Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21)
4 de abril - Roma
4 de abril - Roma
Celebración diocesana
Domingo de Ramos
CON OCASIÓN DE LA XIX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2004
“Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21)
Muy queridos jóvenes:
1. El año 2004 constituye la última etapa antes de la gran cita de Colonia, donde en 2005 se celebrará la XX Jornada Mundial de la Juventud. Por eso os invito a intensificar vuestro camino de preparación espiritual, profundizando el tema que he elegido para esta XIX Jornada Mundial de la Juventud: Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21).
Es la pregunta que algunos “griegos” le hicieron un día a los Apóstoles. Querían saber quién era Jesús. No se trataba simplemente de acercarse para saber cómo se presentaba el hombre Jesús. Movidos por una gran curiosidad y con el presentimiento de encontrar la respuesta a sus preguntas fundamentales, querían saber quién era realmente y de dónde venía.
2. Queridos jóvenes, yo también os invito a imitar a los “griegos” que se dirigieron a Felipe, movidos por el deseo de “ver a Jesús”. Que vuestra búsqueda no esté motivada simplemente por la curiosidad intelectual, aunque en sí misma tiene un gran valor, sino que esté estimulada sobre todo por la exigencia profunda de encontrar la respuesta a la pregunta sobre el sentido de vuestra vida. Como el joven rico del Evangelio, buscad también vosotros a Jesús y preguntadle: “¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” (Mc 10,17). El evangelista Marcos precisa que Jesús, fijando en él su mirada, le amó. Pensad también en ese otro episodio en el que Jesús le dice a Natanael: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, te vi”, haciendo brotar del corazón de aquel israelita en el que no había engaño (cfr. Jn 1,47) una hermosa profesión de fe: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios” (Jn 1,49). Quien se acerca a Jesús con el corazón libre de prejuicios puede llegar sin grandes dificultades a la fe, porque es el mismo Jesús quien en primer lugar le ha visto y le ha amado.El aspecto más sublime de la dignidad del hombre está precisamente en su vocación a establecer una relación con Dios en este profundo intercambio de miradas que transforma la vida. Para ver a Jesús lo primero que hace falta es dejarse mirar por él.
El deseo de ver a Dios está en el corazón de cada hombre y de cada mujer. Queridos jóvenes, dejad que Jesús os mire a los ojos, para que crezca en vosotros el deseo de ver la Luz, de gustar el esplendor de la Verdad. Seamos o no conscientes, Dios nos ha creado porque nos ama y para que nosotros le amemos. Esto explica la insuprimible nostalgia de Dios que el hombre lleva en su corazón: “Tu rostro, Señor, yo busco. No me ocultes tu rostro” (Sal 27,8). Este rostro –lo sabemos– Dios nos lo ha revelado en Jesucristo.
3. Queridos jóvenes, ¿vosotros también queréis contemplar la belleza de ese Rostro? Ésta es la pregunta que os hago en esta Jornada Mundial de la Juventud del año 2004. No os lancéis a responder. Antes que nada haced silencio en vuestro interior. Dejad que emerja desde lo profundo de vuestro corazón el ardiente deseo de ver a Dios, un deseo a veces sofocado por los rumores del mundo y por las seducciones de los placeres. Dejad que en vosotros nazca este deseo y experimentaréis la maravilla del encuentro con Jesús. El cristianismo no es simplemente una doctrina; es un encuentro en la fe con Dios hecho presente en nuestra historia con la encarnación de Jesús.
Poned todos los medios a vuestro alcance para hacer posible este encuentro, mirando a Jesús que os busca apasionadamente. Buscadlo con los ojos de la carne a través de los acontecimientos de la vida y en el rostro de los demás; pero buscadlo también con los ojos del alma por medio de la oración y la meditación de la Palabra de Dios, porque “la contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura” (Novo millennio ineunte, 17).
4. Ver a Jesús, contemplar su Rostro, es un deseo insuprimible, pero un deseo que el hombre desgraciadamente llega incluso a deformar. Es lo que sucede con el pecado, cuya esencia está precisamente en apartar los ojos del creador para mirar a la criatura.
