miércoles, 22 de abril de 2009

III Jornada Mundial de la Juventud - 1988


27 de marzo - Roma Celebración diocesana Domingo de Ramos





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

PARA LA III JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


«Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5)

Queridísimos jóvenes:


Escuchad a María
1. Una vez más, me dirijo a vosotros para anunciaros la próxima Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en vuestras diócesis el Domingo de Ramos de 1988. Dicha Jornada tendrá, esta vez, un carácter muy especial, ya que en toda la Iglesia se está viviendo el Año Mariano inaugurado el Domingo de Pentecostés y cuya clausura celebraremos el 15 del próximo mes de agosto, en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María.
Al final del segundo milenio de la era cristiana, en un momento crítico de la historia de nuestro mundo desgarrado por múltiples y difíciles problemas, el Año Mariano constituye, para todos nosotros, un don especial. En este año, María se presenta bajo una nueva luz, come una Madre cuyo corazón rebosa de amor, tierno y sensible, y como una Educadora que nos precede en el camino de la fe, indicándonos cuál es el camino de la vida. Por eso, el Año Mariano es un año en el que, de modo especial, se escucha a María. Y en este Año Mariano, es María a quién escucharéis en vuestra próxima Jornada Mundial: ¡esta vez, es María la que os convoca, jóvenes! Ella os da la cita porque tiene mucho para deciros. Estoy seguro que, guiados por vuestros Obispos, como en los años pasados, participaréis activamente en la celebración de la Jornada Mundial de 1988.
Un sí profundo al Señor
2. El punto central de la Jornada Mundial de la Juventud, pues, será María, Virgen y Madre de Dios. ¿Qué nos dirá María, nuestra Madre y Maestra? En el Evangelio, encontramos una frase en la que María se manifiesta realmente come Maestra. Es la frase que pronunció en las Bodas de Caná de Galilea. Después de haber dicho a su Hijo: «No tienen vino», dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».
Y éstas son las palabras que he querido escoger como hilo conductor de la Jornada Mundial de 1988. Encierran un mensaje muy importante, válido para todos los hombres de todos los tiempos. «Haced lo que Él os diga» significa: escuchad a Jesús, mi Hijo; actuad según su palabra y confiad en Él. Aprended a decir «Sí» al Señor en cada circunstancia de vuestra vida. Es un mensaje muy reconfortante, del cual todos tenemos necesidad.
«Haced lo que Él os diga». En estas palabras, María expresa sobre todo el secreto más profundo de su vida. En estas palabras, está toda Ella. Su vida, de hecho, ha sido un «Sí» profundo al Señor. Un «Sí» lleno de gozo y de confianza. María, llena de gracia, Virgen inmaculada, ha vivido toda su existencia, completamente disponible a Dios, perfectamente en acuerdo con su voluntad, incluso en los momentos más difíciles, que alcanzaron su punto culminante en el Monte Calvario, al pie de la Cruz. Nunca ha retirado su «Sí», porque había entregado toda su vida en las manos de Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc, 1,38). Al respecto, os recuerdo lo que destaca la Encíclica Redemptoris Mater: «En efecto, en la Anunciación, María se ha abandonado en Dios completamente, manifestando "La obediencia de la fe" a aquél que le hablaba a través de su mensajero y prestando "el homenaje del entendimiento y de la voluntad". Ha respondido, por tanto, con todo su "yo" humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre» y una disponibilidad a la acción del Espíritu Santo que "perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones"» (Redemptoris Mater, n.13).
«Haced lo que Él os diga». Esta breve frase contiene todo el programa de vida que María-Maestra realizó como primera discípula del Señor y que nos enseña en nuestros días. Es el programa de una vida que se apoya en un fundamento sólido que tiene como nombre: Jesús.
Buscando el sentido de la vida
3. Podemos constatar que el mundo en el que vivimos atraviesa momentos de crisis. Una de las más peligrosas es la pérdida del sentido de la vida. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el verdadero sentido de la vida; buscan sucedáneos en un consumismo desenfrenado, en la droga, el alcohol y el erotismo. Buscan la felicidad, pero el resultado de esta búsqueda es una profunda tristeza, un vacío y, muy a menudo, la desesperación.
En esta situación, muchos jóvenes se plantean interrogantes fundamentales: ¿Cómo vivir mi vida de modo que no la arruine? ¿Sobre qué cimientos construir mi vida para que sea verdaderamente bien lograda? ¿Qué debo hacer para dar un sentido a mi vida? ¿Cómo debo comportarme en las situaciones complejas y difíciles que a veces se viven en mi familia, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, con los amigos?... Son interrogantes, a veces, dramáticos, que ciertamente, también hoy, muchos de vosotros se plantean.
Vosotros todos, estoy seguro, queréis establecer vuestra vida sobre fundamentos sólidos, capaces de resistir las adversidades que no pueden faltar: queréis fundarla sobre la roca. Entonces, de frente a vosotros, esta María, la Virgen de Nazaret, la humilde sierva del Señor que os muestra a su Hijo diciendo: «Haced lo que Él os diga»; es decir, escuchad a Jesús, obedeced a Jesús, a sus mandamientos, confiad en Él. Éste es el único programa de vida para realizarse auténticamente y ser feliz. Ésta es la sola fuente que le da un sentido profundo a nuestra vida.
El año pasado, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, habéis meditado en torno a las palabras de San Juan: «Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él» (1Jn 4,16). Y este año, María os explica, queridos jóvenes, lo que significa creer en Dios y amar a Dios. La fe y el amor no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida con coherencia, a la luz del Evangelio. Creer en Dios y amar a Dios significa comprometerse a hacer siempre lo que Jesús nos dice en las Escrituras y lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia. Y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra la corriente de la moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, ésta es la única vía para edificarse una vida bien lograda y plena.
Esto es lo que María nos enseña en las Bodas de Caná, enseñanza que queremos profundizar y acoger plenamente en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud de 1988.
¡Queridísimos jóvenes!, os invito a todos a participar en este acontecimiento importante. Venid y escuchad a la Madre de Jesús, ¡vuestra Madre y vuestra Maestra!
Meditad sobre la vida de María
4. Para que no se reduzca a una mera manifestación exterior y efímera, la Jornada Mundial de la Juventud requiere un camino de honda preparación –a nivel de la diócesis, de la parroquia, de vuestros grupos, movimientos y asociaciones juveniles– y, de modo particular, durante la Cuaresma.
Por tanto, os invito a todos a recorrer este camino de preparación espiritual para acoger lo mejor posible tanto la gracia del Año Mariano, cuanto el don de la Jornada Mundial de la Juventud de este año.
Meditad sobre la vida de María. Meditadla, sobre todo vosotras, ¡jóvenes! Para vosotras, pues, la Virgen inmaculada es un modelo sublime de mujer consciente de su propia dignidad y de su alta vocación. Meditadla también vosotros, ¡jóvenes! Escuchando las palabras que María pronunció en Caná de Galilea: «Haced lo que Él os diga», tratad de construir vuestra vida, desde el principio, sobre el sólido fundamento que es Jesús. Os deseo que vuestra meditación sobre el misterio de María os lleve a imitarla en su vida: aprended de ella a escuchar y a poner en práctica la Palabra de Dios (cfr. Jn 2,5), aprended de ella a permanecer cerca del Señor, aunque ello pueda costaros mucho (cfr. Jn 19,25).
Os deseo que vuestra meditación sobre el misterio de María os lleve también a rezarla con confianza en el Rosario. ¡Tratad de descubrir la belleza del Rosario! ¡Que esta oración os vaya acompañando cada día de vuestra vida!
Termino ahora este Mensaje saludándoos de todo corazón, jóvenes de todo el mundo. Quiero que sepáis que os recuerdo a cada uno en mi oración.
A lo largo de todo vuestro camino de preparación espiritual que os llevará a la Jornada Mundial de la Juventud de 1988 y durante su celebración en vuestras diócesis, os acompañe mi bendición apostólica.


