jueves, 23 de abril de 2009

XII Jornada Mundial de la Juventud - 1997


«Maestro ¿dónde vives? Venid y veréis»

(Jn 1,38-39)



23 de marzo - Roma Celebración diocesana

Domingo de Ramos





MENSAJEA LOS JÓVENES Y A LAS JÓVENESDEL MUNDOCON OCASIÓN DE LA XII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


«Maestro, ¿dónde vives? Venid y veréis» (cfr. Jn 1,38-39)


Muy queridos jóvenes:


1. Me dirijo a vosotros con alegría, continuando el largo diálogo que, con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, estamos realizando. En comunión con todo el pueblo de Dios que camina hacia el Gran Jubileo del año 2000, quiero invitaros este año a fijar la mirada en Jesús, Maestro y Señor de nuestra vida, mediante las palabras que encontramos en el Evangelio de Juan: «Maestro, ¿dónde vives? Venid y veréis» (cfr. 1,38-39).
En los próximos meses, en todas las Iglesias locales os encontraréis con vuestros pastores para reflexionar sobre estas palabras evangélicas. Después, en agosto de 1997, viviremos juntos la celebración de la XII Jornada Mundial de la Juventud a nivel internacional en París, en el corazón del continente europeo. En aquella metrópolis, desde siglos encrucijada de pueblos, de arte y de cultura, los jóvenes de Francia se están preparando con gran entusiasmo para acoger a sus coetáneos provenientes de todos los rincones del planeta. Siguiendo la Cruz del Año Santo, el pueblo de las jóvenes generaciones que creen en Cristo será una vez más icono vivo de la Iglesia peregrina por los caminos del mundo. En los encuentros de oración y reflexión, en el diálogo que une superando las diferencias de lengua y de raza, en el intercambio de ideales, problemas y esperanzas, experimentará vitalmente la promesa de Jesús: «Donde están dos o tres ?reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).
2. Jóvenes de todo el mundo, ¡en el camino de la vida cotidiana podéis encontrar al Señor! ¿Os acordáis de los discípulos que, acudiendo a la orilla del Jordán para escuchar las palabras del último de los grandes profetas, Juan el Bautista, vieron como indicaba que Jesús de Nazaret era el Mesías, el Cordero de Dios? Ellos, llenos de curiosidad, decidieron seguirle a distancia, casi tímidos y sin saber que hacer, hasta que él mismo, volviéndose, preguntó: «¿Qué buscáis?», suscitando aquel diálogo que dio inicio a la aventura de Juan, de Andrés, de Simón «Pedro» y de los otros apóstoles (cfr. Jn 1,29-51).
Precisamente en aquel encuentro sorprendente, descrito con pocas y esenciales palabras, encontramos el origen de cada recorrido de fe. Es Jesús quien toma la iniciativa. Cuando Él está en medio, la pregunta siempre se da la vuelta: de interrogantes se pasa a ser interrogados, de «buscadores» nos descubrimos «encontrados»; es Él, de hecho, quien desde siempre nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4,10). Ésta es la dimensión fundamental del encuentro: no hay que tratar con algo, sino con Alguien, con «el que Vive». Los cristianos no son discípulos de un sistema filosófico: son los hombres y las mujeres que han hecho, en la fe, la experiencia del encuentro con Cristo (cfr. 1Jn 1,1-4).
Vivimos en una época de grandes transformaciones, en la que declinan rápidamente ideologías que parecía que podían resistir el desgaste del tiempo, y en el planeta se van modificando los confines y las fronteras. Con frecuencia la humanidad se encuentra en la incertidumbre, confundida y preocupada (cfr. Mt 9,36), pero la Palabra de Dios no pasa; recorre la historia y, con el cambio de los acontecimientos, permanece estable y luminosa (cfr. Mt 24,35). La fe de la Iglesia está fundada en Jesucristo, único salvador del mundo: ayer, hoy y siempre (cfr. Hb 13,8). La Palabra remite a Cristo, porque a Él se dirigen las preguntas que brotan del corazón humano frente al misterio de la vida y de la muerte. Él es el único que puede ofrecer respuestas que no engañan o decepcionan.
Trayendo a la memoria vuestras palabras en los inolvidables encuentros que he tenido la alegría de vivir con vosotros en mis viajes apostólicos por todo el mundo, me parece descubrir en ellas, de forma insistente y viva, la misma pregunta de los discípulos: «Maestro, ¿dónde vives?». Aprended a escuchar de nuevo, en el silencio de la oración, la respuesta de Jesús: «Venid y veréis».
3. Muy queridos jóvenes, como los primeros discípulos, ¡seguid a Jesús! No tengáis miedo de acercaros a Él, de cruzar el umbral de su casa, de hablar con Él cara a cara, como se está con un amigo (cfr. Ex 33,11). No tengáis miedo de la «vida nueva» que Él os ofrece: Él mismo, con la ayuda de su gracia y el don de su Espíritu, os da la posibilidad de acogerla y ponerla en práctica.