Aquellos “griegos” que buscaban la verdad no hubieran podido acercarse a Cristo si su deseo, movido por un acto libre y voluntario, no se hubiese concretizado en una decisión clara: “Queremos ver a Jesús”. Ser realmente libres significa tener la fuerza para elegir a Aquel por el que hemos sido creados y aceptar su señoría sobre nuestra vida. Lo percibís en el fondo de vuestro corazón: todos los bienes de la tierra, todos los éxitos profesionales, el mismo amor humano que soñáis, nunca podrán satisfacer plenamente vuestros deseos más íntimos y profundos. Sólo el encuentro con Jesús podrá dar pleno sentido a vuestra vida: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti”, ha escrito San Agustín (Confesiones I, 1). No os distraigáis en esta búsqueda. Perseverad en ella, porque lo que está en juego es vuestra plena realización y vuestro gozo.
5. Queridos amigos, si aprendéis a descubrir a Jesús en la Eucaristía, lo sabréis descubrir también en vuestros hermanos y hermanas, sobre todo en los más pobres. La Eucaristía recibida con amor y adorada con fervor es escuela de libertad y de caridad para realizar el mandamiento del amor. Jesús nos habla el lenguaje maravilloso del don de sí mismo y del amor hasta el sacrificio de la propia vida. ¿Es un discurso fácil? Bien sabéis que no. El olvido de sí no es fácil; éste aleja del amor posesivo y narcisista para abrir al hombre al gozo del amor que se dona. Esta escuela eucarística de libertad y de caridad enseña a superar las emociones superficiales para radicarse firmemente en lo que es verdadero y bueno; libra del encerrarse en uno mismo y prepara para abrirse a los demás, enseña a pasar de un amor afectivo a un amor efectivo. Porque amar no es sólo un sentimiento; es un acto de voluntad que consiste en preferir de manera constante, por encima del propio el bien, el bien de los demás: “Nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Con esta libertad interior y con esta ardiente caridad es como Jesús nos educa para encontrarlo en los demás, sobre todo en el rostro desfigurado del pobre. A la beata Teresa de Calcuta le gustaba distribuir su “tarjeta de visita” sobre la que estaba escrito: “Fruto del silencio es la oración; fruto de la oración, la fe; fruto de la fe, el amor; fruto del amor, el servicio; fruto del servicio, la paz”. Éste es el camino del encuentro con Jesús. Id al encuentro de todos los sufrimientos humanos con la fuerza de vuestra generosidad y con el amor que Dios infunde en vuestros corazones por medio del Espíritu Santo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). El mundo tiene necesidad urgente del gran signo profético de la caridad fraterna. No es suficiente “hablar” de Jesús; en cierto modo hay que hacerlo “ver” con el testimonio elocuente de la propia vida (cfr. Novo millennio ineunte, 16).
Y no os olvidéis de buscar a Cristo y de reconocer su presencia en la Iglesia. Ella es como la prolongación de su acción salvífica en el tiempo y en el espacio. En ella y por medio de ella Jesús sigue haciéndose visible hoy y sigue haciéndose encontrar por los hombres. En vuestras parroquias, movimientos y comunidades, acogeos mutuamente para que crezca la comunión entre vosotros. Éste es el signo visible de la presencia de Cristo en la Iglesia, a pesar del opaco diafragma que con frecuencia interpone el pecado de los hombres.
6. No os sorprendáis después si en vuestro camino encontráis la cruz. ¿Acaso Jesús no les ha dicho a sus discípulos que el grano de trigo tiene que caer en tierra y morir para dar mucho fruto? (cfr. Jn 12,23-26)? De esta forma indicaba que su vida entregada hasta la muerte sería fecunda. Lo sabéis: después de la resurrección de Cristo, la muerte no tendrá más la última palabra. El amor es más fuerte que la muerte. Si Jesús ha aceptado la muerte en cruz, haciendo de ella el manantial de la vida y el signo del amor, no es ni por debilidad ni por gusto al sufrimiento. Es para obtenernos la salvación y hacernos partícipes de su vida divina.
Precisamente es ésta la verdad que quise recordarles a los jóvenes del mundo cuando les entregué una gran Cruz de madera al terminar el Año Santo de la Redención, en 1984. Desde entonces esa Cruz ha recorrido varios países, preparando vuestras Jornadas Mundiales. Miles y miles de jóvenes han rezado junto a esa Cruz. Han puesto a sus pies los pesos que les oprimían, han descubierto que Dios los amaba y muchos de ellos incluso han encontrado la fuerza para cambiar vida.
Este año, en el XX aniversario de ese acontecimiento, la Cruz será acogida solemnemente en Berlín, desde donde, en peregrinación a través de Alemania, llegará el próximo año a Colonia. Hoy deseo repetiros las palabras que entonces os dije: “Queridísimos jóvenes, ¡... os confío la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención”.
7. Vuestros contemporáneos esperan de vosotros que seáis testigos de Aquel que habéis encontrado y que os hará vivir. En las realidades de la vida cotidiana, sed testigos intrépidos del amor más fuerte que la muerte. Os toca a vosotros recoger este desafío. Poned vuestros talentos y vuestro ardor juvenil al servicio del anuncio de la Buena Noticia. Sed los amigos entusiastas de Jesús que le presentan al Señor todos aquellos que desean verlo, sobre todo a los más alejados de él. Felipe y Andrés llevaron a aquellos “griegos” a Jesús: Dios se sirve de la amistad humana para llevar a los corazones a la fuente de la divina caridad. Sentíos responsables de la evangelización de vuestros amigos y de todos vuestros coetáneos.
La Beata Virgen María, que durante toda la vida se dedicó asiduamente a la contemplación del rostro de Cristo, os acoja incesantemente bajo la mirada de su Hijo (cfr. Rosarium Virginis Mariæ, 10) y os sostenga en la preparación de la Jornada Mundial de Colonia, a la que os invito a mirar desde ahora con responsabilidad y auténtico entusiasmo. La Virgen de Nazaret, como Madre atenta y paciente, modelará en vosotros un corazón contemplativo y os enseñará a fijar la mirada en Jesús para que, en este mundo que pasa, seáis profetas del mundo que no muere.
Con cariño os imparto una especial bendición, que os acompañe en vuestro camino.
En el Vaticano, 22 de febrero de 2004
JUAN PABLO II
COMO PREPARACIÓN PARA LA XIX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Plaza de San Pedro, jueves 1 de abril de 2004
1. "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21). Es la petición que algunos "griegos", que habían acudido a Jerusalén para la Pascua, dirigen a Felipe. El Maestro, advertido de este deseo, comprende que ha llegado su "hora". La "hora" de la cruz, de la obediencia al Padre siguiendo la suerte del grano de trigo que, cayendo en tierra, se pudre y muere para producir fruto. Para Jesús ha llegado también la "hora" de la gloria. La "hora" de la pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo. La "hora" en que entregará su vida para recobrarla de nuevo y donarla a todos. La "hora" en que, en la cruz, vencerá el pecado y la muerte en beneficio de toda la humanidad. También nosotros estamos llamados a vivir esa "hora", para ser "honrados" juntamente con él por el Padre. Amadísimos jóvenes de Roma y del Lacio, me alegra encontrarme con vosotros. Saludo al cardenal vicario, a los demás obispos aquí presentes y a quien, en nombre de todos vosotros, me ha hablado, dándome su testimonio. Saludo a los diversos artistas que participan en este encuentro y a todos vosotros, amadísimos amigos presentes en la plaza o que nos seguís mediante la televisión. 2. Hace veinte años, al concluir el Año santo de la Redención, entregué a los jóvenes la cruz, el madero en el que Cristo fue elevado de la tierra y vivió la "hora" para la cual había venido al mundo. Desde entonces esa cruz, peregrinando de una Jornada de la juventud a otra, está recorriendo el mundo sostenida por los jóvenes y anuncia el amor misericordioso de Dios, que sale al encuentro de todas sus criaturas para restituirles la dignidad perdida a causa del pecado. Gracias a vosotros, queridos amigos, millones de jóvenes, al mirar esa cruz, han cambiado su existencia, comprometiéndose a vivir como auténticos cristianos. 3. Amadísimos jóvenes, permaneced unidos a la cruz. Mirad la gloria que os espera también a vosotros. ¡Cuántas heridas sufre vuestro corazón, a menudo causadas por el mundo de los adultos! Al entregaros una vez más idealmente la cruz, os invito a creer que somos muchos los que confiamos en vosotros, que Cristo confía en vosotros y que sólo en él está la salvación que buscáis. ¡Cuán necesario resulta hoy renovar el modo de acercarnos a los jóvenes para anunciarles el Evangelio! Ciertamente, debemos replantear nuestra propia situación para evangelizar el mundo juvenil, pero con la certeza de que también hoy Cristo desea que lo vean, de que también hoy quiere mostrar a todos su rostro. 4. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de emprender caminos nuevos de entrega total al Señor y de misión; sugerid vosotros mismos cómo llevar hoy la cruz al mundo. A este propósito, deseo congratularme por la preparación, que se está realizando en la diócesis de Roma, de una misión de los jóvenes a los jóvenes, en el centro histórico, del 1 al 10 del próximo mes de octubre, que tiene un título muy significativo: "¡Jesús en el centro!". También me congratulo con el Consejo pontificio para los laicos, que durante estos días ha querido organizar un Foro internacional de jóvenes. Os saludo, queridos participantes en el Foro, y os aliento a comprometeros generosamente en la realización del proyecto de una presencia cristiana cada vez más eficaz en el mundo de la universidad. Alimentados con la Eucaristía, unidos a la Iglesia y aceptando vuestras cruces, haced que explote en el mundo vuestra carga de fe y anunciad a todos la misericordia divina. 5. En este camino, no tengáis miedo de fiaros de Cristo. Ciertamente, amáis el mundo, y hacéis bien, porque el mundo fue creado para el hombre. Sin embargo, en un determinado momento de la vida, es preciso hacer una opción radical. Sin renegar de nada de lo que es expresión de la belleza de Dios y de los talentos recibidos de él, hay que ponerse de parte de Cristo, para testimoniar ante todos el amor de Dios. A este respecto, me complace recordar la gran atracción espiritual que ejerció en la historia de mi vocación la figura del santo fray Alberto, Adam Chmielowski -así se llamaba-, que no era sacerdote. Fray Alberto era pintor de gran talento y cultura. Pues bien, en un determinado momento de su vida, rompió con el arte, porque comprendió que Dios lo llamaba a tareas mucho más importantes. Se trasladó a Cracovia, para hacerse pobre entre los más pobres, entregándose al servicio de los desheredados. En él encontré un gran apoyo espiritual y un ejemplo para alejarme de la literatura y del teatro, para la elección radical de la vocación al sacerdocio. Después, una de mis mayores alegrías fue elevarlo al honor de los altares, como, anteriormente, dedicarle una obra dramática: "Hermano de nuestro Dios". Mirad que seguir a Cristo no significa renunciar a los dones que nos concede, sino elegir un camino de entrega radical a él. Si llama a este camino, el "sí" resulta necesario. Por tanto, no tengáis miedo de entregaros a él. Jesús sabe cómo debéis llevar hoy su cruz en el mundo, para colmar las expectativas de muchos otros corazones jóvenes. 6. ¡Cómo han cambiado los jóvenes de hoy con respecto a los de hace veinte años! ¡Cómo ha cambiado el contexto cultural y social en el que vivimos! Pero Cristo, no, él no ha cambiado. Él es el Redentor del hombre ayer, hoy y siempre. Así pues, poned vuestros talentos al servicio de la nueva evangelización, para recrear un entramado de vida cristiana. El Papa está con vosotros. Creed en Jesús, contemplad su rostro de Señor crucificado y resucitado, un rostro que muchos quieren ver, pero que, a menudo, está velado por nuestro escaso celo por el Evangelio y por nuestro pecado. ¡Oh Jesús amado, oh Jesús buscado, revélanos tu rostro de luz y de perdón! ¡Míranos, renuévanos, envíanos! Muchísimos jóvenes te esperan y, si no te ven, no podrán vivir su vocación, no podrán vivir por ti y contigo, para renovar el mundo bajo tu mirada, dirigida al Padre y, al mismo tiempo, a nuestra pobre humanidad. 7. Amadísimos amigos, con creatividad siempre nueva, inspirada por el Espíritu Santo en la oración, seguid llevando juntos la cruz que os entregué hace veinte años. Los jóvenes de entonces han cambiado, como también yo he cambiado, pero vuestro corazón, como el mío, tiene siempre sed de verdad, de felicidad, de eternidad y, por tanto, es siempre joven. Esta tarde pongo nuevamente mi confianza en vosotros, esperanza de la Iglesia y de la sociedad.¡No tengáis miedo! Llevad por doquier, a tiempo y a destiempo (cf. 2 Tm 4, 2), la fuerza de la cruz, para que todos, también gracias a vosotros, puedan seguir viendo y creyendo en el Redentor del hombre. Amén.
1. "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21). Es la petición que algunos "griegos", que habían acudido a Jerusalén para la Pascua, dirigen a Felipe. El Maestro, advertido de este deseo, comprende que ha llegado su "hora". La "hora" de la cruz, de la obediencia al Padre siguiendo la suerte del grano de trigo que, cayendo en tierra, se pudre y muere para producir fruto. Para Jesús ha llegado también la "hora" de la gloria. La "hora" de la pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo. La "hora" en que entregará su vida para recobrarla de nuevo y donarla a todos. La "hora" en que, en la cruz, vencerá el pecado y la muerte en beneficio de toda la humanidad. También nosotros estamos llamados a vivir esa "hora", para ser "honrados" juntamente con él por el Padre. Amadísimos jóvenes de Roma y del Lacio, me alegra encontrarme con vosotros. Saludo al cardenal vicario, a los demás obispos aquí presentes y a quien, en nombre de todos vosotros, me ha hablado, dándome su testimonio. Saludo a los diversos artistas que participan en este encuentro y a todos vosotros, amadísimos amigos presentes en la plaza o que nos seguís mediante la televisión. 2. Hace veinte años, al concluir el Año santo de la Redención, entregué a los jóvenes la cruz, el madero en el que Cristo fue elevado de la tierra y vivió la "hora" para la cual había venido al mundo. Desde entonces esa cruz, peregrinando de una Jornada de la juventud a otra, está recorriendo el mundo sostenida por los jóvenes y anuncia el amor misericordioso de Dios, que sale al encuentro de todas sus criaturas para restituirles la dignidad perdida a causa del pecado. Gracias a vosotros, queridos amigos, millones de jóvenes, al mirar esa cruz, han cambiado su existencia, comprometiéndose a vivir como auténticos cristianos. 3. Amadísimos jóvenes, permaneced unidos a la cruz. Mirad la gloria que os espera también a vosotros. ¡Cuántas heridas sufre vuestro corazón, a menudo causadas por el mundo de los adultos! Al entregaros una vez más idealmente la cruz, os invito a creer que somos muchos los que confiamos en vosotros, que Cristo confía en vosotros y que sólo en él está la salvación que buscáis. ¡Cuán necesario resulta hoy renovar el modo de acercarnos a los jóvenes para anunciarles el Evangelio! Ciertamente, debemos replantear nuestra propia situación para evangelizar el mundo juvenil, pero con la certeza de que también hoy Cristo desea que lo vean, de que también hoy quiere mostrar a todos su rostro. 4. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de emprender caminos nuevos de entrega total al Señor y de misión; sugerid vosotros mismos cómo llevar hoy la cruz al mundo. A este propósito, deseo congratularme por la preparación, que se está realizando en la diócesis de Roma, de una misión de los jóvenes a los jóvenes, en el centro histórico, del 1 al 10 del próximo mes de octubre, que tiene un título muy significativo: "¡Jesús en el centro!". También me congratulo con el Consejo pontificio para los laicos, que durante estos días ha querido organizar un Foro internacional de jóvenes. Os saludo, queridos participantes en el Foro, y os aliento a comprometeros generosamente en la realización del proyecto de una presencia cristiana cada vez más eficaz en el mundo de la universidad. Alimentados con la Eucaristía, unidos a la Iglesia y aceptando vuestras cruces, haced que explote en el mundo vuestra carga de fe y anunciad a todos la misericordia divina. 5. En este camino, no tengáis miedo de fiaros de Cristo. Ciertamente, amáis el mundo, y hacéis bien, porque el mundo fue creado para el hombre. Sin embargo, en un determinado momento de la vida, es preciso hacer una opción radical. Sin renegar de nada de lo que es expresión de la belleza de Dios y de los talentos recibidos de él, hay que ponerse de parte de Cristo, para testimoniar ante todos el amor de Dios. A este respecto, me complace recordar la gran atracción espiritual que ejerció en la historia de mi vocación la figura del santo fray Alberto, Adam Chmielowski -así se llamaba-, que no era sacerdote. Fray Alberto era pintor de gran talento y cultura. Pues bien, en un determinado momento de su vida, rompió con el arte, porque comprendió que Dios lo llamaba a tareas mucho más importantes. Se trasladó a Cracovia, para hacerse pobre entre los más pobres, entregándose al servicio de los desheredados. En él encontré un gran apoyo espiritual y un ejemplo para alejarme de la literatura y del teatro, para la elección radical de la vocación al sacerdocio. Después, una de mis mayores alegrías fue elevarlo al honor de los altares, como, anteriormente, dedicarle una obra dramática: "Hermano de nuestro Dios". Mirad que seguir a Cristo no significa renunciar a los dones que nos concede, sino elegir un camino de entrega radical a él. Si llama a este camino, el "sí" resulta necesario. Por tanto, no tengáis miedo de entregaros a él. Jesús sabe cómo debéis llevar hoy su cruz en el mundo, para colmar las expectativas de muchos otros corazones jóvenes. 6. ¡Cómo han cambiado los jóvenes de hoy con respecto a los de hace veinte años! ¡Cómo ha cambiado el contexto cultural y social en el que vivimos! Pero Cristo, no, él no ha cambiado. Él es el Redentor del hombre ayer, hoy y siempre. Así pues, poned vuestros talentos al servicio de la nueva evangelización, para recrear un entramado de vida cristiana. El Papa está con vosotros. Creed en Jesús, contemplad su rostro de Señor crucificado y resucitado, un rostro que muchos quieren ver, pero que, a menudo, está velado por nuestro escaso celo por el Evangelio y por nuestro pecado. ¡Oh Jesús amado, oh Jesús buscado, revélanos tu rostro de luz y de perdón! ¡Míranos, renuévanos, envíanos! Muchísimos jóvenes te esperan y, si no te ven, no podrán vivir su vocación, no podrán vivir por ti y contigo, para renovar el mundo bajo tu mirada, dirigida al Padre y, al mismo tiempo, a nuestra pobre humanidad. 7. Amadísimos amigos, con creatividad siempre nueva, inspirada por el Espíritu Santo en la oración, seguid llevando juntos la cruz que os entregué hace veinte años. Los jóvenes de entonces han cambiado, como también yo he cambiado, pero vuestro corazón, como el mío, tiene siempre sed de verdad, de felicidad, de eternidad y, por tanto, es siempre joven. Esta tarde pongo nuevamente mi confianza en vosotros, esperanza de la Iglesia y de la sociedad.¡No tengáis miedo! Llevad por doquier, a tiempo y a destiempo (cf. 2 Tm 4, 2), la fuerza de la cruz, para que todos, también gracias a vosotros, puedan seguir viendo y creyendo en el Redentor del hombre. Amén.
MISA DEL DOMINGO DE RAMOS XIX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Domingo 4 de abril de 2004
1. "¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!" (Lc 19, 38). Con estas palabras, la población de Jerusalén acogió a Jesús en su entrada en la ciudad santa, aclamándolo como rey de Israel. Sin embargo, algunos días más tarde, la misma multitud lo rechazará con gritos hostiles: "¡Que lo crucifiquen, que lo crucifiquen!" (Lc 23, 21). La liturgia del domingo de Ramos nos hace revivir estos dos momentos de la última semana de la vida terrena de Jesús. Nos sumerge en aquella multitud tan voluble, que en pocos días pasó del entusiasmo alegre al desprecio homicida. 2. En el clima de alegría, velado de tristeza, que caracteriza el domingo de Ramos, celebramos la XIX Jornada mundial de la juventud. Este año tiene por tema: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21), la petición que dirigieron a los Apóstoles "algunos griegos" (Jn 12, 20) que habían acudido a Jerusalén para la fiesta de Pascua. Ante la multitud que se había congregado para escucharlo, Cristo proclamó: "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Así pues, esta es su respuesta: todos los que buscan al Hijo del hombre, lo verán, en la fiesta de Pascua, como verdadero Cordero inmolado por la salvación del mundo. En la cruz, Jesús muere por cada uno y cada una de nosotros. Por eso, la cruz es el signo más grande y elocuente de su amor misericordioso, el único signo de salvación para todas las generaciones y para la humanidad entera. 3. Hace veinte años, al concluir el Año santo de la redención, entregué a los jóvenes la gran cruz de aquel jubileo. En aquella ocasión, los exhorté a ser discípulos fieles de Cristo, Rey crucificado, que "se nos presenta como Aquel que (...) libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia" (Redemptor hominis, 12). Desde entonces, la cruz sigue recorriendo numerosos países, como preparación para las Jornadas mundiales de la juventud. Durante sus peregrinaciones, ha recorrido los continentes: como antorcha que pasa de mano en mano, ha sido transportada de un país a otro; se ha convertido en el signo luminoso de la confianza que impulsa a las jóvenes generaciones del tercer milenio. Hoy se encuentra en Berlín. 4. Queridos jóvenes, celebrando el vigésimo aniversario del inicio de esta extraordinaria aventura espiritual, permitidme que os renueve la misma consigna de entonces: "Os confío la cruz de Cristo. Llevadla por el mundo como señal del amor de nuestro Señor Jesucristo a la humanidad, y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado está la salvación y la redención" (Clausura del Año jubilar de la Redención, 22 de abril de 1984: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 1984, p. 12). Ciertamente, el mensaje que la cruz comunica no es fácil de comprender en nuestra época, en la que se proponen y buscan como valores prioritarios el bienestar material y las comodidades. Pero vosotros, queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de proclamar en toda circunstancia el evangelio de la cruz! ¡No tengáis miedo de ir contra corriente! 5. "Cristo... se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó" (Flp 2, 6. 8-9). El admirable himno de la carta de san Pablo a los Filipenses acaba de recordarnos que la cruz tiene dos aspectos inseparables: es, al mismo tiempo, dolorosa y gloriosa. El sufrimiento y la humillación de la muerte de Jesús están íntimamente unidos a la exaltación y a la gloria de su resurrección. Queridos hermanos y hermanas; amadísimos jóvenes, tened siempre presente esta consoladora verdad. La pasión y la resurrección de Cristo constituyen el centro de nuestra fe y nuestro apoyo en las inevitables pruebas diarias. María, la Virgen de los Dolores y testigo silenciosa del gozo de la Resurrección, os ayude a seguir a Cristo crucificado y a descubrir en el misterio de la cruz el sentido pleno de la vida. ¡Alabado sea Jesucristo!
1. "¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!" (Lc 19, 38). Con estas palabras, la población de Jerusalén acogió a Jesús en su entrada en la ciudad santa, aclamándolo como rey de Israel. Sin embargo, algunos días más tarde, la misma multitud lo rechazará con gritos hostiles: "¡Que lo crucifiquen, que lo crucifiquen!" (Lc 23, 21). La liturgia del domingo de Ramos nos hace revivir estos dos momentos de la última semana de la vida terrena de Jesús. Nos sumerge en aquella multitud tan voluble, que en pocos días pasó del entusiasmo alegre al desprecio homicida. 2. En el clima de alegría, velado de tristeza, que caracteriza el domingo de Ramos, celebramos la XIX Jornada mundial de la juventud. Este año tiene por tema: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21), la petición que dirigieron a los Apóstoles "algunos griegos" (Jn 12, 20) que habían acudido a Jerusalén para la fiesta de Pascua. Ante la multitud que se había congregado para escucharlo, Cristo proclamó: "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Así pues, esta es su respuesta: todos los que buscan al Hijo del hombre, lo verán, en la fiesta de Pascua, como verdadero Cordero inmolado por la salvación del mundo. En la cruz, Jesús muere por cada uno y cada una de nosotros. Por eso, la cruz es el signo más grande y elocuente de su amor misericordioso, el único signo de salvación para todas las generaciones y para la humanidad entera. 3. Hace veinte años, al concluir el Año santo de la redención, entregué a los jóvenes la gran cruz de aquel jubileo. En aquella ocasión, los exhorté a ser discípulos fieles de Cristo, Rey crucificado, que "se nos presenta como Aquel que (...) libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia" (Redemptor hominis, 12). Desde entonces, la cruz sigue recorriendo numerosos países, como preparación para las Jornadas mundiales de la juventud. Durante sus peregrinaciones, ha recorrido los continentes: como antorcha que pasa de mano en mano, ha sido transportada de un país a otro; se ha convertido en el signo luminoso de la confianza que impulsa a las jóvenes generaciones del tercer milenio. Hoy se encuentra en Berlín. 4. Queridos jóvenes, celebrando el vigésimo aniversario del inicio de esta extraordinaria aventura espiritual, permitidme que os renueve la misma consigna de entonces: "Os confío la cruz de Cristo. Llevadla por el mundo como señal del amor de nuestro Señor Jesucristo a la humanidad, y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado está la salvación y la redención" (Clausura del Año jubilar de la Redención, 22 de abril de 1984: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 1984, p. 12). Ciertamente, el mensaje que la cruz comunica no es fácil de comprender en nuestra época, en la que se proponen y buscan como valores prioritarios el bienestar material y las comodidades. Pero vosotros, queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de proclamar en toda circunstancia el evangelio de la cruz! ¡No tengáis miedo de ir contra corriente! 5. "Cristo... se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó" (Flp 2, 6. 8-9). El admirable himno de la carta de san Pablo a los Filipenses acaba de recordarnos que la cruz tiene dos aspectos inseparables: es, al mismo tiempo, dolorosa y gloriosa. El sufrimiento y la humillación de la muerte de Jesús están íntimamente unidos a la exaltación y a la gloria de su resurrección. Queridos hermanos y hermanas; amadísimos jóvenes, tened siempre presente esta consoladora verdad. La pasión y la resurrección de Cristo constituyen el centro de nuestra fe y nuestro apoyo en las inevitables pruebas diarias. María, la Virgen de los Dolores y testigo silenciosa del gozo de la Resurrección, os ayude a seguir a Cristo crucificado y a descubrir en el misterio de la cruz el sentido pleno de la vida. ¡Alabado sea Jesucristo!
CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
4 de abril de 2004
XIX Jornada Mundial de la Juventud "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21)
1. Le dirijo un cordial saludo a usted, señor obispo Franz-Josef Hermann Bode, responsable de la pastoral juvenil, y a todos los que han participado en la santa misa celebrada en Berlín por el cardenal Sterzinsky. ¡Gracias, de corazón, por las palabras que usted, señor obispo, y la representante de los jóvenes, me han dirigido! Con gran alegría os saludo también a vosotros, queridos jóvenes alemanes, que con vuestros pastores y asistentes espirituales os habéis reunido en torno a la cruz, que ha recorrido numerosos países de Europa. Esta cruz recorrerá ahora vuestro país, para llegar finalmente a Colonia, donde en agosto del año 2005 se celebrará la XX Jornada mundial de la juventud. Exhorto a toda la Iglesia que está en Alemania a prepararse para esa gran cita. 2. Ahora, antes de concluir, deseo dirigir un cordial saludo a todos los peregrinos presentes. De modo especial, os saludo a vosotros, amadísimos jóvenes, que durante estos días habéis dado vida al VIII Foro internacional de los jóvenes, organizado por el Consejo pontificio para los laicos. Me alegra saludar, también, a los rectores y profesores presentes en el Foro, así como a los obispos, a los sacerdotes y a los laicos comprometidos en la pastoral universitaria. Por último, saludo cordialmente a los jóvenes romanos y a los de otras partes del mundo que han venido a Roma para la Semana santa. Sobre todos invoco la protección materna de María. Queridos jóvenes, antes del Ángelus os agradezco vuestra jubilosa y prometedora presencia. Os aseguro que sois siempre bienvenidos a la casa del Papa. Dios os bendiga y proteja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario