulta que les ayuden a poner su existencia en armonía con la realidad.
El tiempo de la juventud siempre se ha caracterizado por una cierta inmadurez: ciertamente esto no es ninguna novedad. En cierta época esta inmadurez era compensada por la sociedad que se ponía más de lado de los adultos, incitándolos por lo tanto a crecer y a alcanzar la realidad de la vida. Hoy, por el contrario, la sociedad no sólo ofrece menos apoyo dejando que cada uno se las arregle por sí mismo, sino que les hace incluso creer que se puede permanecer en los primeros estadios de la vida sin tener que elaborarlos ni tener que vivir demasiado pronto un cierto número de experiencias. Hay que decir a un adolescente, que asume conductas precoces, que no tiene la edad para hacerlo, situándolo así en una óptica histórica de evolución y maduración. Es de este modo que se adquiere la madurez temporal.
3. Las tareas psíquicas a desarrollar
Desde hace algunos años observamos atrasos en la formación de la personalidad juvenil. La mayor parte de los adolescentes[6] vive bastante bien el proceso de la pubertad y de la adolescencia propiamente dicha, sin tener verdaderas dificultades, salvo alguna rara excepción. Por el contrario, la situación de los post-adolescentes entre los 22 y 30 años, es a menudo más delicada, subjetivamente conflictiva y atormentada por luchas psíquicas que antes aparecían y se trataban en la adolescencia (18-22 años). A la confrontación entre la representación de sí mismo y la vida se suma ahora un conflicto interno.
3. - 1 La fe en sí mismo
La necesidad de conocerse y de tener confianza en sí mismo es una aspiración propia de esta fase de la vida. Pero bajo el peso de los interrogativos no resueltos y de los fracasos, el sentido de sí mismo se puede volver a poner en discusión. De repente el sujeto se siente más frágil porque ya no es capaz de asegurar, como en el pasado, la propia continuidad. Por ello intenta ser él mismo y se hace muy sensible a todo aquello que no es auténtico en él. El desarrollo psicológico de la post-adolescencia se efectúa esencialmente en la articulación de la vida psíquica con el ambiente circundante, que puede suscitar y reactivar angustias e inhibiciones ligadas, por ejemplo, a un sentido de impotencia que se traduce en el temor de no poder acceder a la realidad y por ello en la autoagresión o en la agresión de las figuras parentales extendidas al mundo de los adultos. Esto incluso puede favorecer una actitud anti-institucional o anti-social, pero también puede hacer surgir el problema de la capacidad de valorarse (ligada a la estima o al desprecio de sí mismo) y la necesidad de ser reconocido por los padres, sobre todo por el padre. El sujeto puede estar aún más centrado en sí mismo evitando la realidad externa, que a veces está poco o mal interiorizada: la prueba de la realidad da miedo. Pero cuando choca con los límites de lo real, arriesga de perder el propio equilibrio y de ceder a pensamientos depresivos, sin poderse identificar con objetos que despierten su interés o su amor. Uno de estos límites es el del tiempo.
La catequesis puede ayudar a los jóvenes a aprender y a amar la vida, a imagen de Cristo, que se ha encarnado en el mundo revelándonos que somos llamados por Dios a la vida y al amor.
3. - 2 La relación con el tiempo
El post-adolescente a menudo está empeñado en una tarea psíquica que le permitirá acceder a la madurez temporal, la que no obstante entre los 24 y 30 años presentará también una dificultad. A veces, en vez de conjugar su existencia asociando el pasado, presente y futuro, algunos jóvenes la viven en un hoy ilimitado, yendo de un instante al otro, de un acontecimiento al otro, de situaciones y decisiones tomadas en el último minuto hasta el momento en que se interrogan sobre la coherencia entre todas las cosas que viven, a menos que no inventen otras divisiones que no les ayudarán a hacer la síntesis en ellos mismos.
La inmadurez temporal no siempre permite proyectarse en el futuro, futuro que puede angustiar a los post-adolescentes no a causa de una incerteza social y económica, sino porque, psicológicamente hablando, no saben anticipar ni valorar los proyectos ni las consecuencias de la circunstancias y de sus acciones, porque viven únicamente en el presente. Cuando aún no han llegado a la madurez temporal, a algunos post-adolescentes les cuesta desarrollar una conciencia histórica. No saben inserir su existencia en el tiempo - o temen de hacerlo - y por ello son incapaces de tener el sentido del compromiso en muchísimos campos. Viven con mayor facilidad en la contingencia y en la intensidad de una situación particular que en la constancia y continuidad de una vida que se elabora en el tiempo. Lo cotidiano aparece como la espera de un momento excepcional, en vez de ser el espacio en el que se teje el compromiso existencial.
El aprendizaje del sentido del compromiso inicia con el desarrollo de una solidaridad y de proyectos en el ámbito de la comunidad cristiana al servicio de los demás. Tal aprendizaje del compromiso, entendido como entrada en la historia, puede ser estimulado por el descubrimiento y la reflexión en torno a la historia de la salvación en Jesucristo.3. - 3 Ocupar el propio espacio interior
A muchos jóvenes les cuesta llenar su vida psicológica y espacio interior. Incluso se pueden sentir incómodos al probar dentro de sí diversas sensaciones que no saben identificar o, por el contrario, al buscarlas fuera de las relaciones y de las actividades humanas.
Nos encontramos cada vez más ante personalidades impulsivas, muy ocupadas en hacer cosas, pero que difícilmente saben, en el mejor de los casos, cómo se debe tomar la acción y relacionarla con la reflexión. Puesto que no disponen de recursos internos y culturales, ni saben hacer funcionar la mente, se lamentan a menudo de la falta de concentración y de la dificultad de un trabajo intelectual continuo a largo plazo, demostrando así la pobreza de su interioridad y de los cambios inter-psíquicos; la reflexión los preocupa. Tienen la necesidad de educar la propia voluntad que amenaza con ser inconstante y frágil.
Ponerlos frente a interrogativos o ante algunos problemas que deben afrontar les desespera, como es el uso de la droga con la que quieren animarse, controlarse u obtener los mejor de sí mismos. Prefieren refugiarse en la acción y utilizan en modo repetitivo el pasar al acto, no para obtener un placer, sino para descargar la tensión interior, para partir de cero, para no experimentar más tensiones dentro de sí. De este modo no sólo descartan lo que sucede dentro de ellos, sino también su propia actividad interna.
En los post-adolescentes a menudo se nota la falta de objetos de identificación fiables y válidos, que les ayude a desarrollar un material psíquico con el que construir su interioridad. Aquí nos encontramos con el problema de la transmisión en el mundo contemporáneo: transmisión cultural, moral y religiosa. La carencia de interioridad favorece psicologías ansiógenas, más prontas a responder a los estados primarios de la pulsión que a empeñarse en la formación interior[7]. Pero la inmensa mayoría se busca un pretexto en la propia existencia para alimentarse intelectualmente; lo hace más a partir de lo que percibe subjetivamente que inspirándose en las grandes tradiciones religiosas o morales, de las que permanece relativamente distante.
Tienen un modo de pensar narcisista, en el que cada uno debe bastar se a sí mismo y debe reconducir todo a uno mismo, según la moda actual del "todo psicológico", la cual quiere hacer creer que es posible hacerse a uno mismo, inspirándose más en las propias emociones y sensaciones que en los principios de la razón, en una palabra inteligible como la de la fe cristiana y de los valores de la vida. La mínima dificultad existencial es etiquetada con términos psicopatológicos que debería ser tratada con la psicoterapia: es un error de la perspectiva que se infiltra en el acompañamiento psico-espiritual o en los ritos de curación. De hecho es aberrante querer afrontar los dos discursos, el psicológico y el religioso, desde el ángulo de la psicoterapia. También el tema de la "resiliencia"[8] es la nueva ilusión de las personalidades narcisistas. Por otro lado se trata de una noción confusa que busca tener en cuenta el hecho de que algunos individuos se las arreglan mejor que otros, mientras que el cristianismo, desde hace mucho tiempo, ha demostrado que la persona no se reduce a su propio determinismo. En un mundo privo de recursos morales y religiosos, la "resiliencia" será pronto superada, porque, para propagarse necesita un dinamismo interior que no se puede constituir y nutrir si no es mediante el aporte del mundo externo. El sujeto no puede organizar su propia vida interior en un cara a cara consigo mismo, sino sólo en la interacción con una dimensión objetiva.
Así la catequesis y la educación religiosa corren el riesgo de adoptar el subjetivismo imperante, sobre todo ahora que se afirma que no hay una "revelación objetiva" de la palabra de Dios, sino que ésta puede manifestarse sólo en la fe vivida subjetivamente. En este contexto, Jesús no es otro que uno de tantos "profetas" o "sabios", completamente apartado de su papel de mediador entre el Padre y los hombres, en cuanto Hijo de Dios. Influidos por una visión imanente y subjetiva de Dios, tan vecina a la de una divinidad pagana, los jóvenes se comprometen en las catequesis escolares y universitarias, en el diálogo interreligioso (confundido con una especie de ecumenismo) sin estar estructuradas en la fe cristiana; mezclan las ideas de las diferentes confesiones, como si se tratase de la misma representación de Dios. Al no haber interiorizado la inteligencia de la fe en el Dios trino, construyen un discurso religioso sobre el modelo de los mecanismos de la relación de fusión, entregándose a la tolerancia, a la confusión de los espacios, al igualitarismo para no diferenciarse, y también a un modo de expresarse de manera sensorial. Pero las diferentes ideas sobre la representación de Dios, según las diversas confesiones religiosas, no dan el mismo sentido del hombre, de la vida social y de la fe.
La mayor parte de la sociedad occidental no ha querido efectuar la transmisión hasta poner en duda los fundamentos sobre los cuales ésta se ha desarrollado. La dimensión cristiana a menudo ha sido excluida, mientras - por el contrario - contribuye en la edificación del vínculo social y en la constitución de la vida interior de los individuos. La crisis de la interioridad contemporánea comienza precisamente con carencia de iniciación para después perderse en el individualismo y subjetivismo psicológico. La psicologización ideológica de la sociedad es desestructurante porque los individuos no hacen otra cosa que contarse cosas y analizarse hasta el desvanecimiento. La reflexión subjetiva, que en ciertos casos puede ser necesaria, nunca es exclusiva: hace falta poder construir la propia existencia teniendo en cuenta también otra dimensión que no sea la de uno mismo, dimensión que a su vez revela y dinamiza al individuo, dimensión que es social, cultural, moral y religiosa. Hace falta poder concebir la propia vida en un contexto de todas estas realidades, sin encerrarse en las propuestas psicológicas tan de moda hoy en día.
La catequesis, la educación para el sentido de la oración y de la vida litúrgica y sacramental puede hacer mucho para ayudar a los jóvenes a apropiarse de su interioridad, de su espacio psíquico y físico. Los ritos, las insignias y los símbolos cristianos pueden participar en esta construcción interior y precisamente por esto son tan apreciados por los jóvenes, para sorpresa de los adultos. La vida interior se constituye así en relación con una realidad y una presencia externa. La Palabra de Dios, transmitida por la Iglesia, desempeña este papel poniendo a los jóvenes en relación con Dios, que se puede encontrar a través de las mediaciones humanas inauguradas por Cristo, que de este modo se han convertido en signo de su presencia. En la oración confiada, guiada y sostenida por la Iglesia, se establece una relación privilegiada entre Dios y aquellos que Él llama para que lo conozcan. La experiencia orante es el crisol de la interioridad humana como en tantas ocasiones lo ha demostrado la JMJ. Es por lo tanto en esta línea en la que se debe continuar con el esfuerzo educativo.
4. La vida afectiva de los jóvenes
4. - 1 Estado general de la afectividad
Las psicologías contemporáneas están influidas por representaciones sociales centradas en una vida afectiva y sexual fragmentada. La expresión afectiva debe ser inmediata, como una llamada telefónica o una conexión por Internet, sin respetar los términos y el sentido de la construcción de una relación. También las imágenes de los medios de comunicación y de las películas se caracterizan actualmente por una expresión sexual fácil, de fusión y del momento.
Algunos jóvenes también están condicionados por la separación y el divorcio de sus padres, que en lo profundo de su vida psíquica han imprimido la desilusión y la falta de confianza en el otro y a veces en el futuro. Las personalidades actuales reivindican la autonomía, mas no saben separarse de los objetos infantiles. El problema es trasladado a las personas, de las cuales se separan cuando apenas surge un problema. Paradójicamente, los jóvenes manifiestan también el miedo de ser rechazados, unido a la necesidad de ser tranquilizado por la imagen que les es remitida por los demás. Esta actitud es el resultado del tipo de vida familiar fragmentada que se está difundiendo en el occidente.
Finalmente, son bastante influidos por el exhibicionismo sexual que se ensaña por medio de la pornografía y la banalización de una sexualidad impulsiva y anti-relacional. Estudios recientes han mostrado que el 75% de las películas que se ven en la televisión por cable son pornográficas, con escenas cada vez más violentas y agresivas, porcentaje que aumenta hasta un 92% entre los clientes de los hoteles. La proliferación de imágenes sexuales demuestra que vivimos en una sociedad erótica, que permanentemente excita a los individuos desde el punto de vista sexual, condicionando fuertemente la elaboración de la sexualidad juvenil. Muchos jóvenes, de hecho, visitan las páginas web pornográficas, y algunos de ellos, así alimentados, se encierran en una sexualidad imaginaria y violenta, en la que domina una masturbación vivida como fracaso de llegar al otro y que por lo tanto puede complicar la elaboración del impulso sexual. La masturbación, si dura en el tiempo, es siempre síntoma de un problema afectivo y de una falta de madurez sexual: la posterior vida de pareja, en su expresión sexual, puede resentirse de esta dependencia de una sexualidad narcisista.
La mayor parte de los jóvenes aún es sensible a un discurso que revele el sentido del amor humano, de pareja y de la familia, hecho que manifiesta la necesidad de aprender a amar y de ser creadores de relaciones y de vida.