Es verdad: Jesús es un amigo exigente que indica metas altas, pide salir de uno mismo para ir a su encuentro, entregándole toda la vida: «quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35). Esta propuesta puede parecer difícil y en algunos casos incluso puede dar miedo. Pero – os pregunto – ¿es mejor resignarse a una vida sin ideales, a un mundo construido a la propia imagen y semejanza, o más bien buscar con generosidad la verdad, el bien, la justicia, trabajar por un mundo que refleje la belleza de Dios, incluso a costa de tener que afrontar las pruebas que esto conlleva?
¡Abatid las barreras de la superficialidad y del miedo! Reconociéndoos hombres y mujeres «nuevos», regenerados por la gracia bautismal, conversad con Jesús en la oración y en la escucha de la Palabra; gustad la alegría de la reconciliación en el sacramento de la Penitencia; recibid el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía; acogedlo y servidle en los hermanos. Descubriréis la verdad sobre vosotros mismos, la unidad interior y encontraréis al «Tú» que cura de las angustias, de las preocupaciones, de aquel subjetivismo salvaje que no deja paz.
4. «Venid y veréis». Encontraréis a Jesús allí donde los hombres sufren y esperan: en los pequeños pueblos diseminados en los continentes, aparentemente al margen de la historia, como era Nazaret cuando Dios envió su Ángel a María; en las grandes metrópolis donde millones de seres humanos frecuentemente viven como extraños. Cada ser humano, en realidad, es «conciudadano» de Cristo.
Jesús vive junto a nosotros, en los hermanos con los que compartís la existencia cotidiana. Su rostro es el de los más pobres, de los marginados, víctimas casi siempre de un modelo injusto de desarrollo, que pone el beneficio en el primer puesto y hace del hombre un medio en lugar de un fin. La casa de Jesús está donde un ser humano sufre por sus derechos negados, sus esperanzas traicionadas, sus angustias ignoradas. Allí, entre los hombres, está la casa de Cristo, que os pide que sequéis, en su nombre, toda lágrima y que les recordéis a los que se sienten solos que nadie está solo si pone en Él su esperanza (cfr. Mt 25,31-46).
5. Jesús vive entre los que le invocan sin haberlo conocido; entre los que, habiendo empezado a conocerlo, sin su culpa, lo han perdido; entre los que lo buscan con corazón sincero, aún perteneciendo a situaciones culturales y religiosas diferentes (cfr. Lumen gentium, 16). Discípulos y amigos de Jesús, haceos artífices de diálogo y de colaboración con todos los que creen en un Dios que gobierna con infinito amor el universo; convertíos en embajadores de aquel Mesías que habéis encontrado y conocido en su «casa», la Iglesia, de forma que otros muchos de vuestros coetáneos puedan seguir sus huellas, iluminados por vuestra fraterna caridad y por la alegría de vuestra mirada que ha contemplado a Cristo.
Jesús vive entre los hombres y las mujeres «que se honran con el nombre de cristianos» (cfr. Lumen gentium, 15). Todos los pueden encontrar en las Escrituras, en la oración y en el servicio al prójimo. En la vigilia del tercer milenio, cada día es más urgente reparar el escándalo de la división entre los cristianos, reforzando la unidad por medio del diálogo, de la oración común y del testimonio. No se trata de ignorar las divergencias y los problemas utilizando un cierto relativismo, porque sería como cubrir la herida sin curarla, con el riesgo de interrumpir el camino antes de haber llegado a la meta de la plena comunión. Al contrario, se trata de actuar – guiados por el Espíritu Santo – con vistas a una real reconciliación, confiando en la eficacia de la oración pronunciada por Jesús la vigilia de su pasión: «Padre, que sean uno como nosotros somos uno» (cfr. Jn 17,22). Cuánto más os unáis a Jesús, mayor será vuestra capacidad de unión; y en la medida en que realicéis gestos concretos de reconciliación, entraréis en la intimidad de su amor.
Jesús vive concretamente en vuestras parroquias, en las comunidades en las que vivís, en las asociaciones y en los movimientos eclesiales a los que pertenecéis, así como en otras formas contemporáneas de agregación y de apostolado al servicio de la nueva evangelización. La riqueza de tanta variedad de carismas es un beneficio para toda la Iglesia e impulsa a cada creyente a poner las propias fuerzas al servicio del único Señor, fuente de salvación para toda la humanidad.
6. Jesús es «la Palabra del Padre» (cfr. Jn 1,1), donada a los hombres para desvelar el rostro de Dios y dar sentido y orientación a sus pasos inciertos. Dios, que «muchas veces y de muchos modos habló en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo el mundo» (Hb 1,1-2). Su Palabra no es imposición que desquicia las puertas de la conciencia; es voz persuasiva, don gratuito que, para llegar a ser salvífico en la vida concreta de cada uno, pide una actitud disponible y responsable, un corazón puro y una mente libre.
En vuestros grupos, queridos jóvenes, multiplicad las ocasiones de escucha y de estudio de la Palabra del Señor, sobre todo mediante la lectio divina: descubriréis en ella los secretos del Corazón de Dios y sacaréis fruto para el discernimiento de las situaciones y la transformación de la realidad. Guiados por la Sagrada Escritura, podréis reconocer en vuestras jornadas la presencia del Señor, y entonces el «desierto» podrá convertirse en «jardín», donde la criatura podrá hablar familiarmente con su Creador: «Cuando leo la Sagrada Escritura, Dios vuelve a pasear en el Paraíso terrenal» (S. Ambrosio, Epístola, 49,3).
7. Jesús vive entre nosotros en la Eucaristía, en la cual se realiza de modo total su presencia real y su contemporaneidad con la historia de la humanidad. Entre las incertidumbres y distracciones de la vida cotidiana, imitad a los discípulos en camino hacia Emaús y, como ellos, decidle al Resucitado que se revela en el gesto de partir el pan: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado» (Lc 24,29). Invocad a Jesús, para que en los caminos de los tantos Emaús de nuestro tiempo, siempre permanezca con vosotros. Que Él sea vuestra fuerza, vuestro punto de referencia, vuestra perenne esperanza. Que nunca os falte, queridos jóvenes, el Pan Eucarístico en las mesas de vuestra existencia. ¡De este pan podréis sacar fuerza para dar testimonio de vuestra fe!
Alrededor de la mesa eucarística se realiza y se manifiesta la armoniosa unidad de la Iglesia, misterio de comunión misionera, en la que todos se sienten hijos y hermanos, sin exclusiones o diferencias de raza, lengua, edad, clase social o cultura. Queridos jóvenes, contribuid generosa y responsablemente a edificar continuamente la Iglesia como familia, lugar de diálogo y de recíproca acogida, espacio de paz, de misericordia y de perdón.
8. Queridos jóvenes, iluminados por la Palabra y fortificados con el pan de la Eucaristía, estáis llamados a ser testigos creíbles del Evangelio de Cristo, que hace nuevas todas las cosas.
Pero ¿por qué se reconocerá que sois verdaderos discípulos de Cristo? Porque «os amaréis los unos a los otros» (Jn 13,35) siguiendo el ejemplo de su amor: un amor gratuito, infinitamente paciente, que no se niega a nadie (cfr. 1Cor 13,4-7). Será la fidelidad al mandamiento nuevo que certificará vuestra coherencia respecto al anuncio que proclamáis. Ésta es la gran «novedad» que puede asombrar al mundo desgraciadamente todavía herido y dividido por los violentos conflictos, a veces evidentes y claros, otras, sutiles y escondidos. En este mundo vosotros estáis llamados a vivir la fraternidad, no como una utopía, sino como posibilidad real; en esta sociedad estáis llamados a construir, como verdaderos misioneros de Cristo, la civilización del amor.
9. El 30 de septiembre de 1997 celebraremos el centenario de la muerte de Santa Teresa de Lisieux. Sin duda que en su patria su figura llamará la atención de los jóvenes peregrinos, porque Santa Teresa es una santa joven que hoy propone de nuevo este simple y sugerente anuncio, lleno de estupor y de gratitud: Dios es Amor; cada persona es amada por Dios, que espera que cada uno lo acoja y lo ame. Un mensaje que vosotros, jóvenes de hoy, estáis llamados a acoger y gritar a vuestros coetáneos: «¡El hombre es amado por Dios! Éste es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora respecto del hombre» (Christifideles laici, 34).
De la juventud de Teresa del Niño Jesús brota su entusiasmo por el Señor, la gran sensibilidad con la que ha vivido el amor, la audacia no ilusoria de sus grandes proyectos. Con la atracción de su santidad, confirma que Dios también concede a los jóvenes, con abundancia, los tesoros de su sabiduría.
Recorred con ella el camino humilde y sencillo de la madurez cristiana, en la escuela del Evangelio. Permaneced con ella en el «corazón» de la Iglesia, viviendo radicalmente la opción por Cristo.
10. Queridos jóvenes, en la casa donde vive Jesús encontrad la presencia dulce de la Madre. En el seno de María el Verbo se hizo carne. Aceptando la misión que le fue asignada en el plan de salvación, la Virgen se ha convertido en modelo de todos los discípulos de Cristo.
A Ella encomiendo la preparación y la celebración de la XII Jornada Mundial de la Juventud, así como las esperanzas y deseos de los jóvenes que, en cada rincón del mundo, repiten con Ella: «He aquí la sierva del Señor, hagáse en mí según tu palabra» (cfr. Lc 1,38) y van al encuentro de Jesús para habitar en su casa, preparados para anunciar después a sus coetáneos, como los Apóstoles: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41).
Con estos sentimientos os saludo cordialmente a cada uno, al mismo tiempo que, acompañándoos con la oración, os bendigo.


Castel Gandolfo, 15 de agosto de 1996, fiesta de la Asunción de la Virgen María al cielo.



ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II CON LOS JÓVENES DE ROMA COMO PREPARACIÓN PARA LA XII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


Sala Pablo VI


Jueves 20 de marzo de 1997


1. «Non sum dignus, non sum dignus». Queridos jóvenes, he leído durante estos últimos días un libro francés: «Jean Paul II le resistant». El Papa es resistente. Hoy veo que me he ganado otro titulo: «desconcertante», porque he cambiado vuestro programa. Pero es necesario pasar «ad rem»,. ¿Sabéis que quiere decir pasar «ad rem»? No quiero haceros un examen de latín. «Ad rem», quiere decir pasar al asunto, al tema, a lo que esta escrito aquí, en las hojas que tengo en mis manos. Después veremos.
«Misión quiere decir: ¡transmite la Palabra!».
Amadísimos jóvenes de Roma, este es el lema que ha resonado varias veces en el encuentro de hoy y que sintetiza bien el significado de cuanto esta celebrando la Iglesia de Roma: la misión ciudadana. En efecto, la misión ciudadana ¿no significa comprometerse juntos a acoger y a transmitir a todos, en nuestra vida diaria, la palabra de Dios que penetra en el corazón del hombre? La palabra de Dios, como leemos en la carta a los Hebreos, «es viva y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4, 12).
2. Queridos muchachos y muchachas, os lo digo para anticiparos la entrega de esta Palabra. Os entrego a vosotros, es decir, os «transmito» el evangelio de san Marcos.
Evangelio quiere decir «buena nueva» y la «buena nueva» es Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre para salvar al mundo. El corazón del Evangelio es, precisamente, la predicación de Jesús, sus gestos, su muerte y resurrección; es Jesucristo; es el mismo, Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado por todos.
Durante el encuentro habéis escuchado la lectura de un párrafo muy significativo del evangelio de san Marcos: la doble pregunta de Jesús a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?», «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»; y la respuesta de Pedro en nombre de todos: «Tú eres el Cristo» (cf. Mc 8, 15-30). Esta respuesta es la síntesis del evangelio de san Marcos: todo lo que podéis leer antes es un camino lento y progresivo hacia esta proclamación de que Jesús es el Mesías. Todo lo que sigue es una explicitación continua de cómo Jesús es el Mesías. El es el Mesías —y se trata de una novedad absoluta— cuando, obedeciendo al Padre, muere en la cruz por amor a nosotros. Ante su muerte el centurión romano exclama: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39). Vemos aquí condensado el anhelo misionero de san Marcos y su convicción mar profunda. Ante el gesto mas grande de amor que una persona puede realizar, «dar la vida por los amigos» (cf. Jn 15, 13), es posible convertirse; cambiar de vida. También el centurión, que no pertenece al pueblo elegido, reconoce en Jesús al Hijo de Dios, al salvador no solo de un pueblo o de una nación, sino de todo hombre y de toda mujer que lo acoge y lo conoce en el momento de su humillación extrema, en su anonadamiento extremo.
3. Queridos jóvenes en el pasaje del evangelio de san Marcos que se refiere a la resurrección, el ángel dice a las mujeres: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado, no está aquí (...). Irá delante de vosotros a Galilea», (Mc 16, 6-7), como si nos dijera que no debemos detenernos ante el sepulcro. Si queréis encontrarlo —nos repite el ángel a todos— seguid el camino que Jesús os indica. «Irá delante de vosotros a Galilea y, para verlo vivo y resucitado, es necesario ir a donde nos cita. Dos momentos de san Marcos que ya nos hacen pensar.
Si este es el contenido del Evangelio, requiere que lo «transmitamos» a los demás. Esta es la misión, misión apostólica, la misión de las mujeres, las primeras apóstoles, como Magdalena; la misión de Pedro, de los Doce y, ahora, la misión ciudadana; misión de los ciudadanos, de todos vosotros los romanos, porque la misión ciudadana es una ocasión única también para vosotros, queridos jóvenes de las parroquias, de las asociaciones y de los movimientos romanos, para conocer y «transmitir», la palabra de Dios y no faltar a la cita con él. Conocer a Jesús en su palabra. Conocer a Jesús crucificado y resucitado a través de su palabra, a través del evangelio de san Marcos.
La misión ciudadana significa, ante todo, comprender que no hay cristianismo auténtico si no hay «misionariedad», que Jesús es un don de Dios que hay que llevar a todos.
La misión ciudadana es aprender de Cristo a salir de nosotros mismos, de nuestros grupos, de nuestras parroquias, de nuestras hermosas asambleas, para llevar su Evangelio a tantos amigos que conocemos y que esperan como nosotros la salvación que sólo Cristo sabe y puede dar.
4. Por tanto, id, jóvenes a los jóvenes. Pero, ¿quienes son los jóvenes? Vosotros sois los jóvenes de Roma.
Gracias a los muchos encuentros que he tenido con vosotros durante estos años, me he hecho una idea bastante precisa de vosotros, los jóvenes.
Tenéis muchas aspiraciones positivas y muchos deseos; queréis ser y os sentís protagonistas de la vida. Queréis vivir en libertad y dedicaros libremente a hacer las cosas que más os gustan.
Sin embargo, esta libertad puede constituir un riesgo. Sí, la libertad es un riesgo: es un gran desafío y un gran riesgo. Se puede utilizar bien y se puede utilizar mal. Si la libertad no obedece a la verdad, puede aplastaros. Hay quienes son aplastados por su libertad. Lo son, si no es la verdad la que guía su libertad. No puede ser una fuerza ciega abandonada a los instintos. La verdad debe guiar a la libertad.
La verdad libera verdaderamente, y esta verdad viene de Cristo, más aún, es Cristo. Leemos en el evangelio de san Juan: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 31-32).
Ahora bien, conviene que conozcáis y deis a conocer, a vuestros amigos a Jesucristo, el centro unificador de vuestra existencia. Por esta razón os entrego hoy su Evangelio y os pido que seáis misioneros valerosos. Id a todo el mundo. Jesús dio a conocer el Evangelio a los Apóstoles y después les dijo: id a todo el mundo. Os lo digo a vosotros, jóvenes de Roma: id a todo el mundo que es Roma.
Por tanto, conoced a Jesucristo. Conocedlo en primer lugar vosotros. A través de una lectura y una meditación constantes; a través de la oración, que es una confrontación continua entre la vida y la palabra de Jesús. Ver quiere decir ya poner manos a la obra.
Así pues, os digo: conoced el Evangelio. Vosotros en primer lugar. Conoced el Evangelio buscando la ayuda de guías sabios y testigos de Cristo. Buscad personas que os ayuden a conocer y vivir el amor, que es el corazón del Evangelio. ¿Qué personas? Vuestros padres, abuelos, profesores, sacerdotes, catequistas y animadores de vuestros grupos y de los movimientos de los que formáis parte. Todos os pueden ayudar a conocer mejor el Evangelio. Conociendo el Evangelio, confrontaos con Cristo, y no tengáis miedo de lo que os pida.
Porque Cristo también es exigente, ¡gracias a Dios! Es exigente. Cuando yo era joven como vosotros, este Cristo era exigente y me convenció. Si no fuera exigente, no habría nada que escuchar ni seguir. Pero si es exigente, es porque presenta los valores, y los valores que predica son exigentes.
5. Al mismo tiempo, dad a conocer el Evangelio de Jesús a vuestros amigos, a los demás jóvenes que hoy no están aquí y que, habitualmente, no frecuentan vuestros grupos. Todos los que están fuera de la parroquia, fuera de los ambientes pastorales, esperan asimismo esta palabra. Cristo también los busca a ellos a través de vosotros. Así se debe construir la misión ciudadana de los jóvenes.
Esta misión os pide a todos un compromiso generoso en este sentido. Debéis escuchar y seguir a Jesús en serio, y testimoniar lo que creéis. Ver, juzgar y actuar: también estas tres palabras os han de acompañar.
No basta ir a la parroquia o a los grupos. Ha llegado el momento de salir al encuentro de quien no viene a nosotros, de quien busca el sentido de la vida y no lo encuentra porque nadie se lo anuncia. Debéis ser personas que sepan anunciar esta buena nueva. Para toda la Iglesia de Roma ha llegado el momento de abrir las puertas y salir al encuentro de los hombres y las mujeres, los muchachos y las muchachas que viven en esta ciudad como si Cristo no existiera.
¿Qué os pide Cristo? Jesús os pide que no os avergoncéis de él y que os comprometáis a anunciarlo a vuestros coetáneos. Haced vuestra esta frase de san Pablo a los Romanos: «No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, (Rm 1, 16). Así escribió san Pablo a los Romanos, y a nosotros.
¡No tengáis miedo, porque Jesús esta con vosotros! ¡No tengáis miedo de perderos: cuanto más os entreguéis, tanto más os encontraréis a vosotros mismos! Esta es la lógica de una entrega sincera, como enseña el Vaticano II.
Muchos de vuestros amigos no tienen guías ni puntos de referencias a los que dirigirse para aprender a conocer a Jesús y superar los momentos de dificultad, desilusión y desconsuelo que suelen vivir. Además, ¿cómo no pensar en vuestros coetáneos menos afortunados, que deben afrontar problemas más graves aun, como el desempleo, la consiguiente dificultad para poder formar una familia, la drogadicción a otras formas de evasión de la realidad? Sabéis bien que muchos ni siquiera tienen una familia, porque muchas familias hoy viven una crisis preocupante. Queridos jóvenes, convertíos vosotros mismos en una familia para ellos, en un punto de referencia para vuestros coetáneos. Sed amigos de quien no tiene amigos, familia de quien no tiene familia y comunidad de quien no tiene comunidad. Esta es la misión ciudadana de los jóvenes ciudadanos de Roma. También el Papa es ciudadano de Roma. Como buen ciudadano de Roma, durante los próximos meses quiero visitar el Capitolio. Esperemos que mis jóvenes conciudadanos estén conmigo.
6. La palabra de Dios, como he escrito en el Mensaje a los jóvenes para la XII Jornada mundial de la juventud, «no es imposición que desquicia las puertas de la conciencia; es voz persuasiva, don gratuito que, para llegar a ser salvífico en la vida concreta de cada uno, pide una actitud disponible y responsable, un corazón puro y una mente libre» (n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de agosto de 1996, p. 5). Sembrad la Palabra. Su acogida dependerá del terreno. Jesús respeta la libertad de cada uno: Cuando invita a seguirlo, añade siempre el «si quieres... » (cf. Mt 19, 21).
Dialogad, para anunciar la palabra de Dios. El diálogo ha de ser el método de la misión. El diálogo requiere, ante todo, el encuentro en el ámbito de las relaciones personales y se propone hacer que los interlocutores salgan del aislamiento y de la desconfianza mutua, para crear estima y simpatía recíprocas. El diálogo requiere el encuentro en el ámbito de la búsqueda de la verdad; y también, en el ámbito de la acción, tiende a establecer las condiciones para una colaboración con vistas a objetivos concretos de servicio al prójimo: El diálogo exige al cristiano una fuerte conciencia de verdad; exige que tengamos bien claro que somos testigos de Cristo, camino, verdad y vida.
Se que para esta empresa ya se esta haciendo mucho en la diócesis, también con respecto a la formación de los misioneros y, en el futuro próximo, de los formadores de los jóvenes. Os animo a todos a proseguir por este camino, desarrollando vuestra creatividad para que juntos podáis «transmitir la Palabra» a todos.
7. Queridos jóvenes de Roma, al termino de este encuentro, permitid que os agradezca vuestra presencia y también vuestra calurosa acogida. ¡Era tan calurosa que, en un momento determinado, me he preguntado a mi mismo si llegaría a sobrevivir a este encuentro!
Doy las gracias al cardenal vicario por sus palabras, y a Carmela, la joven que a mi llegada me ha saludado y besado cordialmente. Doy las gracias a todos los que han preparado y animado este encuentro, y son muchos; a todos los que han brindado su testimonio personal y han puesto a disposición del Evangelio y de los jóvenes también sus talentos artísticos. ¡Y son numerosos! No he podido ver mucho, pero lo que he podido ver y escuchar me ha emocionado.
Quisiera saludar también en este momento a una delegación de jóvenes franceses que, como preparación para el encuentro de París, a través de la revista «Phosphore», han escrito al Papa y desean entregarle sus cartas. Doy las gracias a cuantos han querido ponerse en contacto de este modo con nosotros.
Queridos amigos franceses, llevad a vuestros coetáneos el saludo cordial del Papa y de los jóvenes romanos reunidos hoy aquí con vosotros. Decidles que nos sentiremos felices de encontramos con ellos del 18 al 24 de agosto en París, y que nos estamos preparando para este encuentro con intensa oración.
Nos alegrará mucho poder encontrarnos con vosotros en París. Vosotros, los jóvenes franceses, debéis ser los testigos de nuestra voluntad de preparación, que se manifiesta también por la disponibilidad de vuestra parte. Sé que hay mucha disponibilidad por parte de los obispos franceses y de los jóvenes en Francia. Os deseo una buena continuación.
Por último, antes de entregaros el evangelio, deseo daros a todos cita para la Jornada mundial de la juventud, que tendrá por tema: «Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo vereis» (cf. Jn 1, 38-39). Sé que ya estáis organizándoos y que también desde Roma iréis en gran número a París. Será una gran ocasión para vivir juntos la alegría del Evangelio. Serán días en los que la Palabra, si la dejáis actuar, se encontrará con vuestra vida, impulsando proyectos exaltantes para vuestro futuro personal y para el futuro de la Iglesia y de la sociedad.
Invoquemos a la Virgen «Salus populi romani», para que nos acompañe en este itinerario espiritual hacia el encuentro de París. Y mientras os aseguro a cada uno de vosotros y a vuestras familias un recuerdo particular en la oraci6n, os bendigo a todos de corazón.



CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOSY DE LA PASIÓN DEL SEÑOR



HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II



XII Jornada Mundial de la Juventud Domingo 23 marzo de 1997

1. «¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (...). ¡Hosanna en el cielo!» (Mc 11, 9-10).
Estas aclamaciones de la multitud, reunida para la fiesta de Pascua en Jerusalén, acompañan la entrada de Cristo y de los Apóstoles en la ciudad santa. Jesús entra en Jerusalén montado en un borrico, según las palabras del profeta: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de animal de carga» (Mt 21, 5).
El animal elegido indica que no se trata de una entrada triunfal, sino de la de un rey manso y humilde de corazón. Sin embargo, las multitudes reunidas en Jerusalén, casi sin notar esta expresión de humildad, o quizá reconociendo en ella un signo mesiánico, saludan a Cristo con palabras llenas de emoción: «¡Hosanna al Hijo de David!» «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» «¡Hosanna en las alturas!» (Mt 21, 9). Y cuando Jesús entra en Jerusalén, toda la ciudad esta alborotada. La gente se pregunta: «“¿Quién es éste?”». Y algunos responden: «“Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”» (Mt 21, 10-11).
No era la primera vez que la gente reconocía en Cristo al rey esperado. Ya había sucedido después de la multiplicación milagrosa del pan, cuando la multitud quería aclamarlo triunfalmente. Pero Jesús sabia que su reino no era de este mundo; por eso se había alejado de ese entusiasmo. Ahora se encamina hacia Jerusalén para afrontar la prueba que le espera. Es consciente de que va allí por última vez, para una semana «santa», al final de la cual afrontara la pasión, la cruz y la muerte. Sale al encuentro de todo esto con plena disponibilidad, sabiendo que así se cumple en él el designio eterno del Padre.
Desde ese día, la Iglesia extendida por toda la tierra repite las palabras de la multitud de Jerusalén: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!». Las repite cada día al celebrar la Eucaristía, poco antes de la consagración. Las repite con particular énfasis hoy, domingo de Ramos.
2. Las lecturas litúrgicas nos presentan al Mesías que sufre. Se refieren, ante todo, a sus padecimientos y a su humillación. La Iglesia proclama el evangelio de la pasión del Señor según uno de los sinópticos: el apóstol Pablo, en cambio, en la carta a los Filipenses nos ofrece una síntesis admirable del misterio de Cristo, quien, «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojo de su rango, y tomó la condición de esclavo (...). Por eso Dios lo levanto sobre todo y le concedió el nombre que está sobre todo nombre; de modo que, al nombre de Jesús (...), toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 6-11).
Este himno de inestimable valor teológico presenta una síntesis completa de la Semana santa, desde el domingo de Ramos, pasando por el Viernes santo, hasta el domingo de Resurrección. Las palabras de la carta a los Filipenses, citadas de modo progresivo en un antiguo responsorio, nos acompañaran durante todo el Triduo sacro.
El texto paulino encierra en sí el anuncio de la resurrección y de la gloria, pero la liturgia de la Palabra del domingo de Ramos se concentra ante todo en la pasión. Tanto la primera lectura como el Salmo responsorial hablan de ella. En el texto, que forma parte de los llamados «cantos del Siervo de Yahveh», se esboza el momento de la flagelación y la coronación de espinas; en el Salmo se describe, con impresionante realismo, la dolorosa agonía de Cristo en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2).
Estas palabras, las más conmovedoras, las más emotivas, qué pronuncio Jesús desde la cruz en la hora de la agonía, resuenan hoy como una antítesis evidente, expresada en voz altar de aquel «Hosanna», que también resuena durante la procesión de los ramos.
3. Desde hace algunos años, el domingo de Ramos se ha convertido en la gran Jornada mundial de la juventud. Fueron los jóvenes mismos los que abrieron ese camino: desde el comienzo de mi ministerio en la Iglesia de Roma, en este día miles y miles de jóvenes se reunían en la plaza de San Pedro. A partir de ese hecho, a lo largo de los años se han desarrollado las Jornadas mundiales de la juventud, que se celebran en toda la Iglesia, en las parroquias y diócesis y, cada dos años, en un lugar elegido para todo el mundo. Desde 1984, los encuentros mundiales han tenido lugar sucesivamente, cada dos años: en Roma, en Buenos Aires (Argentina), en Santiago de Compostela (España), en Czestochowa-Jasna Góra (Polonia), en Denver (Estados Unidos), y en Manila (Filipinas). El próximo mes de agosto la cita es en París (Francia).
Por esta razón, el año pasado, durante la celebración del domingo de Ramos, los representantes de los jóvenes de Filipinas entregaron a sus coetáneos franceses la cruz peregrinante de la «Jornada mundial de la juventud». Este gesto tiene una elocuencia particular: es casi un redescubrimiento del significado del domingo de Ramos por parte de los jóvenes que son, efectivamente, sus protagonistas. La liturgia recuerda que «pueri hebraeorum, portantes ramos olivarum...», «los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor, aclamando: ¡Hosanna al Hijo de David!» (Antífona).
Se puede decir que la primera «Jornada mundial de la juventud» fue precisamente la de Jerusalén, cuando Cristo entró en la ciudad santa; año tras año recordamos ese acontecimiento. El lugar de los «pueri hebraeorum» ha sido ocupado por jóvenes de diversas lenguas y razas. Todos, como sus predecesores en Tierra Santa, desean acompañar a Cristo y participar en su semana de pasión, en su Triduo sacro, en su cruz y en su resurrección. Saben que él es el «bendito» que «viene en nombre del Señor», trayendo la paz a la tierra y la gloria en las alturas. Lo que cantaron los ángeles la noche de Navidad sobre la cueva de Belén, resuena hoy con un gran eco en el umbral de la Semana santa, en la que Jesús se dispone a cumplir su misión mesiánica, realizando la redención del mundo mediante la cruz y la resurrección.
¡Gloria a ti, oh Cristo, Redentor del mundo! ¡Hosanna!





JUAN PABLO II



ÁNGELUS


Domingo de Ramos 23 de marzo de 1997


XII Jornada Mundial de la Juventud

Amadísimos hermanos y hermanas:



(En italiano)
1. Al inicio de la primavera, quienes por su edad se encuentran en la «primavera de la vida», hoy, domingo de Ramos, celebran a Aquel que es la vida, Jesucristo, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna y puede transformar toda la existencia en una primavera.
Del 18 al 24 del próximo mes de agosto, los jóvenes de las comunidades eclesiales de todo el mundo se han dado cita en París para proseguir su gran peregrinación a lo largo del planeta. La última etapa, inolvidable, tuvo lugar en enero de 1995 en Manila. Amadísimos jóvenes, caminemos juntos en esta peregrinación de fe y esperanza, llevando la cruz de Cristo, signo del amor que salva al mundo. ¡Nos vemos en París!
(En francés)
2. Sólo algunos meses nos separan de la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará del 18 al 24 de agosto. Jóvenes de todos los continentes reunidos en esta plaza, y todos vosotros que me escucháis a través de la radio o la televisión, os invito a acudir a Francia y a París para ese encuentro. Hasta entonces, no dudéis en formular a Cristo la misma pregunta de sus discípulos, según el evangelio de san Juan: «Maestro, ¿dónde vives?» (Jn 1, 38). Con vuestros compañeros de otras naciones y otras culturas, recibiréis la respuesta que os transmitirán los sucesores de los Apóstoles, vuestros obispos: «Venid y lo veréis» (Jn 1, 39). Con el cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, con los obispos y con toda la Iglesia de Francia que se prepara para acogeros, os espero y os digo: ¡poned los medios para entrar en el tercer milenio como hijos e hijas de Dios!
(En inglés)
3. Saludo a los jóvenes de lengua inglesa que se encuentran aquí hoy. Que esta Semana santa y la Pascua sean para vosotros un tiempo de profunda conversión. La pasión, muerte y resurrección del Señor os lleve a cada uno a vivir vuestra fe mediante un compromiso auténtico, con alegría y generosidad. Espero veros a muchos de vosotros en París. Dios esté con vosotros.
(En español)
4. Saludo a los jóvenes de España y América Latina. Os invito a que, en comunión con todo el pueblo de Dios que camina hacia el jubileo del año 2000, fijéis la mirada en Jesús, Maestro y Señor de la vida, según las palabras del evangelio: «Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis» (cf. Jn 1, 38-39). También os convoco a participar en la próxima Jornada mundial de la juventud, que celebraremos en París el mes de agosto.
En vuestro camino de fe, queridos jóvenes, os acompaña siempre mi afecto y bendición.
(En alemán)
5. Con gran alegría saludo a los peregrinos y visitantes de los países de lengua alemana, en particular a vosotros, queridos jóvenes, que habéis venido a Roma para la Jornada mundial de la juventud. Al mismo tiempo, os invito de todo corazón al Encuentro mundial de la juventud en París, donde nos reuniremos el 24 de agosto para celebrar juntos ese acontecimiento religioso.
(En polaco)
Saludo cordialmente a los jóvenes procedentes de todos los países eslavos y de Polonia. Os invito también a todos vosotros al gran Encuentro de los jóvenes de todo el mundo en París, donde os esperan para acogeros los obispos franceses y vuestros coetáneos.
A todos los presentes y a todos los que se encuentran en la patria, les deseo una Semana santa y un domingo de Resurrección benditos. ¡Alabado sea Jesucristo!
(En italiano)
6. Amadísimos jóvenes, en el camino de la fe tenemos una guía insuperable: María. Encomendémosle a ella el itinerario hacia el encuentro de París. Que la Virgen nos ayude a todos, especialmente a los jóvenes, a responder generosamente a la invitación de Cristo: «Ven y sígueme».





No hay comentarios:

Publicar un comentario