Desde el Vaticano, 13 de diciembre de 1987, tercer Domingo de Adviento.







JUAN PABLO II


ÁNGELUS Domingo de Ramos 27 de marzo de 1988

Queridos jóvenes:


Os agradezco que hayáis venido también este año a celebrar el Domingo de Ramos: encuentro anual de los jóvenes de todo el mundo. El año próximo, la Jornada mundial de la Juventud que, en las Iglesias locales se celebrará el Domingo de Ramos, tendrá su momento culminante, los días 19-20 de agosto, con la peregrinación de los jóvenes a Santiago de Compostela, España, a donde iré yo también para reunirme con ellos.
La idea-guía de la Jornada 1989 será; "Los jóvenes cristianos, en el umbral del año 2000, descubren las raíces apostólicas de su fe y se comprometen activamente en la evangelización del mondo contemporáneo". Este año hemos acogido y meditado juntos la invitación de María: "Haced lo que Él os diga".
Al final de esta celebración, damos gracias juntos a la Santa Madre del Redentor, por todo lo que nos ha sugerido durante este encuentro, y desde ahora le confiamos el del año próximo en Santiago de Compostela. Nuestras voces, que han resonado en esta plaza con el canto del "Hosanna al Hijo de David", concluyen ahora este rito solemne con el rezo de "Ángelus".
Saludos
Un saludo cordial a los numerosos muchachos y muchachas procedentes de España y de diversos Países de América Latina, que en la fiesta solemne del Domingo de Ramos se han querido unir al Papa para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud, en este Año Mariano.
Recordando el encuentro del año pasado en la gran Avenida 9 de Julio, de Buenos Aires, y pidiendo vuestras oraciones para el buen éxito del año próximo en Santiago de Compostela, os imparto con afecto la bendición apostólica







III JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Plaza de San PedroDomingo de Ramos, 27 de marzo de 1988


1. «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).
Celebramos la liturgia del Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro. Esta es también la Jornada internacional de la Juventud. El Domingo de Ramos reúne todos los años en esta plaza a muchos jóvenes, que se sienten como llamados por el acontecimiento que se conmemora este día. Efectivamente, durante la entrada de Jesús en Jerusalén, entre los que gritaban “Hosana al Hijo de David”, no faltaron los jóvenes. El himno litúrgico canta: “Pueri hebraeorum portantes ramos olivarum obviaverunt Domino”.
Pueri: es decir, los jóvenes hebreos. Obviaverunt: es decir, fueron al encuentro de Cristo. Cantaron “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt 21, 9). Cada año, el Domingo de Ramos sucede lo mismo: Los jóvenes van al encuentro de Cristo, enarbolan las palmas, cantan el himno mesiánico, para saludar a Aquel que viene en el nombre del Señor. Así sucede aquí en Roma, como en otros lugares del mundo. El año pasado fue así en Buenos Aires, donde pude celebrar la Jornada de la Juventud especialmente con los jóvenes de América Latina.
Todos vosotros, jóvenes, allí donde estéis y cualquier día que os reunáis para celebrar vuestra fiesta, sentiréis la necesidad de repetir las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Sólo Tú.
2. Las “palabras de vida eterna” nos describen hoy la pasión y la muerte de Cristo según el Evangelio de San Marcos.
Hemos escuchado esta descripción. Hemos escuchado también las palabras del Profeta Isaías, que desde las profundidades de los siglos preanuncia al Mesías, como varón de dolores: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” (Is 50, 6).
De hecho fue precisamente así, como había previsto el Profeta.
Y, fue también así, como había proclamado el Salmista —también él desde la profundidad de los siglos—: “Me taladran las manos y los pies, puedo contar todos mis huesos... Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica” (Sal 21/22, 17-19).
Así fue. Y aún más. Las palabras con que el Profeta (David) comienza su Salmo estuvieron en los labios de Cristo durante la agonía en Getsemaní: “Dios mío; Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (¿Elí, Elí, lamá sabactaní?) (Mt 27, 46; Sal 21/22, 2).
La pasión y la muerte de Cristo emergen de los textos del Antiguo Testamento para confirmarse como la realidad decisiva de la Nueva y Eterna Alianza de Dios con la humanidad.
3. Hemos escuchado finalmente las palabras impresionantes del Apóstol Pablo en la Carta a los Filipenses. Son una síntesis del misterio pascual. El texto es conciso, pero al mismo tiempo tiene un contenido insondable, como lo es el misterio. San Pablo nos lleva al límite mismo de lo que en la historia de la creación comenzó a suceder entre Dios y el hombre, y que encontró su culmen y su plenitud en Jesucristo. En definitiva, en la cruz y resurrección.
Jesucristo “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó...” (Flp 2, 6-9).
Así “las palabras de vida eterna” fueron pronunciadas por medio de la cruz y de la muerte. No eran sólo teoría. Fueron una realidad tremenda entre Aquel que “Es” ab aeterno, que no pasa, y aquel que pasa, para el que está establecido que debe morir una sola vez. Al mismo tiempo el hombre, como ser creado a imagen y semejanza de Dios, espera las palabras de vida eterna. Las encuentra en el Evangelio de Cristo. Se confirman de forma definitiva en su muerte y resurrección.
¿A quién iremos?
Cristo es Aquel que “en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor”, no cesa de manifestar “plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación, revelando el misterio del Padre y de su amor”. Esto dice el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral Gaudium et spes (22a).
4. ¿Por qué, pues, precisamente este día, Domingo de Ramos, se ha convertido en la Iglesia desde hace algunos años en la “fiesta de los jóvenes”?: Jornada de los jóvenes. Es cierto que esta jornada de la juventud se celebra en cada país y en ambientes y períodos diversos, pero el Domingo de Ramos queda siempre para ella como un punto central de referencia.
¿Por qué? Parece que los mismos jóvenes dan a esta pregunta una respuesta espontánea. Una respuesta así la dais todos vosotros, que desde hace años peregrináis a Roma precisamente para celebrar este día (y esto se realizó especialmente el Año de la Redención y el Año dedicado a la juventud).
Con este hecho, ¿acaso no queráis hacer ver vosotros mismos que buscáis a Cristo en el centro de su misterio? Lo buscáis en la plenitud de esa verdad que es El mismo en la historia del hombre: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). Vosotros buscáis a Cristo en la palabra definitiva del Evangelio, como lo hizo el Apóstol Pablo: En la cruz, que es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Co 1, 24), como confirmó la resurrección.
En Cristo —crucificado y resucitado— buscáis precisamente esa fuerza y esa sabiduría.
5. Cristo revela plenamente el propio hombre al hombre —cada uno de nosotros—. ¿Podría revelarlo “plenamente” si no hubiera pasado también este sufrimiento, y este despojo sin límites? ¿Si no hubiera finalmente gritado en la cruz: “Por qué me has abandonado?” (cf. Mt 27, 46).
El campo de la experiencia del hombre es limitado. Inefable es también el cúmulo de sus sufrimientos. El que tiene “palabras de vida eterna”, no dudó en fijar esta palabra en todas las dimensiones de la temporalidad humana...
“Por eso Dios lo levantó”. Por eso, “Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (cf. Flp 2, 9. II). Y de este modo da testimonio de “la sublimidad de su vocación” (cf. Gaudium et spes, 22): ninguna dificultad, ningún sufrimiento o despojo, pueden separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8, 35): De ese amor que está en Jesucristo.
6. Así, pues, esta “Jornada para los jóvenes” queda en la Iglesia como un momento elocuente de vuestra “peregrinación a través de la fe”.
Este año dirigimos nuestra mirada a la Madre de Dios presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, presente también en la agonía del Gólgota. Allí precisamente se encuentra el punto culminante de la peregrinación de María, de la que el Concilio, siguiendo las iniciativas de la Tradición, nos enseña que nos precede a todos en el camino: Va delante en la peregrinación “de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo” (cf. Lumen gentium, 63).
En este Año mariano deseo a todos los jóvenes que, mirando a María como “modelo”, descubran todas las profundidades escondidas en el misterio de Cristo.
Ya que Cristo dice siempre de nuevo a los jóvenes, como dijo en el Evangelio: “Sígueme” (Lc 18, 22). El análisis de esta llamada se encuentra en la Carta enviada a los jóvenes y a las jóvenes del mundo en el año 1985.
Es necesario que sintáis esta llamada. Y es necesario que la maduréis constantemente para darle vuestra respuesta.
“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.


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