4. - 2 De la coeducación a la relación unisexuada
Los jóvenes están acostumbrados a una forma de coeducación de ambos sexos que no contribuye, como se había esperado, al desarrollo de una relación igualitaria y de mejor cualidad entre el hombre y la mujer, por el contrario, ha favorecido la confusión de la identidad sexual y de la vacilación en las relaciones. Recojamos aquí los frutos ideológicos del feminismo que confunde la igualdad de sexos, que no existe, con la de las personas. El feminismo norteamericano y conductual ha empujado al odio hacia el hombre y al rechazo de la procreación, animando al puritanismo y a nuevas inhibiciones, interpretando el mínimo gesto, palabra o mirada como un intento de agresión, de acoso sexual o incluso de estupro. Además de estas aberraciones, que se incluyen cada vez más en las leyes europeas, se ha presentado la procreación como una limitación para la mujer y como una dimensión que no debe entrar en la definición de la femineidad. La coeducación ha sido condicionada por este feminismo, que no ha preparado a los jóvenes para que aprendieran a vivir una relación de pareja formada por un hombre y una mujer, y por ello es una coeducación que oscila entre la unisexualidad (confusión sexual) y el alejamiento de los individuos (celibato y aislamiento).
La mayor parte de los post-adolescentes ha pasado la infancia en el universo de la coeducación. Era fácil de prever[9] que la coeducación, que nunca se había pensado en términos de psicología diferencial y de pedagogía, diera origen a nuevas inhibiciones entre chicos y chicas y a la alteración de los vínculos sociales. Hoy apenas se comienza a prestar atención a los interrogativos que suscita y a salir del moralismo que la ha provocado. Hay edades en las que la coeducación es más indicada que otro tipo de educación. La experiencia demuestra una vez más que durante la adolescencia ésta es un freno y que impide el desarrollo de la inteligencia, de la afectividad y de la sexualidad. A menudo termina por ser vivida por medio de la seducción y agresión sexual o, por el contrario, algunos jóvenes se apartan de ahí para volverse a encontrar con los del propio sexo; este pasatiempo corresponde con la necesidad de asegurar y sostener la propia identidad, mientras que la coeducación desemboca en la confusión de los sexos. La coeducación ha favorecido la indecisión en la relación entre el hombre y la mujer durante la post-adolescencia, incluso el celibato y una forma de homosexualidad reactiva para diferenciarse, paradójicamente, del otro sexo y confirmarse en la propia identidad sexual. Los niños y los adolescentes necesitan elaborar su tendencia de fusión, mientras que la coeducación termina por encerrarlos en ésta, impidiéndoles adquirir el sentido de la diferencia sexual y de la relación entre un sujeto y otro.
Así algunos han podido vivir durante la adolescencia uniones sentimentales y relaciones de pareja provisionales, o incluso experiencias sexuales. Su despertar afectivo-sexual comienza por lo tanto por medio de elecciones sentimentales, pero que por lo general no perdurarán o que se mantendrán como relaciones fraternales sin expresión sexual. Después, en el momento de la post-adolescencia, cuando podrían comprometerse en una relación afectivo-sexual, sucede todo lo contrario. De hecho a menudo experimentan la necesidad de encontrarse entre "solteros" y con compañeros sociales del mismo sexo para compartir juntos diversas actividades y momentos de diversión. Después de haber hecho la experiencia de uniones sentimentales sin llegar a un compromiso y finalizados a manera de Edipo, en la post-adolescencia quieren vivir su vida afectiva a nivel social y de mantener las distancias en relación al sexo opuesto, cosa que no han podido hacer durante la adolescencia.
Algunos jóvenes adultos, pero también los menos jóvenes, están descubriendo la necesaria separación de los sexos. Por ejemplo, hay mujeres que tienen la necesidad de estar entre ellas para discutir sus cosas, salir o compartir actividades sólo "entre mujeres", sin sus compañeros. Los hombres a su vez hacen exactamente lo mismo, frecuentando lugares y manteniendo actividades sólo para ellos. Volvemos a encontrar este fenómeno en la nueva situación de co-inquilinos en la que los jóvenes entre 25 y 35 años, con una actividad profesional, alquilan juntos un apartamento que comparten con jóvenes del mismo sexo, pero raramente con jóvenes de ambos sexos.
Es importante que los hombres y las mujeres se puedan estructurar en su propia y respectiva identidad, y la educación debe preocuparse de esto desde la infancia.
4. - 3 El miedo a comprometerse
Es típico que la pareja formada por jóvenes sea incierta y temporal, cuando está fundada únicamente en la necesidad de ser protegidos y estar cobijados, y también en la inestabilidad de los sentimientos, sin que éstos estén integrados en un proyecto de vida y en el sentido del amor. La mentalidad reinante, a su vez, tampoco simplifica la tarea de los jóvenes, porque presenta la separación y el divorcio como norma para tratar los problemas afectivos y relacionales en el ámbito de la pareja. En Francia, la ley del 1974 sobre el divorcio consensual no ha hecho más que extender y normalizar el divorcio, que sigue siendo un flagelo social. Una sociedad que pierde el sentido del compromiso y la elaboración de los conflictos y de las fases del desarrollo es una sociedad priva del sentido del futuro y de la continuidad. El divorcio se ha convertido en una de las causas de la inseguridad afectiva de los individuos que repercute en los vínculos sociales y en la visión del sentido del compromiso en todos los campos de la vida, visión esta que se transmite a los jóvenes. Queriendo facilitar cada vez más el divorcio, el poder público pierde el tiempo con el síntoma, sin ver las causas sobre las que habría que actuar, y mucho menos las consecuencias de las leyes que están minando la cohesión social.
El temor a comprometerse afectivamente domina la psicología juvenil, que es vacilante, incierta y escéptica en el sentido de una relación duradera. Los jóvenes piensan que permanecen libres al no comprometerse, y mientras actúan así terminan por rechazar la libertad, porque al comprometerse se descubren libres y se hace uso de la propia libertad. El celibato prolongado los habitúa a vivir y a organizarse por su cuenta. A algunos les cuesta aceptar la presencia continua de otro en su vida cotidiana; esto les angustia, dándoles la sensación de perder la propia libertad. Por lo tanto alternan momentos en los que viven con otros y momentos en los que viven solos. A los 35 años piensan todavía que son inmaduros y que no están preparados para comprometerse, y que aún necesitan tiempo. Pero cuánto más pasa el tiempo, menos se desarrolla su mentalidad para hacerlos capaces de relacionarse con el otro que, por otro lado, quieren amar.
Los sondeos aún demuestran que la mayoría de los jóvenes quiere casarse y fundar una familia, aunque los jóvenes no siempre sepan cómo se constituye una relación en el tiempo. Quisieran estabilizar la relación ya desde el inicio y resolver todos los problemas respecto al presente y al futuro. Sin duda los jóvenes tienen la necesidad de aprender a hacer la experiencia de la fidelidad en la vida cotidiana: es un valor que recoge el consenso unánime de los jóvenes, pero que no es valorizado por los medios contemporáneos. En el mensaje de la sociedad predominan el miedo al matrimonio y a tener hijos, hecho que no ayuda a tener fe en sí mismo y aún menos en la vida, que según ellos debería limitarse y agotarse con su historia personal.
De hecho, tanto la sociedad como sus leyes (ver en Francia el "pacs", pacto civil de solidaridad, que da un estatuto jurídico a una relación antinómica y a menudo provisional) no favorecen el sentido de la duración y del compromiso, mientras cultivan la precariedad afectiva y la fragilidad del vínculo social en vez de privilegiar el matrimonio. Sin embargo muchos jóvenes sienten la necesidad de saber perseverar frente a una concepción de tiempo breve y dividido.
Vivimos en una sociedad que siembra la duda respecto a la idea de comprometerse en el nombre del amor. Los jóvenes desean hacerlo y por ello se les debe acompañar para que puedan descubrir que es posible la fidelidad como también los caminos que conducen a ella.4. - 4 La bisexualidad psíquica
El post-adolescente también debe afrontar la bisexualidad psíquica, resultado de sus identificaciones con ambos sexos y no debido al hecho de ser a la vez hombre y mujer, para así poder interiorizar la propia identidad sexual y encaminarse hacia la heterosexualidad. La bisexualidad psíquica es la capacidad de relacionarse con el otro sexo, en coherencia con la propia identidad sexual tanto en la vida afectiva como en la social. Ya lo hemos dicho, durante la post-adolescencia la vida psíquica comienza a interactuar con la realidad externa. Pero la sociedad actual mantiene una cierta confusión acerca de las dos únicas identidades sexuales existentes, aquélla del hombre y la de la mujer, mediante tendencias sexuales multíplices y prácticas sexuales relativas a la separación de las pulsiones. No hay que confundir la identidad con las orientaciones sexuales, y menos aún cuando éstas están en contradicción con la identidad sexual. En tal contexto no es fácil encontrar la propia identidad y la coherencia a nivel sexual, sobre todo cuando la homosexualidad es valorizada y presentada como una alternativa a la heterosexualidad. La elaboración de la bisexualidad psíquica corre el riesgo de comprometerse y, como las relaciones entre hombres y mujeres se complican hasta el punto de animar al celibato del 'cada uno en su casa', el modelo social de la homosexualidad es banalizado.
Muchos adolescentes y post-adolescentes son inquietos e inestables cuando se encuentran con que tienen que afrontar la bisexualidad psíquica. Algunos a veces interpretan como homosexualidad constitutiva y permanente su ambivalencia pasajera, frecuente en la adolescencia. Piensan que son homosexuales sin desearlo ni quererlo, pero a veces viven de pasada como tales para experimentar la homosexualidad, hecho que los irá minando psicológicamente. Cierto que todos los individuos han sido llevados a vivir identificaciones homosexuales para confrontar la propia identidad sexual, comenzando por el padre o la madre del mismo sexo, pero cuando estas identificaciones sufren un fracaso, corren el riesgo de ser erotizadas y desembocan en la homosexualidad. Hay que recordar que la elección del objeto homosexual, inherente a la vida psíquica, no se confunde con la homosexualidad en la cual un sujeto puede eventualmente orientarse.
La homosexualidad no es una "variante" de la sexualidad humana comparable con la heterosexualidad, pero es la expresión de una tensión conflictiva no resuelta en el ámbito de una tendencia que se aparta de la identidad sexual.
La educación al sentido del otro y al sentido de la diferencia entre el hombre y la mujer es el punto cardinal del descubrimiento del verdadero sentido de la alteridad.
5. Los jóvenes y las nuevas influencias ideológicas
El derrumbe de las ideologías políticas en provecho del liberalismo de la sociedad de consumo y del crecimiento del individualismo, han favorecido el menosprecio respecto a la actividad política y del sistema de representación democrática. Los grandes desafíos sociales han sido reemplazados por las reivindicaciones subjetivas y sectoriales.
Por otro lado se nota que la actividad política pierde crédito ante los ojos de las jóvenes generaciones cuando ya no es capaz de perseguir el interés general. La valorización del matrimonio, la familia compuesta de un hombre y una mujer con sus hijos, la escuela y la educación, la formación al sentido de la ley civil y moral, la inserción social y profesional de las nuevas generaciones, la calidad del ambiente, el sentido de la justicia y la paz, son algunos de los proyectos que hay que sostener para despertar el interés de los jóvenes en la vida política. Examinemos ahora la influencia que algunas tendencias ideológicas ejercen sobre los jóvenes.
5. - 1 La teoría del gender
Como ya hemos dicho, nuestra sociedad está actualmente influenciada por la confusión sexual. La teoría del gender deja entender que la diferencia sexual, o sea el hecho de ser un hombre o una mujer, es de una importancia secundaria a la hora de fundar el vínculo social y las relaciones afectivas que se contraen en le matrimonio y que contribuyen a crear una familia. Según esta teoría se debería, por el contrario, privilegiar y reconocer el género sexual, que ya no depende del género masculino o femenino, sino aquél que cada uno se construye subjetivamente y que se orienta hacia la heterosexualidad, la homosexualidad, la transexualidad. Así se podrá hablar de pareja y de familia heterosexual u homosexual, dicho de otra manera, la diferencia sexual se sustituiría por la diferencia de la sexualidad.
La teoría del gender está ampliamente difundida por la Comisión de las Poblaciones de la ONU y del Parlamento europeo para obligar a los países a que modifiquen su legislación para que reconozcan, por ejemplo, la unión homosexual o la "homogenitorialidad" mediante la adopción. Esta nueva ideología representa una verdadera manipulación semántica porque aplica la noción de pareja y de ser padres a la homosexualidad, mientras que la pareja implica la asimetría sexual y se basa sólo en la relación entre un hombre y una mujer. Además la homosexualidad no puede estar en el origen del matrimonio y del ser padres y carece de cualquier valor social. En cuanto a la problemática individual, aquélla no puede ser una norma social reconocida como valor a partir de la cual se eduque a los hijos.
La educación tiene que tener como meta la renovación de una civilización fundada en la pareja formada por un hombre y una mujer. No en vano la Biblia comienza con la existencia de una pareja cuya relación es a imagen de la relación de Dios con la humanidad. Tenemos que abrirnos a una cultura de la alianza para no caer en el torbellino de una lucha de poderes entre los sexos.
5. - 2 La sociedad del mercado y liberalismo
La mayor parte de los jóvenes es esclavo de las normas de la sociedad del mercado; la publicidad exige ampliamente la satisfacción de los deseos inmediatos. La organización política de la sociedad reposa en la mentalidad mercantilista, que transforma a los ciudadanos en consumidores. Las reglas económicas reemplazan las reglas morales, dictan leyes e imponen su sistema de referencia y de valoración en todos los campos de la existencia con el consenso del poder político: la educación, la enseñanza, la salud, el trabajo, la vejez son regulados según las normas económicas en detrimento de los valores de la vida. Al centro de este mecanismo no están la persona y el bien común, sino el costo y el beneficio. La dictadura del dinero y de la economía construye, a través de la publicidad, una visión de la existencia en la que aquello que no rinde no debe existir, lo que contribuye a alterar el sentido de la persona humana, del vínculo social y del bien común.
5. - 3 Laicización y exclusión de lo religioso
El cristianismo está al inicio de la noción que distingue el poder religioso del poder temporal. En el curso de la Historia, aunque hayan existido momentos de confusión, el poder político a menudo a querido dictar leyes a la Iglesia, interviniendo, por ejemplo, en las decisiones de los concilios. No es tanto el poder religioso el que ha querido extender la propia influencia sobre el poder temporal, aunque en alguna sociedad la Iglesia a veces ha tenido que organizar la vida de la sociedad antes de devolverle el poder a aquel que debía ejercerlo; pero es el poder político el que a menudo se ha mostrado celoso del poder religioso, vigilándolo, encuadrándolo, poniéndolo en duda e incluso neutralizándolo.
La laicización, cuando supera el ámbito de la diferenciación de los poderes, pone varios problemas e influye en concepción de la dimensión religiosa inherente a la existencia. La laicización así se ha desarrollado en oposición al papel y a la influencia de la Iglesia: se debía excluir lo religioso del campo social, relegándolo a una cuestión privada dependiente de la conciencia individual; esta era la manera de mutilar a la Iglesia. Es un fenómeno que ha continuado con la laicización de la moral, separada de los principios universales que pueden ser descubiertos por la razón, para confundirla con la ley civil votada democráticamente. Así la legalidad ha sustituido la moralidad creando confusión en las conciencias de muchos jóvenes, de modo que llegan a creer que aquello que es legal tiene también un valor moral. La ley civil, al contrario, no dice qué cosa es moral: organiza sólo la vida de la sociedad, pero esta organización o reglamentación mediante los derechos y los deberes de los ciudadanos sólo se pueden fundar sobre los principios que respeten la dignidad de la persona humana y los valores de la vida[10] que trascienden todas las leyes.
Después de haber laicizado a la sociedad y la moral, le toca ahora a la religión de ser laicizada. La vida espiritual se confunde con la vida intelectual y poética, la Biblia es traducida por no-creyentes y por escritores de diferentes corrientes de opinión, mientras se va promoviendo una lectura laica de los Evangelios. El Papa Juan Pablo II a menudo ha subrayado el modo contradictorio en el que se aborda la Biblia: "...el hombre de hoy, defraudado por numerosas respuestas insatisfactorias a los interrogantes fundamentales de la vida, parece abrirse a la voz que proviene de la Trascendencia y se expresa en el mensaje bíblico. Pero, al mismo tiempo, se muestra cada vez más refractario a la exigencia de comportamientos en armonía con los valores que la Iglesia presenta desde siempre como fundados en el Evangelio. Se producen entonces intentos muy variados de separar la revelación bíblica de las propuestas de vida más comprometedoras".[11] Por ello la palabra de Dios se trasladaría a un discurso mundano, al unísono con las costumbres y a la inteligencia religiosa, reducida al mínimo denominador común en nombre de la "modernidad" y de una "religión moderada". Serían, por lo tanto, los cánones imperantes en una sociedad los que deberían regular la religión y sobre todo la fe cristiana: visión que consiste en eliminar del campo social la dimensión religiosa y las exigencias que derivan de ella.
El rechazo de reconocer la herencia religiosa y cristiana como una de las bases del desarrollo de la civilización en Europa y en el mundo occidental, como también en otras zonas culturales, es el testimonio de esta laicización rampante. La laicización así concebida no respeta la dimensión religiosa de la existencia humana. Los que sostienen este orden de cosas son los primeros en reconocer la libertad de la fe, que según ellos depende únicamente de la vida privada, pero que rechazan aceptar la realidad religiosa y el derecho a la religión, que implica una dimensión social e institucional, mientras que es importante que el poder religioso, en cuanto a institución, pueda estar representado en el concierto europeo y de las naciones al servicio del bien común y de los intereses superiores de la conciencia humana. Dios no puede estar ausente del campo social.
Las jóvenes generaciones necesitan ser educadas hacia una dimensión social e institucional de la religión cristiana; lo que no necesitan es experimentar la Iglesia como un grupo puramente intimista e individual.
6. Los jóvenes y la Iglesia
6. - 1 Jóvenes sin raíces religiosas
La mayor parte de las encuestas sobre los jóvenes y la religión confirma cuanto ya sabemos. Los jóvenes son los hijos de aquellos que fueron adolescentes entre 1960 y 1970 y que en su tiempo habían hecho la elección de no transmitir siempre aquello que ellos mismos habían recibido en su educación. Por lo tanto, han dejado que sus hijos se las arreglaran por sí mismos en el ámbito moral y espiritual, sin tener otra preocupación en la educación que cuidar de su realización afectiva. Así en muchos casos han carecido de referencias espirituales, quedándose desamparados. Los querían ver felices, pero sin enseñarles las reglas de la urbanidad, de cómo se emplean las riquezas de un pueblo y de la fe cristiana, que ha sido la fuente de muchas civilizaciones. Hay que reconocerlo, el sentido de la persona humana, el sentido de la propia conciencia, el sentido de la libertad, el sentido de la fraternidad, el sentido del igualitarismo, todo esto se lo debemos al mensaje de Cristo transmitido por la Iglesia. Se han banalizado estos valores separándolos de su fuente, con el riesgo de ya no poderlos transmitir, una vez que se desconoce su origen. Por este planteamiento mental anti-educativo, los hijos no han sido bautizados ni catequizados. Necesitaban hacer tabula rasa del pasado para liberarse de la tradición, actitud que ha producido ignorantes culturales, privados de una formación y cultura religiosa. Son incapaces de entender períodos enteros de la Historia de nuestra civilización, como también del arte, de la literatura, de la música. No son alérgicos a los dogmas, o sea a las verdades de la fe cristiana, y menos a la Iglesia; ¡la cosa es que no saben nada de ella! Por ello, en las encuestas más serias, sus respuestas revelan ignorancia, indiferencia y falta de educación religiosa. Están condicionados por todos los clichés y por todos los conformismos que circulan sobre la fe cristiana. En pocas palabras, están lejos de la Iglesia, porque al no haber sido educados en ella no se han integrado en la tradición religiosa.
6. - 2 Confusión entre lo religioso y lo paranormal
Hay que reconocer que muchos jóvenes son bastante ajenos a cualquier dimensión religiosa, la cual, a pesar de todo, no quiere otra cosa que surgir. ¿Cómo podría ser de otro modo en un mundo que elimina lo religioso? Lo confunden con lo parapsicológico, lo irracional y la magia. Son atraídos por los fenómenos del "más allá de la realidad" que provocan una resonancia emotiva y suscitan sentimientos capaces de hacerles creer en la existencia de un ser del más allá. Pero en este caso sólo se encuentran a sí mismos, sus sensaciones y su imaginación. La espiritualidad que está ahora de moda es aquélla carente de palabras, de reflexiones y de contenido intelectual, o sea, aquélla consistente en muchas corrientes de filosofía y de sabiduría sin Dios que, venidas del Oriente y de Asia; éstas son en sí interesantes, pero no son religiones, a pesar de ser valorizadas y deformadas actualmente, aún sin representar un movimiento de masas. Según esta mentalidad hay que ser "cool", "zen" y tranquilos, o sea, no hay que probar nada, sino hay que vivir en una inercia moderada. Toda desviación es posible porque no hay ningún control institucional o intelectual.
Todo, y lo contrario de todo, puede ser puesto en lugar de Dios, actitud totalmente opuesta al cristianismo que es la religión de la Encarnación del Hijo de Dios y que transmite un mensaje de verdad y de amor con el que se puede construir la vida y luchar contra todo lo que la arruina y la destruye. Los jóvenes cristianos advierten que la presencia de Dios y su mensaje llevan consigo una esperanza inmensa que les abre los caminos de la vida. Pero cuando el sentimiento religioso, inherente a la psicología humana, no ha sido educado y enriquecido con un mensaje auténtico, permanece primitivo y prisionero de una mentalidad supersticiosa y mágica. La falta de educación religiosa anima a las sectas y a los falsos profetas a que se autoproclamen como tales para hablar en nombre de una divinidad hecha a su imagen. El hombre necesita ser introducido en una dimensión diferente a la suya, dimensión que el Creador ha inscrito en el corazón de cada ser humano. Así es vinculado por Dios a los demás, a la Historia, y, sobre todo, a un proyecto de vida que lo revela a sí mismo, lo humaniza y lo enriquece. He aquí el sentido de la Palabra del Evangelio transmitida por la Iglesia.
6. - 3 Los jóvenes de la JMJ están en búsqueda de una vida espiritual
La mayor parte de los jóvenes que participan en la JMJ irradian bienestar y la alegría de vivir, llaman la atención por su calma, la sonrisa, la delicadeza, la gentileza, la cooperación y la apertura. Tenemos que tener fe en estos jóvenes, que preparan una revolución espiritual silenciosa, pero muy activa. Como sus coetáneos, también ellos tienen problemas: alguno ya habrá tenido cierta experiencia con la droga o se habrá comportado de cierta manera sin tener en cuenta la moral cristiana. Viven experiencias y fracasos, pero tienen hambre de otra cosa y están en búsqueda de una esperanza. Anhelan un ideal de vida y una espiritualidad fundada en alguien, en Dios. La sociedad europea que cada vez está más vieja, escéptica y sin esperanza, es sacudida por estos jóvenes que creen en Dios y que quieren vivir en consecuencia. La mayor parte proviene de comunidades cristianas y ha invitado a jóvenes que están en búsqueda. Saben que la vida no es fácil, pero al tener una esperanza firme no se resignan. Más o menos cristianos, se dirigen a la Iglesia para encontrar respuestas a su inmensa necesidad espiritual. Su presencia radiante deja un signo en todos países en los que se desarrolla la JMJ. Invierten, de hecho, la imagen reducida que se tiene de la juventud, porque cada vez que se habla de ella, es sólo para evocar una sexualidad impulsiva, la droga, la delincuencia, etc. Pero si algunos viven de ese modo es porque han sido abandonados a su suerte.
La sociedad es infantil hacia los jóvenes porque los utiliza como modelo, cuando en realidad son los jóvenes los que necesitan puntos de referencia. Se les adula, pero la sociedad no ama a los propios hijos, a juzgar por todas las dimensiones educativas de las cuales son objeto. También la acción pastoral local tiene su propia parte de responsabilidad en la medida en que a veces se han desatendido las tareas educativas o han sido abandonadas por las órdenes religiosas y los sacerdotes, que las habían tenido como vocación. Pero hay que reconocer que su tarea no era fácil en aquella época de rotura (1960-1970), en la que los jóvenes rechazaban masivamente toda reflexión religiosa. Los jóvenes de hoy carecen totalmente de una base desde el punto de vista religioso y hacen unas afirmaciones sorprendentes. Hace poco uno de ellos preguntó a un sacerdote: "¿Por qué mezcláis la Navidad con la religión?". ¡Él no sabía que la Navidad es el día en el que se celebra la natividad de Jesús! La Navidad es así reducida a una fiesta comercial en familia. Gracias al éxito de la JMJ, este modo de ver las cosas puede cambiar desde el momento en el que los jóvenes se empeñen en una búsqueda espiritual y descubran que gran parte de la visión del hombre, como también enteros sectores de la vida social, han sido modelados por el mensaje de la Iglesia y de generaciones de cristianos.
6. - 4 ¿Por qué Juan Pablo II atrae a tantos jóvenes, a pesar de que el mensaje cristiano es exigente, sobre todo en materia de moral sexual?
A menudo hacen esta pregunta y la respuesta viene por sí sola: es el mensaje de Cristo transmitido por la Iglesia, y siempre ha sido exigente; pero también es fuente de alegría. Es difícil vivir no sólo en el campo sexual sino en todas las realidades de la vida. Nada auténtico, coherente y duradero se construye sin dificultad. Juan Pablo II presenta el camino a seguir para vivir como cristianos en nombre del amor de Dios, y este amor es un modo de buscar el bien y la vida para sí mismo y para los demás. Siempre seremos capaces de este amor que no es un sentimiento, ni tampoco un bienestar afectivo, pero corresponde al deseo de buscar en Dios aquello que nos hace vivir. Los jóvenes son sensibles a este lenguaje y a la persona de Juan Pablo II que lo afirma tranquilamente, a pesar de las críticas y el sarcasmo. Les habla de la vida allí donde no escuchan otra cosa que muerte, droga y suicidio, de fracasos en el campo afectivo con el divorcio, de desempleo, por no citar una sociedad que los descuida.
Juan Pablo II tiene fe en ellos y les da fe en la vida. Les dice que es posible vivir y triunfar en la vida, y les explica incluso cómo se hace. La generación precedente no siempre les ha transmitido convicciones firmes, ni les ha enseñado a vivir con un cierto número de valores, limitándose a repetir hasta la saciedad los valores de la sociedad de consumo. ¿Qué cosa hacen los jóvenes? Se dirigen a los ancianos para obtener aquello que no han tenido: son los ancianos los que, como lo hace el Papa, los enlazan con la Historia y la memoria cultural y religiosa, desbancando así a sus padres. No hay divisiones entre el Papa y los jóvenes. Cuando los jóvenes perciben palabras auténticas, se sienten respetados y valorizados: "Por fin hemos sido tomados en serio, él tiene fe en nosotros".
A la Iglesia se le atribuye una obsesión en cuanto a la moral sexual. Aunque este tema no represente ni el 9% de los discursos y de los escritos del Papa, los medios de comunicación se detienen sólo en este aspecto, silenciando todo el resto. La historia del preservativo[12] es característica de esta desinformación y de la manipulación de la que son objeto sus discursos. Juan Pablo II en cambio dice una cosa diferente: se apoya en el Evangelio y no depende de las ideas ligadas a una moda pasajera. Apela al sentido del amor y de la responsabilidad. Como Cristo, prefiere dirigirse a la conciencia humana, para que cada uno se interrogue sobre el propio comportamiento para saber si se ha vivido en el sentido de un amor auténtico, leal y honesto hacia uno mismo y hacia el otro.
Persigue su misión. La reflexión sobre la sexualidad no puede reducirse a un discurso sobre la salud, sobre todo cuando ésta descuida la responsabilidad moral de las personas. La valoración moral concierne también a la sexualidad y no sólo a la vida social, a no ser que se quiera crear una escisión aberrante. Los cristianos son invitados a inspirarse en este modelo y así su propio comportamiento nazca de una conciencia evangélica iluminada.
Conclusión
Los post-adolescentes aspiran a realizar su propio ingreso en la vida. A pesar de cierta falta de raíces culturales, religiosas y morales, intentan encontrar las vías de acceso, porque a menudo se han formado a sí mismos, en un narcisismo difuso e inconstancia. La fragilidad del yo, una visión temporal reducida a los deseos del momento y a las circunstancias, y una interioridad restringida sólo a la resonancia psíquica lo confinan al individualismo. Por eso algunos están angustiados por el empeño y la relación institucional, a pesar de desear casarse y fundar una familia. Prefieren mantener relaciones intimistas y lúdicas, naturalmente entre más personas, pero que son relaciones que permanecen fuera del vínculo social. Su perfil psicológico es también el resultado de una educación centrada en lo afectivo, en el placer inmediato y en la separación de los padres a causa del divorcio que, entre otras cosas, en las representaciones sociales es el origen de la inseguridad afectiva, de la duda de uno mismo con respecto al otro y del sentido del compromiso. Es posible promover una educación más realista que no encierre a la persona en los objetos mentales y en el narcisismo de la adolescencia, sino que estimule el interés por hacerse adulto.
Los jóvenes de la generación actual están haciendo una revolución religiosa silenciosa, pero decidida. Suscitan interrogativos entre los cristianos y no tienen miedo de manifestarse como tales. No quieren dejarse intimidar ni constreñir al silencio y menos aún insultar. Los jóvenes provenientes de África, de América Latina, Asia y del Oriente viven su fe como una emancipación y una liberación en Dios, a veces en el martirio, actitud que debería inspirar las viejas comunidades cristianas.
Cada JMJ es una etapa histórica para los jóvenes participantes. Ya no podemos hablar de la religión del mismo modo como lo hacíamos antes. Además esto se nota fácilmente en la prensa: la mayor parte de los informadores y comentaristas políticos, esclavos de determinadas categorías sociológicas o de clichés, no consiguen dar una valoración exacta del evento. Desde hace varios años los encuentros de jóvenes promovidos por la Iglesia reúnen un número significativo de participantes, pero raramente se habla de estos jóvenes en búsqueda de los espiritual. Éstos no dan que hablar en los telediarios. ¿Es que un encuentro de jóvenes por motivos religiosos no es acaso un evento para la prensa? La información a menudo es desfasada respecto a lo que se vive y se prepara silenciosamente en la sociedad, hasta el día en el que alguno se despierta preguntándose: "¿Qué ha sucedido?". Los desafíos nacidos de la sed de un ideal y una espiritualidad de los jóvenes no son tomados en serio por la sociedad.
La Iglesia no está agonizando, como pretenden algunos: encuentra la misma dificultad que todas las demás instituciones que padecen los efectos del individualismo, del subjetivismo y de una forma de socialización. En una sociedad en la que el individuo vive como víctima de la vida de los demás, con la mentalidad del consumador, a un ritmo concebido en función del instante y con una representación de la vida mediática y virtual, es urgente hacer descubrir el sentido de la realidad, promover vínculos de socialización y transmisión entre las generaciones, para adquirir el sentido de las instituciones. La experiencia espiritual cristiana implica tal dimensión y constituye su riqueza, que se despliega en las diferentes tradiciones a través de los siglos.
Le toca a la Iglesia asegurar una continuidad a la JMJ y poner en práctica una catequesis más activa y renovada. La inteligencia de la fe necesita ser nutrida. La acción pastoral tendrá que preocuparse de sensibilizar a las familias sobre la importancia de la educación religiosa y del catecismo en particular. Pero las familias, a su vez, plantean una cuestión a la sociedad, que ha cancelado la dimensión religiosa de la vida con una precisa voluntad política. La laicización, como habíamos dicho, es la distinción entre el poder político y el religioso y no la exclusión de la religión del campo social. La vida escolástica debe respetar el tiempo que se debe dedicar a la enseñanza religiosa.
Aunque es verdad que cada uno es libre de abrazar o no un fe religiosa, la sociedad no puede relegar la religión a la sección de lo opcional de la vida, al campo de lo escondido y lo privado, pensando que la fe no debe tener ninguna repercusión en la vida y la sociedad. El hecho religioso es un hecho social que no se puede relegar a la esfera de lo privado; es más bien la fuente del vínculo social y permanece inscrito en el ritmo del calendario. A esta privatización de la vida religiosa han respondido los jóvenes, con su comportamiento, con un "no" contundente con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. La vida espiritual es una exigencia humana que el poder público debe reconocer, respetar y honrar porque califica a cada persona y constituye uno de los componentes esenciales de la realidad social.
En su Mensaje con ocasión de la XVIII Jornada Mundial de la Juventud 2003, el Santo Padre recuerda el papel que los jóvenes pueden desarrollar: "La humanidad tiene necesidad imperiosa del testimonio de jóvenes libres y valientes, que se atrevan a caminar contra corriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo la propia fe en Dios, Señor y Salvador" (n1 6).
[1] El 65% de los jóvenes europeos vive todavía con su familia. Informe publicado por la sociedad de estudios de mercado Datamonitor británica, Quotidien du Médécin (Francia), pág. 17, N1 7302, miércoles 26 de marzo de 2003.
[2] El acompañamiento de los jóvenes profesionales se ha convertido en una realidad que atañe a los de 25-40 años, sobre todo a los solteros, aunque se puede discutir sobre el concepto de 'joven' aplicado a este grupo de edad, praxis que responde a una necesidad, pero que a veces los mantiene en una especie de infantilismo afectivo.
[3] Anatrella, Tony, Interminabiles adolescences, le 12/30 ans, Paris, Cerf Cujas.
[4]Idem.
[5] Idem.
[6] Algunos estudios muestran que, del total de la población adolescente, el 10% des los jóvenes entre 15 y 19 años presenta dificultades psicológicas (Cfr. Comité general de la Salud Pública francesa, La souffrance psychique des adolescents et des jeunes adultes, ediciones ENSP, febrero 2000). El incremento de las emisiones radio-televisivas sobre los problemas de algunos adolescentes deja entender que la mayor parte de ellos se encontraría en una situación complicada que no refleja la realidad. Se tiende así a generalizar pocos casos específicos, mientras que se incluyen sobre todo las cuestiones pedagógico-educativas de la post-adolescencia.
[7] La fragilidad de los procesos de interiorización da origen a psicologías más superficiales, más fragmentadas, que tienen dificultad en recurrir a la racionalidad. En cuanto al lenguaje utilizado, su pobreza no favorece el dominio de lo real. Las fórmulas, repetidas como eslóganes, indican el pánico y el sufrimiento frente a la idea de reflexionar. Así la expresión: "Me martillea la cabeza" hace entender el hecho de que pensar podría provocar hemicránea. A los jóvenes les falta una verdadera formación intelectual que, entre otras cosas, se adquiere poniéndose en contacto con la literatura. No tienen una vida intelectual porque no entienden los textos y autores, ni saben reflexionar sobre ellos. En los programas actuales del Ministerio de Educación y Ciencia francés, los profesores tienen que tener principalmente en cuenta la subjetividad de los alumnos y enseñarles a ellos el conocimiento a partir de cuanto perciben; esto hace subir el número de cuantos se lamentan de tener dificultad en concentrarse intelectualmente como también en controlarse. El conocimiento del sentido de la ley comienza siempre por medio de la adquisición del lenguaje y de las reglas de la gramática, cosa que hoy día ya no sucede, pues los lingüistas han tomado el puesto de los gramáticos en la elaboración de los programas ministeriales. El método global o los métodos llamados mixtos, que hoy están de moda en las escuelas, producen analfabetismo, dislexia y una visión fragmentada de la realidad.
[8] La resiliencia correspondería a la capacidad de algunos individuos a salir reforzados o incluso completamente renovados ante las adversidades de la vida; algunas corrientes ideológicas podrían haber ideado un camino para alcanzar tal resiliencia (NdR).
[9] ROLLIN, France, La mixitéà l'école, ETUDES, Vol. 367, n1 6 (3676), diciembre 1987. ANATRELLA, Tony, La mixité, ETUDES, vol. 368, n1 6 (3686), junio 1988. Ver también ANATRELLA, Tony, La différence interdite, Flammarion.
[10] Ver Juan Pablo II, Veritatis Splendor (1993) y Evangelium Vitae (1995).
[11] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la sesión plenaria anual de la Pontificia Comisión Bíblica, n1 2, martes 29 de abril 2003, en L'Osservatore Romano, n1 20 - 16 de mayo de 2003, pág. 8.
[12] ANATRELLA, Tony, L'amour et le préservatif, París, Flammarion. Reeditado con el título, L'amour et l'Eglise, París.
Jornada Mundial de la Juventud: De Toronto a Colonia
Roma, 10-13 de abril 2003
Mons. Stanisław RyłkoSecretarioConsejo Pontificio para los Laicos
El itinerario de preparación de la JMJ 2005
1. El inicio de una nueva etapa
La simbólica celebración de la entrega de la Cruz de los jóvenes canadienses a los jóvenes alemanes, el próximo Domingo de Ramos, da oficialmente inicio a una nueva etapa de aquella grande aventura espiritual que es la Jornada Mundial de la Juventud. Y cuando se emprende un nuevo camino es oportuno no sólo tener bien clara la meta sino tener también presente algunos indicadores que son esenciales para no equivocarse de camino y "no correr en vano", como dice el Apóstolo (Gal 2,2). Este es precisamente el objeto de mi breve intervención.
Para facilitar nuestro itinerario pastoral hacia la cita en el 2005, el Papa ya ha anunciado el tema: "Hemos venido a adorarle" (Mt 2,2), cronológicamente precedido de aquél de la JMJ 2004: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). Una vez más, con la elección misma de los temas, el Papa confirma el carácter cristocéntrico de estos eventos. Una vez más, él llama a los jóvenes del mundo entero a mirar a Cristo, invitándoles a contemplar su rostro, con María, ir a la escuela de ella y dejándose guiar por ella. Es una invitación que trasluce del tema elegido para la JMJ de este año: "Ahí tienes a tu Madre" (Jn 19,27).
En el 2005, el encuentro mundial de los jóvenes con el Papa nos llevará a Colonia, una ciudad antigua, sede de la Iglesia que desde hace siglos custodia y venera las reliquias de los Reyes Magos. Por ello es un lugar sobremanera simbólico. Al elegirlo, el Papa ha querido llamar la atención de los jóvenes de hoy sobre el camino espiritual que hace dos mil años, en su búsqueda de Cristo - Rey de los Judíos -, han realizado estos personajes misteriosos provenientes del Oriente. La meta de su camino: "Hemos venido a adorarle" viene a ser la nuestra. Este itinerario espiritual importante implica algunas prioridades de orden pastoral que quisiera compartir con todos ustedes.
2. La formación permanente de los agentes de pastoral juvenil
La formación de formadores es, en mi opinión, una de las necesidades más urgentes de la Iglesia de hoy. Gracias a las Jornadas Mundiales de la Juventud ha crecido una nueva generación de jóvenes - la llamada "generación de Juan Pablo II", la generación de los "centinelas de la mañana", la generación del "pueblo de las bienaventuranzas". Estos jóvenes necesitan una nueva generación de formadores, sean éstos sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos o laicas. ¡Una generación nueva para los métodos, para los programas, para el entusiasmo!
El sector de la pastoral juvenil, quizás más que otro sector pastoral de la Iglesia, no sólo no permite descanso - por así decir - en el testimonio de Cristo, pero exige que este testimonio esté en su autenticidad y en su misma credibilidad constantemente a la altura de expectativas siempre "severas". ¡Quien trabaja con los jóvenes sabe bien lo fácil que es desilusionarlos, lo poco que basta para perderlos!
La petición hecha por los griegos a los apóstoles: "Queremos ver a Jesús", elegida como tema para la JMJ 2004, expresa plenamente el deseo profundo que los jóvenes llevan en el corazón. Un deseo que los impulsa a mirar en torno a ellos, a buscar, a interrogar. Esta espera, esta esperanza, conlleva para los responsables de la pastoral juvenil una pregunta ineludible sobre la propia capacidad de hacer ver a Cristo a los jóvenes que lo buscan. Como decía en mi homilía, la pastoral juvenil no debe convertirse en rutina, urge volver a descubrir su misión profética. Es necesario volver a encontrar el ardor, el coraje, la capacidad de ir contracorriente, de romper los esquemas... La pastoral juvenil es el campo en el que se decide el futuro de la Iglesia. Pero los métodos y los programas por sí solos no bastan si no tenemos la capacidad de volver a interrogarnos. Ahora debemos preguntarnos seriamente cuál es nuestro testimonio de vida ante esta constante petición que nos llega desde el mundo de los jóvenes: "Queremos ver a Jesús". El Papa comenta así esta palabra: "Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo 'hablar' de Cristo, sino en cierto modo hacérselo 'ver' [...]. Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro" (Novo millennio ineunte, n1 16). Y exhorta: "El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del 'hacer por hacer'. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando 'ser' antes que 'hacer'" (ibid., n1 15).
Las Jornadas Mundiales de la Juventud interpelan a los agentes de la pastoral no sólo y no tanto en cuanto al 'hacer' mismo - porque a menudo hacemos tantas cosas, a veces quizás demasiadas - sino, sobre todo, en cuanto al 'ser' mismo. Quizás debería haber menos congresos, menos convenios, y más retiros espirituales para 'ser más' y dar una mayor consistencia espiritual a nuestra labor pastoral entre los jóvenes. La formación permanente de cuantos trabajan en este sector, sin duda estratégico de la acción pastoral de la Iglesia, es por lo tanto una cuestión de máxima importancia.
3. El programa base de la pastoral juvenil a la luz de la 'Novo millennio ineunte'
En la carta apostólica Novo millennio ineunte el Papa confirma la conveniencia, más aún, la necesidad de programas pastorales. También es, en cierto sentido, saludable si entre los programas y la vida concreta hay una tensión más o menos fuerte. La pastoral, como decía san Gregorio Magno, es un 'arte', más bien, el arte de las artes: Ars artium, regimen animarum! Los formadores, como los artistas, tienen que ser creativos y poseer una viva fantasía 'pastoral'... para que la rutina y la costumbre, eternos enemigos de la pastoral, no agoten la savia vital.
Así, en la elaboración del programa pastoral en vista de la JMJ de Colonia, tenemos que tener presente algunos principios básicos que Juan Pablo II ha recordado precisamente en la Novo millennio ineunte.
Primero, la primacía de la gracia. Cuando se habla de la evangelización y de la pastoral no hemos de olvidar nunca la naturaleza más profunda, no hemos de olvidar nunca que ambas, la evangelización y la pastoral, son esencialmente obra de la gracia. Los resultados de nuestro esfuerzo tanto en la una y como en la otra, no dependen nunca, en primer lugar, de nuestra inteligencia y de nuestra capacidad organizativa, sino precisamente del don de la gracia divina. El Papa nos lo recuerda, afirmando con fuerza, que "no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona" (ibid., n1 29), y llama nuestra atención sobre la oración, factor clave de la fecundidad y del éxito de todo proyecto pastoral. Siempre hemos de recordar que no son las reglas de los estudios del mercado o de la propaganda las que impulsan la pastoral. Su naturaleza y su fundamento residen en otro lugar y se revelan sólo a la luz de la fe.
Segundo, la primacía de la santidad. El Papa apunta a la santidad como la "perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral" (ibid., n1 30). Por lo tanto, la persecución de la santidad es prioritaria también en el ámbito de la pastoral juvenil. La llamada a la santidad concierne a todos los bautizados y tenemos que tener el valor de proponerla también a los jóvenes como "alto grado de la vida cristiana ordinaria" (ibid., n1 31), esforzándonos para que nuestras iniciativas pastorales se conviertan en una verdadera 'escuela de santidad', en una verdadera 'escuela de oración'. Es un proyecto ambicioso, exigente, pero vale la pena acometer su realización.
Tercero, la primacía de la vida sacramental. En el proceso de la educación a la fe, dos sacramentos tienen un peso determinante: la Eucaristía y la Reconciliación. Se les ayuda a los jóvenes a volver a descubrir la Eucaristía como "fuente y cima de toda vida cristiana" (Lumen gentium, n1 11), y a volver a descubrir el sacramento de la Reconciliación como encuentro con Cristo que libera de la esclavitud más radical que existe, es decir, del pecado. El Papa mismo anima a los Pastores a armarse de "mayor confianza, creatividad y perseverancia en presentarlo y valorizarlo" (Novo millennio ineunte, n1 37). No es casual, que de todos los sacramentos éstos dos estén siempre en el centro de las Jornadas Mundiales de la Juventud; todos recordamos el conmovedor testimonio de las largas colas de jóvenes delante de los confesionarios del Circo Máximo de Roma en 2000, y delante de los confesionarios del parque Duc in altum de Toronto en 2002. Son signos muy alentadores, a los que se debe hacer caso.
Cuarto, la primacía de la espiritualidad de comunión. La grande causa de los jóvenes requiere el esfuerzo enérgico y generoso de toda la Iglesia, pero especialmente el de las realidades asociativas. Res nostra agitur! Cada una de ellas está llamada a dar su propio aporte según su propio carisma. La pastoral juvenil debe ser el fruto maduro de la espiritualidad de comunión de la que habla Juan Pablo II. Por lo tanto, no antagonismo competitivo, sino colaboración y el compartir.
Por lo tanto ¿qué cosa debemos hacer? Me parece aquí más que apropiado contestar con las palabras de extraordinaria fuerza profética que el Papa escribe en la Novo millennio ineunte: "He repetido muchas veces en estos años la llamada a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: '¡ay de mí si no predicara el Evangelio!'" (ibid., n1 40). Quiera el Señor que este encuentro sea la ocasión propicia para volver a darle impulso y vigor a nuestro empeño por la grande causa de los jóvenes en la Iglesia y en el mundo.
Jornada Mundial de la Juventud: De Toronto a Colonia
Roma, 10-13 de abril 2003
Don Giorgio PontiggiaRector del Instituto 'Sacro Cuore' (Milano, Italia)
Los jóvenes ante Cristo y la Iglesia
No he encontrado una descripción más sintética e imaginativa de la situación de los jóvenes de hoy que aquélla surgida en un diálogo de Don Giussani con un grupo de universitarios:
"Es como si todos los jóvenes de hoy hayan sido arrollados por una especie de Chernobil, por una enorme explosión nuclear: su organismo sigue siendo estructuralmente como antes, pero ya no lo es dinámicamente; ha ocurrido un plagio fisiológico, realizado por la mentalidad dominante. Es como si hoy no hubiera otra evidencia real fuera de la moda - que es un concepto y un instrumento del poder. Ahora como nunca antes, el ambiente, entendido como clima mental y modo de vida, ha tenido por instrumento una invasión tan despótica de las conciencias. Hoy más que nunca, el ambiente con todas sus formas de expresión es educador, o el 'deseducador' soberano. También así el anuncio cristiano tiene hoy día más dificultades para ayudar a que la vida del cristiano sea en una vida de convencimiento, para que se convierta en vida y convicción. "quello que se escucha y se ve no es realmente asimilado: aquello que nos rodea, la mentalidad dominante, la cultura que invade todo, el poder, realizan en nosotros un enajenarse respecto a nosotros mismos. Por un lado uno permanece abstracto en el trato consigo mismo y descargado afectivamente (como pilas que en vez de durar horas duran sólo minutos); y por otro lado, en contraposición, se refugia en la comunidad como protección".
"...Un enajenarse respecto a nosotros mismos. Por un lado uno permanece abstraído en el trato consigo mismo". Porque, según todos los factores, se ha sustituido la razón, tan necesaria para el conocimiento de la realidad y de la experiencia, por el sentimiento; la persona no es aquello que es, pero es aquello que siente; la razón se convierte en la capacidad de justificación de esta reacción: "Anda a donde te lleve el sentimiento", y así lo que prevale es la opinión y no el juicio.
Se ha eliminado la evidencia de una debilidad original en la que vive la persona. Se ha tomado como dogma y se ha difundido a los medios de comunicación social la afirmación de Rousseau: "Haz lo que quieras, porque el hombre por naturaleza es impulsado a actos virtuosos". Por ello la fatiga y el sacrificio se han convertido en una objeción y no en la condición para vivir.
"...y descargado afectivamente (como pilas que en vez de durar horas duran sólo minutos)". El afecto se convierte en la satisfacción de un placer y ya no en el atractivo de la verdad. Así todo es cambiante, inseguro, y las pilas descargadas convierten la vida no en un camino hacia una meta sino en un vagabundear, en una discontinuidad en vez de un amanecer.
También la religiosidad juvenil a menudo es más un fluctuar del sentimiento hacia Dios que el reconocimiento de él, por lo cual todas las religiones son iguales porque corresponden más con la propia espontaneidad y no porque realizan más la propia naturaleza.
"...y por otro lado, en contraposición, se refugia en la comunidad como protección". Así las asociaciones juveniles nacen más por una proximidad a sensaciones y modas que como una ayuda para hacer crecer a la persona, convirtiéndose así en una nueva forma de ideología, en la correa de transmisión de la moda y de la mentalidad dominante.
Don Giussani escribió en Porta la speranza, Ediciones Marietti, de donde cito un capítulo:
"Pero para el lugar que ocupa en la cronología de cada vida, en todos los tiempos la juventud habrá presentado una escena de crisis. Por ello, si hoy se habla de una crisis particular y excepcional de los jóvenes, ésta, haciendo un último análisis, debe ser buscada en una crisis de la educación y de los factores educativos. La crisis de los educadores se perfila: en primer lugar como una falta de conciencia que hace de los educadores mismos colaboradores, aunque inconscientes, de las deficiencias del ambiente..."
Hay una pérdida del significado personal de la identidad cristiana, que es el de constituirse un sujeto nuevo en la Historia y no un sujeto como los demás con alguna tarea más, como ha dicho el cardenal Ratzinger en el Encuentro de Rimini en 1990:
"Se ha difundido aquí y allá la idea, también en elevados ambientes eclesiásticos, de que una persona es más cristiana cuanto más esté comprometida en las actividades de la Iglesia. Se empuja hacia una especie de terapia eclesiástica de la actividad, el de ponerse manos a la obra. Se intenta asignarle a cada uno una comisión o asignarle por lo menos alguna actividad dentro de la Iglesia. [...] Puede suceder que alguno ejerza ininterrumpidamente una actividad asociativa eclesial y que para nada sea un cristiano. [...] La Iglesia no existe con la finalidad de tenernos ocupados como en cualquier asociación mundana o para que se conserve viva ella misma, en cambio existe para que tengamos acceso a la vida eterna".
Al interior de la sociedad contemporánea a menudo el cristianismo aparece ligado a las estructuras. Éstas, al no ser siempre vivificadas por un testimonio personal, hacen que el rechazo o la indiferencia en relación a estas estructuras coincidan con el rechazo o la indiferencia en relación a la identidad cristiana, como si la participación en aquéllas bastase para justificar el propio ser cristiano.
En muchos cristianos falta el testimonio de la subjetividad nueva que es el cristianismo que dé vida a estas estructuras: se ha perdido la conciencia del significado personal de la vocación cristiana. Así la identidad cristiana permanece abstracta, extraña a la vida, al mundo normal.
"...y, en segundo lugar, como una falta de vitalidad en la actitud educativa, que no les hace combatir con la suficiente energía contra el ser negativo del ambiente, como lo demuestra su posición esquemática tradicional, formalista, en vez de llevarles a renovar el eterno Verbo redentor en el espíritu de la nueva lucha".
Se favorece la fractura entre cristianismo y vida. La sociedad tiende a rechazar o a relegar el cristianismo al ámbito de una dimensión privada: es decir, se realiza una separación de Dios como origen de la vida y con ello de la experiencia. Es como si Dios respondiera a la "religiosidad" y no a las exigencias de la vida. Así, inconscientemente, se acepta el rol que la sociedad quiere reservar a los cristianos. Esta "religiosidad" es como un suplemento religioso, el alma para la realización del propio proyecto en vez de ser el criterio y con ello colaboradores originales de la aspiración común de los hombres hacia la felicidad.
Las dificultades de los hijos son un dramático interrogante para los padres; por eso deberíamos preguntarnos con T.S. Elliot: "¿Es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia?" o "¿Es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad?" (Cfr. T.S. Elliot, I cori de la Rocca).
Cristo y la Iglesia
El cristianismo es un hecho, un acontecimiento
El cristianismo es un acontecimiento; una persona ha entrado en la Historia: Jesucristo, que algunos han encontrado y aceptado. La Iglesia es la posibilidad donde se puede repetir hoy este encuentro, la posibilidad donde se repita para todos, como ha dicho el Santo Padre en la XVIII Jornada Mundial de la Juventud en este año: "Queridos jóvenes, lo sabéis: el cristianismo no es una opinión y no consiste en palabras vanas. ¡El cristianismo es Cristo! ¡Es una Persona, es el Viviente!".
Por lo tanto no es una teoría, pero sí un hecho que nos incumbe a nosotros, un hecho que nos ha sido entregado por una Presencia personal, la Presencia de Cristo, del Emmanuel, "Dios-con-nosotros", de Dios que se ha hecho compañero, amigo del hombre.
Como escribía Fedor Dostoevskij en Los Demonios: "Muchos creen que sea suficiente creer en la moral de Cristo para ser cristianos; no es la moral de Cristo, ni tampoco la doctrina de Cristo lo que salvará al mundo, pero sí precisamente lo siguiente: que el Verbo se hizo carne".
El acontecimiento es el método
El "Acontecimiento" no es sólo el momento en el que este hecho ha sucedido, pero indica un método, el método elegido y usado por Dios para salvar al hombre: la Encarnación, Dios salva al hombre a través de lo humano.
El Cristianismo no es la revelación de la existencia de Dios pero sí el estupor de que Dios es un Hombre, el estupor de Kafka: "Aquel que nunca hemos visto, pero el que esperamos con verdadero anhelo, el que racionalmente ha sido considerado inaccesible para siempre, aquí está sentado" (F. Kafka, El Castillo).
La salvación no estará: está aquí; el valor del presente
Si Dios está con nosotros, entonces la salvación está aquí; y no sólo está aquí, sino que está en medio de nosotros; por eso podemos hacer uso de ella, la podemos experimentar ahora, porque Dios, que es la Salvación, se compromete con el hombre, con toda su vida y con la historia. La salvación es una compañía, la compañía de Dios con el hombre, en la cual el hombre encuentra la posibilidad de su realización, la consistencia de su vida y de sí mismo, su verdadera fisonomía, la unidad de su persona.
Nuestra realización, nuestra redención no es el resultado de nuestro esfuerzo por la coherencia humana, pero sí la consecuencia de la aceptación de aquella compañía.
"Salvar" quiere decir que el hombre entienda quién es, que entienda su destino, que sepa cómo seguir sus pasos hacia su destino y que pueda caminar hacia él.
Es encontrando esta Presencia que la persona empieza a comprenderse a sí misma, a comprender cuál es su destino, a comprender cómo andar por el camino de su destino y con qué energía debe caminar.
Abrazar la identidad cristiana, seguir el cristianismo tiene como condición la conversión. Convertirse no es analizar el anuncio, pero sí comprometerse con él, es decir, con un hecho, con un acontecimiento. Toda la consistencia del anuncio reside en el hecho de que el anuncio penetre en la existencia y la cambie. La experiencia de una renovación de la vida, de una fisonomía personal imprevista es la prueba existencial de que la obra de la Salvación se está cumpliendo al ciento por cien aquí en la tierra.
Así les recuerda el Santo Padre a los jóvenes en esta próxima Jornada mundial de la juventud: "Queridos jóvenes, sólo Jesús conoce vuestro corazón, vuestros deseos más profundos. Sólo Él, que os ha amado hasta la muerte, (cfr Jn 13,1), es capaz de colmar vuestras aspiraciones. Sus palabras son palabras de vida eterna, palabras que dan sentido a la vida. Nadie fuera de Cristo podrá daros la verdadera felicidad".
O como decía el cardenal Giacomo Biffi en un convenio de teólogos en Bologna: "Nosotros no somos el «pueblo del libro», ni siquiera somos el «pueblo de la palabra»; pero somos el «pueblo del Acontecimiento» [...] Desaventurado aquel teólogo, aquel exégeta, aquel lector de la página sagrada que diga que Jesús es en primer lugar un personaje literario, y por ello habla del Cristo de los sinópticos, del Cristo de san Pablo, del Cristo de san Juan, y no de su Salvador".
No hay posibilidad de entender el cristianismo si no se intuye que el cristianismo nace enteramente como pasión por el hombre, por cada individuo, por el destino de cada individuo.
La persona renace de un encuentro
Si Dios se ha hecho hombre entonces ha entrado en la Historia; el método para conocerlo ya no puede ser aquél de antes de su venida, aquél de todas las demás religiones fundadas en la búsqueda, en la tentativa del hombre. Primero se basaba todo en el esfuerzo, el estudio, la genialidad, el sentimiento religioso; ahora hay Alguien a quien encontrar; no se requiere una capacidad particular, pero sí la sencillez de un encuentro.
Como escribió el Santo Padre a don Giussani para los veinte años de la Fraternidad de Comunione e Liberazione "El cristianismo, antes de ser un conjunto de doctrinas o una regla para la salvación, es el «acontecimiento» de un encuentro. Es esta la intuición y la experiencia que él ha transmitido en estos años a tantas personas que se han adherido al movimiento de Comunione e Liberazione. Más que ofrecer nuevas cosas, quiere ayudar a que se vuelva a descubrir la Historia de la Iglesia, para expresarla de nuevo en un modo que sea capaz de hablar e interpelar a los hombres de nuestro tiempo".
El yo se vuelve a encontrar a sí mismo en el encuentro con una presencia que conlleva esta afirmación: "¡Existe aquello de lo que tu corazón está hecho! Mira, por ejemplo en mí existe". El encuentro con una presencia no constituye ontológicamente la persona en su subjetividad: el encuentro despierta algo que antes era oscuro, algo que existencialmente no se había pensado y que era impensable.
El hombre vuelve a descubrir la propia identidad original encontrándose con una presencia que ejerce una fuerza de atracción y provoca un volver a despertarse de las exigencias constitutivas de su naturaleza, una conmoción llena de sensatez, por cuanto realiza una correspondencia a las exigencias de la vida según la totalidad de sus dimensiones: desde el nacimiento hasta la muerte. Porque, paradójicamente, la originalidad del propio yo emerge cuando uno se da cuenta de que tiene en sí algo que está en todos los hombres.
Por lo tanto, se trata de una experiencia que hay que hacer. Ha dicho el gran experto de la Biblia Ignace de la Potterie: "La fe cristiana es un camino de la mirada".
Sin el empeño de hacer la experiencia no se puede entender qué es el camino de la mirada. La cosa más difícil de aceptar es que, aquello que nos despierta a nosotros, aquello que nos despierta a la verdad de nuestra vida, a nuestro destino, a la esperanza, a la moralidad sea realmente un acontecimiento. Porque la palabra "acontecimiento", de la cual el encuentro es la forma, indica una «coincidencia» entre lo real de lo experimentable y lo sobrenatural.
El hecho más grande no es el de existir sino el encuentro: aquella única circunstancia de la cual toda una Historia depende, un momento en el tiempo, en el que un ser dice: "Yo soy Tú el que me haces".
Nuestra responsabilidad es hacer posible el encuentro con Cristo presente en nuestro testimonio. Hay que identificarse con el valor de la afirmación de que el cristianismo "es" un acontecimiento, y no que "fue" un acontecimiento; no "ha sido" un acontecimiento sino que lo "es", ahora. Es una presencia paterna que genera un Encuentro, es decir, el impacto de un Acontecimiento que te comunica vida, porque la paternidad es verdadera cuando constituye una propuesta para la vida. Es una paternidad y por eso un encuentro cuando es propuesta de una respuesta a aquello que el otro es.
El encuentro se dilata en una compañía. El encuentro genera una compañía como certeza afectiva, una familia, un lugar en el cual hay una esperanza para la vida. Esta certeza afectiva para los jóvenes está en los adultos. Como ha afirmado el Papa hace dos años: "El encuentro con ciertas personas genera afinidad y esta afinidad genera una compañía, una comunión, un movimiento. Vivir esta comunión es participar del Misterio del Espíritu".
Nos sentimos solicitados y atraídos por el encuentro con estas personas y nos sentimos empujados a unirnos. Por lo tanto, el encuentro permanece como compañía. Ésta es el lugar del ser humano, es el lugar geográfico y social, en el que hemos sido llamados de nuevo a Aquello a lo que el encuentro nos ha vuelto a despertar: Cristo, el destino hecho hombre.
La compañía es el lugar de una amistad que nace del presentimiento del destino y que nos sostiene en el camino del destino, que es Cristo. Esta amistad es ayuda en el itinerario que lleva a la realización de sí mismo y no a la alienación de uno mismo.
Esto es lo que deberíamos provocar, lo otro sería inútil y sólo haríamos reuniones. Es la experiencia de Algo que llevamos dentro, al que pertenecemos tan profundamente que llena la vida con propuestas. Por medio de las palabras, de la organización del tiempo, de las iniciativas que uno toma, y sobre todo por medio de las relaciones que uno establece, el otro tendría que darse cuenta de que en nosotros no ha encontrado nada más humano en toda la humanidad. Es decir, aquí se experimenta, en sentido análogo, el milagro. Sucede más o menos lo que ocurría con Jesús cuando hacía los milagros. Él no vino sólo para hacer milagros, pero los ha hecho para que comprendiéramos quién era y para qué había venido. Así nuestra meta es la de hacer presente esta Presencia y hacer que todos los hombres se apropien de ella.
El método es un encuentro existencial, como dijo Juan Pablo II: "El verdadero drama de la Iglesia, que se define como moderna, está en el intento de cambiar el estupor del acontecimiento de Cristo por reglas".
El ambiente
Una presencia no puede estar sino en el ambiente. Así lo describía don Giussani al comienzo de Comunione e Liberazione en El camino es en verdad una experiencia: "Nuestra llamada no puede entrar directamente en la conciencia: para llegar al yo genuino se debe perforar una mentalidad que tiene como una especie de envoltorio. Esta especie de capa está hecha en gran parte por la exasperación, por la influencia del ambiente cotidiano a través de los medios más modernos que invaden a la persona: la propaganda, el colegio, la televisión, etc. Pretender resistir o neutralizar esta influencia es una cosa inútil si no se logra llegar a la persona precisamente allí donde la influencia es mayor, es decir, en su ambiente. Este "ambiente" evidentemente no coincide con un "lugar" en el sentido material de la palabra: más que un lugar es un ámbito, es decir, todo un modo de vivir, una trama de condiciones de la propia existencia. Precisamente en la sociedad actual tal ámbito de vida tiene su propio eje en un lugar material, físico, que se convierte en el punto de referencia o en el cruce obligatorio de todas las relaciones que surgen y el consiguiente prorrumpir de ideas y de sentimientos. Los lugares de referimiento son el colegio y, en otra proporción diferente, el trabajo".
La capacidad educativa está en crisis, cuando no crea un ambiente y no pasa por la confrontación con el ambiente. No es una capacidad educativa aquella que sabe hacer discursos y que sabe organizar, pero sí la que realiza una confrontación con el ambiente, es decir, con la trama de los problemas humanos que surgen en la convivencia, que son reflejo de la sociedad.
El empeño con el ambiente, es decir, el encuentro es generador de cultura y hace que juzguemos la realidad a la luz de la fe, de un horizonte que da valor al detalle y saca a luz la mentira de la pretensión totalitaria de una ideología. Como decía el Papa Juan Pablo II en el Congreso del MEIC en 1982: "Una fe que no se convierte en cultura es una fe que no es acogida plenamente, no está enteramente ideada, no está fielmente vivida".
El encuentro hace crecer la convicción a través de la verificación, es decir, del darse cuenta de la correspondencia entre la propuesta de Cristo y las exigencias de la persona. Dios se manifiesta al hombre más con la capacidad de responder que con la explicación de una doctrina. Ya recibimos el céntuplo aquí en la tierra, no de lo que inventa el hombre, pero sí de la vida vivida ante esa grande Presencia, la misma Presencia que hizo exclamar a san Pedro: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna".
De dónde partir
Un cristiano que vive los mismos problemas de todos, que sufre la injusticia como todos, que está implicado en las contradicciones de toda la sociedad y que experimenta en esta experiencia una correspondencia con su humanidad, y se pregunta qué cosa puede hacer por el mundo, ¿puede hacer otra cosa que vivir y hacer presente aquello que ha encontrado? El cristianismo auténtico es el anuncio de la Encarnación: el misterio y el infinito se encuentran en una realidad espacio-temporal, que precisa de la persona.
Para empezar no sirven otros elementos, no sirve un análisis ya realizado, no sirve alcanzar una fuerza o capacidad determinada, no sirve estar seguro de que uno será escuchado y que la empresa llegará a buen término.
La primera condición es que esta conciencia del acontecimiento debe producir un cambio en nosotros: los compañeros del colegio, la gente con la que nos encontramos, los amigos y los colegas tienen que darse cuenta de que también nosotros estamos personalmente comprometidos con este camino de realización de uno mismo, «educa aquel que se deja educar». Si no se parte de aquí el resto no sirve para nada. Se puede tener un momento de eficacia si se tiene a una persona humanamente fascinante y activamente constructiva, pero una vez que ésta ya no está todo se convierte en un engaño.
Los jóvenes necesitan de personas que estén a la altura de sus exigencias humanas, que sepan transmitir la fe que hay en ellos.
Hay dos síntomas que se muestran cuando estamos con ellos con esta postura:
a) que los jóvenes mismos se hagan partícipes de esta experiencia, es decir, que sean misioneros. Una vez que ellos mismos, en cuanto a seres que caminan hacia el propio destino, han descubierto cómo la intensidad de la vida cristiana coincide con la intensidad de la pasión por sí mismo en cuanto a seres que caminan hacia el propio destino, una vez que se han descubierto a sí mismos, se dan cuenta de que esta coincidencia vale para cada persona con la que se encuentran, aunque sea el propio enemigo. No podemos hacer otra cosa que comunicarla.
b) que nosotros aprendamos de los jóvenes. Porque la relación educativa es una relación recíproca: no hacer por, pero hacer con. Así el adulto está llamado a verificar aquello que propone al otro.
El descubrimiento más grande que he hecho y que hago a diario es, que enseñando se crece, uno se da cuenta de que el que más aprende es uno mismo. Uno quisiera que aquello que se aprende se hiciera transparente y persuasivo también para aquellos que están con nosotros.
Como decía Pier Paolo Pasolini: "Si alguno te hubiera educado, no lo habría hecho con sus palabras, pero sí lo habría hecho con su ser" (de Gennariello, en Lettere Luterane).
Jornada Mundial de la Juventud: De Toronto a Colonia
Roma, 10-13 de abril 2003
P. Francis KohnResponsable de la Sección de JóvenesConsejo Pontificio para los Laicos
La pastoral juvenil hoy:¿cómo responder a las expectativas de la Iglesia y de los jóvenes?
Este encuentro internacional ha sido para nosotros una ocasión de intercambio y diálogo, pero también de profundización de algunos puntos importantes vinculados a la Jornada Mundial de la Juventud, partiendo de la experiencia vivida el año pasado en Toronto y en vista de la preparación del próximo encuentro mundial de jóvenes, que se realizará en Colonia en 2005. También hemos reflexionado y discutido sobre los desafíos y las prioridades de la pastoral juvenil para el hoy y el mañana. Los aportes de los ponentes y el intercambio entre nosotros ha sido muy rico. Gracias a la muy numerosa participación de todos vosotros, que representáis a tantos países y realidades variadas de la Iglesia, nuestro horizonte se ha ampliado y hemos recibido tanto los unos de los otros para la misión que nos ha sido encomendada al servicio de los jóvenes.
Antes de dejar la palabra al cardenal Stafford, tengo el honor y también la carga de concluir esta jornada de estudio: es una tarea delicada a causa del cansancio por el trabajo intenso de estos días, pero también por el buen número de elementos de respuesta que ya se ha dado en los grupos de trabajo y que hace escasos momentos hemos escuchado. En vez de intentar hacer una síntesis os propongo una reflexión que prolonga nuestro debate y en la que incluiré algunos elementos que me parecen particularmente importantes: ¿qué tipo de pastoral juvenil para hoy y para mañana?
Para responder a esta pregunta, la examinaré bajo un ángulo diferente, es decir, partiendo del análisis de las expectativas de los jóvenes y de la razones del 'éxito' que tienen las JMJ desde hace casi veinte años. Estoy convencido de que la JMJ no sólo es 'reveladora' de las expectativas de los jóvenes sino también una respuesta adecuada a tales expectativas. A partir de esta sencilla constatación extraeré un par de conclusiones que introducirán algunas propuestas para la 'pastoral ordinaria' con la cual estáis comprometidos. Después de subrayar algunos puntos esenciales que caracterizan las expectativas de los jóvenes de la generación actual (I), destacaré algún elemento clave de la Jornada Mundial de la Juventud, concebida y vivida como una pedagogía de fe (II) para proponer finalmente algunas prioridades que me parecen fundamentales para el futuro (III).
I. La JMJ 'reveladora' de las expectativas de los jóvenes
1) Los jóvenes que han acudido en tan alto número a cada JMJ son extremamente diferentes en cuanto a su origen y credo profesado; aunque sean católicos por tradición, nuevos conversos, agnósticos, en busca o adeptos de la New Age, todos tienen en común la voluntad de buscar la felicidad y el sentido de la propia existencia. Están en búsqueda de puntos de referencia y manifiestan la necesidad de ser iluminados, educados y formados tanto a nivel intelectual y moral como doctrinal. Aunque muchos de ellos sean ajenos a la Iglesia, todavía aceptan la exigencia y la firmeza de las enseñanzas del Papa, porque reconocen en él a un verdadero padre que desea guiarlos por los caminos que conducen a la vida, que es capaz de escucharlos, de animarlos y de amarlos. Son tocados por la fuerza serena testimoniada por el Santo Padre, a pesar de la fatiga y las enfermedades; acogen el enorme contraste entre la debilidad física que a veces lo oprime, y la fuerza interior que lo anima, tanto es así que no teme de mostrarse tal cual es. Los jóvenes admiran el Papa porque encarna un cristianismo 'viril' y lucha con determinación por la fe y la dignidad humana. Le conceden una gran credibilidad, y esto es debido al hecho de que lo ven totalmente entregado a Dios y a los hombres, 'hasta el extremo del límite de la audacia' en la donación de sí mismo.
2) El aspecto paradójico del éxito de la JMJ en la 'generación de Juan Pablo II' se da precisamente por el hecho de que las expectativas de estos jóvenes son tanto más profundas cuanto mayores son sus carencias y más manifiesta su fragilidad. La 'ambivalencia' que caracteriza a las jóvenes generaciones, y que a menudo se ha comentado en los grupos de trabajo, es para mí fuente de esperanza, no de desánimo. Los 'puntos débiles' de los jóvenes de hoy son de hecho el revés de sus 'puntos fuertes' y manifiestan 'en negativo' lo grandes que son sus necesidades y deseos. Estos jóvenes, por lo general, son ignorantes en cuestiones de fe y a menudo han ido por la vida sin alguna conexión con sus raíces cristianas, ya que sus padres no han considerado la religión como una herencia preciosa como para transmitirla a sus hijos. Muchos no han sido bautizados ni han recibido una formación religiosa; tantos han padecido la separación de sus padres, se han criado en familias 'agrandadas' y han conocido la soledad. Pero precisamente porque son jóvenes quieren creer en la felicidad y no pueden aceptar los frutos amargos del escepticismo y de la desesperación que emana de una sociedad que está envejeciendo y que es capaz de proponer sólo dudas y miedos.
Se podría, al fin, decir que esta generación es 'mística' porque en su búsqueda esencial tiene el corazón abierto a Dios, sin prejuicios. Pero también es 'encarnada' y de 'su tiempo': de hecho sabe reírse y divertirse, pero también sabe dar pruebas de generosidad y de solidaridad. Estos jóvenes desean dedicarse a los demás, conscientes que el servicio desinteresado es un camino privilegiado para profundizar en la fe. Aunque son atentos al dolor de los hombres, no se contentan con una humanidad sin Dios. Se sienten extraños en relación a una Iglesia que parece estar más preocupada de los propios problemas internos de gestión que de la 'salvación de los hombres' y de las preguntas fundamentales de la existencia. La Iglesia los desengaña porque ante las dificultades parece renunciar a las propias razones para creer y esperar, pero la aman porque testimonia la propia fe en forma gozosa.
Este breve análisis nos permite entender mejor, cómo la Jornada Mundial de la Juventud es verdaderamente y propiamente 'reveladora', en el sentido fotográfico de la expresión: de hecho saca a luz las expectativas ocultas de los jóvenes, aquellas expectativas que ellos no siempre pueden expresar en su ambiente habitual.
II. La JMJ, una respuesta a las expectativas de los jóvenes
El segundo punto de mi reflexión concierne a la pedagogía adoptada por la Jornada Mundial de la Juventud: identificar los elementos clave permite comprender mejor por qué los jóvenes responden en modo tan positivo a la invitación del Santo Padre, aunque no siempre sean conscientes de la motivación que los empuja a participar en ella. Esta pedagogía se podría resumir diciendo que la JMJ está concebida, preparada y vivida como una celebración festiva de la fe, con liturgias animadas y enseñanzas compactas. Además es un intenso momento de comunión y de descubrimiento de la Iglesia universal, con numerosos encuentros enriquecedores y una apertura al mundo. Finalmente la JMJ aparece como un estímulo para la vida cristiana ordinaria y para la evangelización.
1) La JMJ es una grande celebración de fe, vivida como una fiesta
Cuando se les pregunta a los jóvenes sobre lo que más les ha impactado durante la JMJ, dos son las expresiones que retornan con más frecuencia: 'la experiencia de la fe' y 'la alegría de creer'.
El programa de la Jornada está concebido como una peregrinación, con las catequesis como etapa fundamental, a las que los jóvenes acuden cada vez con mayor número. El trascurso de los tres días pretende proponer los fundamentos de la fe a los jóvenes, ayudándoles a hacer un encuentro personal con Cristo como también un camino de conversión y de reconciliación, en particular mediante el sacramento de la penitencia. Las catequesis son ocasión para un diálogo fecundo entre los jóvenes y los obispos.
El sacramento de la reconciliación y de la penitencia, celebrado individualmente en el encuentro con el sacerdote, es, como ya se ha subrayado, un elemento fundamental del itinerario espiritual propuesto a los jóvenes durante la JMJ. En Roma y Toronto era impresionante ver las largas filas de jóvenes esperando para confesarse en el Circo Massimo y en el 'Duc in Altum-Park', mientras otros permanecían allí al lado en silencio para adorar el Santísimo ahí expuesto, o venerando la Cruz de la JMJ.
Las celebraciones eucarísticas son igualmente uno de los momentos fuertes de la JMJ, que los jóvenes aprecian mucho. Hablando en términos más generales, el conjunto de las liturgias constituye un elemento esencial de esta 'pedagogía de la fe' cuando son gozosas y recogidas, vivas y orantes. La joven generación no quiere contentarse con una religión vivida por obligación, porque ha hecho, o quiere hacer, la experiencia de la alegría de creer, alegría que proviene del encuentro personal con Cristo. Es la alegría de la salvación que se profundiza con la oración y los sacramentos, pero también con una experiencia de Iglesia, descubierta en su unidad (en torno al Santo Padre) y en su diversidad (con los jóvenes del mundo entero).
2) La JMJ es un momento de intensa comunión con la Iglesia universal
Un factor determinante de la JMJ es el encuentro entre el Papa y los jóvenes. Los jóvenes y el Papa. Juntos. Éste es el eslogan ya conocido de la JMJ. Juan Pablo II es el 'coagulante' y el 'encolador' de las diferentes y variadas multitudes de jóvenes. Es el signo visible de la unidad y de la comunión de la Iglesia, su presencia refuerza la conciencia y la alegría de los jóvenes de pertenecer a una Iglesia ferviente y viva.
La comunión, vivida más allá de las diferencias de la cultura, lengua o nacionalidad, es un camino privilegiado para descubrir la 'catolicidad' de la Iglesia, de su universalidad. La JMJ representa para los jóvenes una verdadera y propia 'pedagogía de comunión' y una parábola concreta de paz y de reconciliación más allá de las fronteras.
Las nuevas generaciones, como bien sabéis, se han sensibilizado mucho hoy en cuanto al fenómeno de la globalización y no dudan en manifestar su desacuerdo con un cierto modo de entenderla, basado en la primacía de criterios económicos y financieros. En el gran debate que actualmente está en curso, la JMJ permite a los jóvenes descubrir y experimentar la dimensión cultural y religiosa de la 'globalización', dimensión demasiadas veces olvidada e ignorada, ¡aunque la Iglesia ya la vive y la promueve desde el día de Pentecostés! Desde este punto de vista la JMJ es fuente de esperanza porque revela una visión de la globalización fundada en los valores inestimables de la persona humana, mostrando así los aspectos positivos de este fenómeno que hay que humanizar y 'cristianizar' para ponerlo al servicio de la dignidad de todo ser humano, de la solidaridad y del bien común.
3) La JMJ es un estímulo precioso para la vida cristiana y para la evangelización
La JMJ es 'reconstituyente' para los jóvenes que participan en ella, ya que en estos grandes encuentros ellos se dan cuenta de que no están solos en el ser cristianos y que no pertenecen a 'una especie en extinción'. En el mundo de hoy los jóvenes cristianos a menudo son una minoría. En algunos países africanos o asiáticos a menudo son agredidos o perseguidos a causa de su fe; en otros continentes, como en Europa occidental o en América del Norte, viven en un ambiente secularizado en el que la Iglesia carece de 'visibilidad'. Fortalecidos en la fe y en la esperanza, parten renovados en su deseo de testimoniar. Gracias a esta experiencia revitalizadora, se sienten más protegidos para poder resistir a la tentación de 'tirar la toalla' cuando se sienten aislados en la oficina o en la universidad, y tienen una mayor capacidad para resistir al virus del desánimo y de la desesperación que en algunas zonas del mundo ampliamente ha contagiado a la Iglesia y a la sociedad. Muchos jóvenes vuelven a encontrar así la alegría y el valor de ser cristianos. La Jornada Mundial les hace entender que es posible afirmar la propia fe con simplicidad, sin arrogancia ni complejos.
Permitiendo a los jóvenes de vivir la dimensión comunitaria y eclesial de la fe, la JMJ desvela un nuevo estado de ánimo de las jóvenes generaciones. En los países de 'antigua cristiandad', la Iglesia era vista como una especie 'preliminar' de la fe; hoy, por el contrario, es la experiencia de la fe la que, por regla general, lleva a la Iglesia. Los jóvenes de hoy quieren creer, pero son más reticentes a 'pertenecer' a una institución. Ciertamente, se asiste a un retorno del sentimiento religioso, pero tampoco se está libre del riesgo de un cierto exotismo y sincretismo. La JMJ ha puesto en evidencia el hecho de que la nueva generación acepta ser evangelizada sin prejuicios: de hecho manifiesta una sed del absoluto que exige respuestas claras y tiene en cuenta la dimensión religiosa de la vida, sin ocultar la especificidad cristiana. Al contrario de sus padres, que por lo general eran católicos por tradición, si no por convención, los jóvenes de esta generación deben realizar un acto de libertad para ser cristianos en un mundo que ya no es cristiano. Para un joven de hoy, el acto de creer no coincide con un conformismo social pero con la voluntad de ser diferente en nuestra sociedad post-cristiana.
Aunque los frutos de la JMJ no siempre son visibles, y aún menos valorables, a corto plazo podemos obtener el nuevo impulso transmitido por la Jornada a las Iglesias locales. No es sólo la pastoral juvenil la que es vivificada, sino toda la Iglesia la que consigue una mayor seguridad en un ambiente a menudo indiferente u hostil. En un contexto de secularización, la JMJ juega el rol de 'servicio público' desempeñado por la Iglesia en numerosos sectores de la vida social, en la medida en que contribuye a construir una sociedad más tolerante y más abierta a los jóvenes, participando así en la educación de los valores comunes. En un contexto de disminución y envejecimiento de los sacerdotes la JMJ ha dejado experimentar a muchos pastores y fieles una nueva confianza. La JMJ ha dado por lo tanto una 'bocanada de oxígeno' a la Iglesia, permitiéndole crear una dinámica 'sobre el terreno'. Ha mejorado netamente la visibilidad y la 'imagen de la Iglesia', vista ahora por muchos como más accesible y cercana a la gente, en particular a los jóvenes.
La Jornada Mundial de la Juventud constituye por lo tanto un medio extraordinario de evangelización del planeta joven, porque aparece como una respuesta adecuada a sus expectativas, sobre todo a la pedagogía adoptada. De hecho procura que el mayor número posible de jóvenes pueda vivir una experiencia espiritual y eclesial, según una propuesta kerigmática, sacramental y catequética de la fe. La JMJ tiene también una dimensión 'vocacional' y misionera. Ayuda de hecho a los jóvenes a tomar conciencia de su identidad cristiana y de las exigencias que implica la vocación del bautizado, haciéndoles descubrir que son llamados a ser santos, viviendo y anunciando el Evangelio en el corazón de su vida cotidiana.
III. Algunos impulsos para la reflexión sobre la pastoral juvenil
Si estamos de acuerdo, al menos eso espero, en el reconocer la importancia de la Jornada Mundial de la Juventud y su impacto en la vida de la Iglesia, queda pendiente todavía una pregunta: ¿cómo 'transformar la prueba' de la JMJ y hacer que el impulso surgido de ella no sea 'humo de paja', privo de efectos a largo plazo? Una vez de regreso a la vida cotidiana, ¿qué podemos hacer para que no se ceda al desánimo frente al sentimiento de 'distancia' y de 'rotura' entre aquel 'momento fuerte' y la rutina de la vida diaria? La tentación, o peor el error, sería aquélla de contraponer el carácter 'excepcional' de la JMJ a la realidad 'ordinaria' de la pastoral juvenil, vivida en un modo más sobre el terreno. Ciertamente no se trata de 'reproducir' la JMJ a escala diocesana o nacional, pero de tratar de introducir los elementos clave de su pedagogía en la pastoral local. Sabemos por experiencia que el aspecto más importante de la Jornada Mundial de la Juventud no consiste en el evento como tal, sino en su preparación y en su seguimiento.
Procuramos por ello sacar las consecuencias de esta constatación, enucleando algunas prioridades para la pastoral 'ordinaria'. No se trata, por supuesto, de proponer 'recetas', pero sí impulsos para profundizar en el contexto de la sociedad actual. Sobre todo tenemos que tener en cuenta el hecho de que los jóvenes se encuentran ante una infinidad de ofertas diferentes en todos los campos, incluido aquél religioso; se infravalora su grande flexibilidad por la cual tienden a privilegiar el momento presente para evadirse en el imaginario: estos son fenómenos que contribuyen al desarrollo de una cultura del 'zapping' la cual favorece la fragmentación, la dispersión y la superficialidad más que el arraigarse en lo real y la formación durante un plazo más largo. Por lo tanto, el desafío planteado a la pastoral es el de ayudar a los jóvenes a encontrar la unidad profunda de su ser y a combinar la fe y la razón, lo 'sensorial' y lo 'racional', lo 'afectivo' y lo 'espiritual'...
Quisiera reunir las prioridades pastorales fundamentales en cuatro grandes sectores complementarios que son considerados, no como un itinerario impuesto en el cual los jóvenes deberían recorrer una etapa tras la otra, sino más bien como una casa con diferentes puertas de ingreso. Vuestra misión de educadores consiste en ayudar a los jóvenes a crecer en una vida profundamente arraigada en Cristo, estructurada por una formación sólida, animada por el amor a la Iglesia, comprometida con el mundo y orientada en la misión.
1) Una vida profundamente arraigada en Cristo
La prioridad de toda pastoral juvenil es aquélla de fortalecer a los jóvenes en su relación con Jesucristo. Ahora la JMJ permite a los muchísimos jóvenes experimentar una efusión del Espíritu Santo que se destaca precisamente por el encuentro personal con Cristo, descubierto como persona viva. Una experiencia parecida renueva toda la vida cristiana del bautizado y reaviva su celo por la evangelización. La relación con Cristo se construye día tras día en la oración personal, en la escucha frecuente de la Palabra de Dios y en una vida sacramental regular: estos elementos no son tan naturales en una generación poco acostumbrada a afrontar tareas concretas y duraderas. De ahí la importancia de introducirla y acompañarla en el camino de la vida espiritual. Los jóvenes de hoy están, en efecto, en la búsqueda de propuestas para la oración. Y aunque estén por lo general absorbidos por el torbellino ensordecedor de su propia generación, tienen hambre de silencio y están dispuestos a dejarse guiar en el camino hacia la interioridad, que es absolutamente necesaria (como ya se ha subrayado) para su equilibrio tanto humano como espiritual. La educación para la vida litúrgica y sacramental es el parámetro fundamental para entrar en la profundidad de la vida de la fe y la belleza del Misterio de la Iglesia.
La 'ejemplaridad' y el testimonio personal son elementos educativos importantes que hay que incluir en la pastoral juvenil. Como bien lo ilustra el ejemplo del Papa Juan Pablo II, los jóvenes tienen necesidad de percibir la coherencia entre las palabras y los hechos. Desde esta óptica es importante invitarlos a encontrar testigos de la fe comprometidos en la vida de la Iglesia y del mundo. La 'pastoral vocacional' está en el centro de toda 'pastoral juvenil', porque, como subraya a menudo el Papa, pertenece a los jóvenes el reflexionar sobre el propio futuro y de buscar la propia vocación, entendida como llamada de Dios, única para cada ser humano. La presencia de personas de diferentes 'estados de vida' en los grupos juveniles, hará crecer en ellos el deseo de la santidad y les ayudará a reconocer la vocación específica (matrimonio, sacerdocio, vida consagrada) mediante la cual podrán responder en modo más radical a la llamada del Señor. Así la 'pastoral vocacional' se encontrará valorizada en tanto esté plenamente integrada en el conjunto de vuestros objetivos pastorales, sin que esto requiera a la fuerza grandes medios.
2) Una vida estructurada por una formación sólida
Los jóvenes están dispuestos a dejarse formar y educar en la fe, aunque se declaren no creyentes o ajenos a la Iglesia: ¡es una de las paradojas de nuestra época! Su ignorancia de la realidad de la fe les hace estar abiertos para recibir un 'primer alimento', etapa inicial que les permite acceder a una formación más profunda. Después de la JMJ, de hecho se ha podido constatar un aumento de catecúmenos y de practicantes de 'regreso', sobre todo en los países organizadores del evento. El interés suscitado por medio de las 'catequesis' que se realizaron durante la JMJ, ilustra precisamente esta tendencia. ¿Por qué no extender esta experiencia proponiendo a vuestros obispos a que inviten a los jóvenes a un encuentro regular con ellos para un momento de catequesis y diálogo? ¿Pero qué tipo de formación debemos privilegiar?
Los jóvenes de hoy tienen necesidad de una formación a la vez estructurada y estructurante, que asocie estrechamente los fundamentos de la fe y la experiencia cristiana. Para ser atractiva debe ser además accesible y diversificada. Se la podría definir de la siguiente manera:
una 'formación integral', o sea global, que tenga en cuenta toda la persona, tanto en el plano humano como espiritual, y también la relación entre naturaleza y gracia;
una formación bíblica y antropológica, que introduzca en el plan de salvación de Dios para con los hombres, ayudando a la vez a los jóvenes a estructurar la propia personalidad y a hacer un uso responsable de la propia libertad. Esta es una prioridad, porque los jóvenes tienen hoy una gran dificultad para comprometerse y tomar una decisión para toda la vida;
una formación doctrinal sistemática y coherente, que destaque nuestras razones para creer y ofrezca el tesoro de la fe cristiana que nos ha sido transmitida por medio de la Tradición;
una formación eclesial que ayude a cada bautizado a descubrir su propia identidad cristiana y a amar la Iglesia como a una Madre, que cuida de sus hijos y vela por su educación para la vida;
una formación ética que ofrezca puntos de referencia objetivos para orientarse en la vida.
Teniendo en cuenta la diversidad de las situaciones, es indispensable proponer a los jóvenes 'caminos' congruentes con su itinerario que comprenda estos diferentes aspectos complementarios.
3) Una vida animada por el amor a la Iglesia
Como se ha visto, la JMJ es una ocasión única para hacerles descubrir a los jóvenes la Iglesia en su universalidad. ¿Cómo podemos hacer aún más presente esta dimensión de la Iglesia en nuestra pastoral 'ordinaria'? Un medio simple y pedagógico es hacer que los jóvenes vivan según el ritmo de la Iglesia universal, uniéndolos a las iniciativas del Papa, invitándolos a rezar en forma regular según sus intenciones y hacer que conozcan sus textos. Vuestra pastoral se podría enriquecer si ésta se inspirara más ampliamente en las grandes orientaciones dadas por el Santo Padre, como sucede, por ejemplo, con el Mensaje que cada año dirige a los jóvenes de todo el mundo. El estudio y la meditación de tales textos en pequeños grupos constituyen, de hecho, un elemento esencial del itinerario de la pastoral de la JMJ, sea en su fase preparatoria como en la posterior. Otro de los elementos positivos de la JMJ es el de hacerles descubrir la Iglesia en su diversidad. A nivel de la Iglesia local es bueno prolongar esta experiencia, fomentando el conocimiento de las diferentes realidades eclesiales y suscitando iniciativas y colaboraciones nuevas, por ejemplo entre las parroquias y el seguimiento religioso en las escuelas, entre las 'instancias diocesanas', los 'movimientos eclesiales' y las 'nuevas comunidades'. Es una ocasión propicia para que unos y otros se conozcan mejor y crezcan en el respeto recíproco. Para los jóvenes, ávidos de conocer maneras diferentes de vivir la fe, se pueden tomar variadas iniciativas para favorecer el intercambio con coetáneos provenientes de ambientes y horizontes culturales diferentes, como lo es el hermanamiento con jóvenes de otras regiones o países.
Pero me diréis, que a pesar de todo esto queda intacta una de las dificultades principales de la 'post-JMJ': ¿cómo animar a los jóvenes, una vez que han regresado a sus diócesis, a que frecuenten las parroquias, cuyos miembros por lo general son poco numerosos y de más edad? No son atraídos a ellas porque allí no encuentran la vida que han vivido durante la JMJ, con centenares de miles de jóvenes reunidos en torno al Papa. Ciertamente no es posible 'reproducir' artificialmente la experiencia de comunión vivida en Manila, Denver, París, Roma o Toronto, pero con vuestro celo apostólico debéis ayudar a las parroquias, a los agentes pastorales y a los grupos de vuestra ciudad o región para que sea cada vez más una comunidad abierta, donde la vida fraterna sea cálida: ¡porque la vida atrae a la vida! Una de las prioridades que debemos llevar adelante es, sin duda, la calidad de la acogida, una acogida atenta y personalizada, lo que conlleva la presencia de personas disponibles que acepten dar gratuitamente parte de su tiempo para escuchar a los jóvenes y caminar con ellos de forma duradera. ¡Es así como los jóvenes comenzarán a tener confianza! En la sociedad actual los jóvenes padecen una gran soledad, a menudo enmascarada por la necesidad de asociarse, por lo que se juntan con bandas o grupos de amigos. Por lo tanto, su crecimiento humano y espiritual posa sobre la constitución de una red de acompañantes formados en el ámbito de comunidades cristianas.
4) Una vida comprometida con el mundo y orientada en la misión
Si la oración y la vida espiritual son elementos importantes de toda vida cristiana, la experiencia demuestra que muchísimos jóvenes tienen necesidad de hacer alguna cosa y de servir. Un buen medio sería animarles a adherirse a iniciativas humanitarias o sociales, para que tomen conciencia del hecho de que el cristiano está llamado a comprometerse en el mundo y a asumir la propia responsabilidad en la sociedad, al servicio del bien común y de la construcción de la paz. Poniéndose al servicio de los más pobres, su corazón se abrirá a la compasión y a la caridad y, en respuesta al deseo de Dios de revelar el propio amor a todos los hombres, crecerá en ellos el deseo por la misión.
La pastoral juvenil debe tener cuenta de esta perspectiva misionera, animada por el deseo de la salvación de los hombres. Suscitar localmente diferentes iniciativas misioneras es el mejor medio para hacer comprender a los jóvenes que la misión es la vocación normal y 'esencial' de todos los bautizados, más allá de sus modalidades. Actividad de evangelización 'directa' en la calle o en el campus universitario por ejemplo, son ejercicios óptimos para que la evangelización de cualquier tipo contenga siempre un 'anuncio explícito'. Estas son iniciativas que no se oponen al testimonio de la vida, aunque éste es necesario, en el ámbito de la existencia cotidiana más normal, en el mundo de los estudios, del trabajo o del tiempo libre...
Así como los jóvenes no se sienten a gusto en una Iglesia estática, así están contentos si pueden participar en una Iglesia que no tiene miedo de salir del encierro de los propios 'muros' para rezar y testimoniar públicamente la propia fe. Por eso es bueno que la pastoral juvenil fomente las peregrinaciones volviendo a valorar en vuestros países y vuestras diócesis los santuarios, a veces desconocidos o abandonados, haciendo que los jóvenes vuelvan a descubrir las raíces de su Historia y de su cultura.
En conclusión, quisiera subrayar el hecho de que la Jornada Mundial de la Juventud ha contribuido a que la Iglesia sea más atenta a los interrogativos y al grito de los jóvenes, favoreciendo así el diálogo entre las generaciones. Una hermosa clave del éxito de la JMJ es el hecho de que se realiza para los jóvenes y es realizada por los jóvenes. Ha ayudado a los adultos a comprender que es necesario tener fe en los jóvenes y hacerles responsables: es esta la intuición profunda que Juan Pablo II ha expresado y traducido con los hechos durante todo su Pontificado. El Papa fomenta la fe en los jóvenes, porque sienten que él los ama y los toma en cuenta. Como bien sabemos, la clave de toda misión con los jóvenes consiste en el confiar en ellos. La Iglesia no debe apartarse de su propia misión: debe transmitir su rica experiencia a los jóvenes, pero sabiendo escucharlos. Es cuanto ha expresado el Santo Padre en su Exhortación apostólica Christifideles laici: 'La Iglesia tiene tantas cosas que decir a los jóvenes, y los jóvenes tienen tantas cosas que decir a la Iglesia' (N1 46).
Jornada Mundial de la Juventud: De Toronto a Colonia
Roma, 10-13 de abril 2003
Card. James Francis StaffordPresidenteConsejo Pontificio para los Laicos
Palabras de clausura
Antes que nada quisiera decir dos cosas que se me ocurrieron durante los encuentros de estos días. Hemos hablado del deseo de santidad entre los jóvenes católicos y del tipo de pastoral juvenil que debemos realizar ahora y en el futuro.
1. El jueves por la tarde, durante el encuentro con los jóvenes de la diócesis de Roma bajo una lluvia torrencial, el Santo Padre estaba hablando de María; en un momento dado dejó aparte su discurso para contar espontáneamente una experiencia de cuando tenía más o menos 22 años. En aquel entonces, durante la ocupación nazi, trabajaba en una planta química cuando sintió el impulso de decirle a María: "Totus tuus" - "¡Soy todo tuyo!". Una declaración así de radical no viene de la nada; viene de una vida espiritual fundada en la oración y el ascetismo.
2. La segunda cosa que se me ocurrió fue la ocupación actual de Irak, uno de los tres países denominados como "el eje del mal", y la confusión y los desafíos que el mundo presenta en este momento histórico, sobre todo a los jóvenes. Para las jóvenes generaciones la violencia de masa es una realidad de la vida, y lo ha sido durante todo el siglo XX.
¿Qué podemos ofrecer, como cristianos y como Iglesia, a los jóvenes que se encuentran ante tanta violencia? Ante todo debemos concentrarnos en Jesús. Su nombre significa "Salvador". El evangelio de san Juan dice que él es "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Pecado - pensad en esta palabra en relación al período espantoso en el cual el joven Wojtyla encontró su vocación, y también en el período espantoso que la gente está viviendo ahora en Irak y en otros países. Llama la atención la cantidad de veces que aparece en la liturgia la palabra "pecado". "No mires nuestros pecados sino la fe de nuestra Iglesia". Tenemos necesidad de una mayor comprensión del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; no podemos hablar de nuestros puntos fuertes y de nuestros puntos débiles sin tener en cuenta la realidad del pecado.
Obviamente, necesitamos la reconciliación para mantener viva una comunidad de fe. Aquí entran en juego las nuevas asociaciones laicales. En los años en que he sido obispo de Denver, Menfis y Baltimore me he encontrado ante el problema de la extinción de tantas parroquias. Había un gran número de personas pertenecientes a diversos grupos étnicos cuyas necesidades espirituales no eran tomadas en consideración; había muchos neo-bautizados de los que las parroquias no eran capaces de ocuparse y que por eso abandonaban después la Iglesia. Era un desafío importante al que ni las diócesis ni las comunidades religiosas conseguían darle la cara. En 1980 descubrí las asociaciones laicales. Poco después, en Denver, un joven sacerdote, al que había asignado la recuperación de una de estas parroquias, invitó a un movimiento laical a su comunidad parroquial. Los miembros de este movimiento consiguieron intervenir eficazmente en diversos grupos en dificultad - pobres, alcohólicos, toxicómanos, etc. - y la parroquia se revitalizó.
El Concilio Vaticano II afirmó que la constitución de la Iglesia católica se basa en dos elementos esenciales: en el elemento institucional y en el carismático. El elemento institucional es representado por las estructuras: parroquias, diócesis, conferencias episcopales y ministros ordenados - obispos, sacerdotes, diáconos. Este elemento no puede ser vital sin el elemento carismático, que apareció en las sucesivas corrientes de renovación en el transcurso de la Historia: una renovación de carácter marcadamente laical, que tuvo lugar el siglo pasado. Los fundadores y las fundadoras de hoy han visto el rol carismático de los laicos dentro de las estructuras de la Iglesia y han recibido el apoyo de pontífices modernos y de muchos obispos.
A nivel parroquial, las asociaciones laicales pueden dar un servicio valioso. Con su entusiasmo, su empeño y su formación saben cómo introducir a los neo-bautizados en la vida de la Iglesia local, saben cómo animar la vida parroquial en una época en la que las parroquias están afrontando los cambios y desafíos debido a la industrialización, urbanización y secularización. Desde un cierto punto de vista, para la Iglesia institucional puede ser humillante admitir que necesita ayuda, pero esto también es liberador. Insisto, en la constitución de la Iglesia el elemento carismático es tan esencial como el institucional, especialmente en cuanto a la experiencia del perdón y de la reconciliación.
En este convenio hay delegados de 75 países que representan el aspecto institucional de la constitución de la Iglesia, y delegados de 41 asociaciones laicales que representan el elemento carismático de la Iglesia. Fundamentalmente, estos dos grupos no están en contraposición; más bien se complementan. Esta es una realidad de la que debemos sacar provecho en la preparación de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Colonia. Es importante para Europa central, pero también para otros muchos lugares.
Damos gracias a Dios por la renovación de los dones del Espíritu Santo en la Iglesia. El Papa Juan XXIII pidió al Señor de concedernos un nuevo Pentecostés. El Papa Juan Pablo II, en la vigilia de Pentecostés de 1998, reunió en la plaza de San Pedro a más de 300.000 personas pertenecientes a movimientos, asociaciones y comunidades laicales. Esta era la señal de que la petición del Papa Juan XXIII se está cumpliendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario