viernes, 24 de abril de 2009

XVII Jornada Mundial de la Juventud - 2002

«Vosotros sois la sal de la tierra ... Vosotros sois la luz del mundo»
(Mt 5,13-14)


24 de marzo - Roma Celebración diocesana

Domingo de Ramos





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

PARA LA XVII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

"Vosotros sois la sal de la tierra...Vosotros sois la luz del mundo", (Mt 5, 13-14)


¡Queridos jóvenes!


1. Aún permanece muy vivo en mi memoria el recuerdo de los momentos extraordinarios que hemos vivido juntos en Roma durante el Jubileo del año 2000, cuando habéis venido en peregrinación a las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo. Habéis pasado por la Puerta Santa en largas filas silenciosas y os habéis preparado a recibir el sacramento de la Reconciliación; después, en la vigilia nocturna y en la Misa de la mañana en Tor Vergata, habéis vivido una intensa experiencia espiritual y eclesial; robustecidos en la fe, habéis vuelto a casa con la misión que os he confiado: que seáis, en esta aurora del nuevo milenio, testigos valientes del Evangelio.
La celebración de la Jornada Mundial de la Juventud se ha convertido ya en un momento importante de vuestra vida, como lo ha sido para la vida de la Iglesia. Os invito, pues, a que comencéis a prepararos para XVIIª edición de este gran acontecimiento, que se celebrará internacionalmente en Toronto, Canadá, el verano del próximo año. Será una nueva ocasión para encontrar a Cristo, dar testimonio de su presencia en la sociedad contemporánea y llegar a ser constructores de la "civilización del amor y la verdad".
2. "Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo", (Mt 5,13-14): éste es el lema que he elegido para la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Las dos imágenes, de la sal y la luz, utilizadas por Jesús, son complementarias y ricas de sentido. En efecto, en la antigüedad se consideraba a la sal y a la luz como elementos esenciales de la vida humana.
"Vosotros sois la sal de la tierra....". Como es bien sabido, una de las funciones principales de la sal es sazonar, dar gusto y sabor a los alimentos. Esta imagen nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4). La sal por la que no se desvirtúa la identidad cristiana, incluso en un ambiente hondamente secularizado, es la gracia bautismal que nos ha regenerado, haciéndonos vivir en Cristo y concediendo la capacidad de responder a su llamada para "que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12, 1). Escribiendo a los cristianos de Roma, san Pablo los exhorta a manifestar claramente su modo de vivir y de pensar, diferente del de sus contemporáneos: "no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2).
Durante mucho tiempo, la sal ha sido también el medio usado habitualmente para conservar los alimentos. Como la sal de la tierra, estáis llamados a conservar la fe que habéis recibido y a transmitirla intacta a los demás. Vuestra generación tiene ante sí el gran desafío de mantener integro el depósito de la fe (cf 2 Ts 2, 15; 1 Tm 6, 20; 2 Tm 1, 14).
¡Descubrid vuestras raíces cristianas, aprended la historia de la Iglesia, profundizad el conocimiento de la herencia espiritual que os ha sido transmitido, seguid a los testigos y a los maestros que os han precedido! Sólo permaneciendo fieles a los mandamientos de Dios, a la alianza que Cristo ha sellado con su sangre derramada en la Cruz, podréis ser los apóstoles y los testigos del nuevo milenio.
Es propio de la condición humana, y especialmente de la juventud, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia. Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos! No os dejéis desanimar por los que, decepcionados de la vida, se han hecho sordos a los deseos más profundos y más auténticos de su corazón. Tenéis razón en no resignaros a las diversiones insulsas, a las modas pasajeras y a los proyectos insignificantes. Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad.
3. "Vosotros sois la luz del mundo....". Para todos aquellos que al principio escucharon a Jesús, al igual que para nosotros, el símbolo de la luz evoca el deseo de verdad y la sed de llegar a la plenitud del conocimiento que están impresos en lo más íntimo de cada ser humano.
Cuando la luz va menguando o desaparece completamente, ya no se consigue distinguir la realidad que nos rodea. En el corazón de la noche podemos sentir temor e inseguridad, esperando sólo con impaciencia la llegada de la luz de la aurora. Queridos jóvenes, ¡a vosotros os corresponde ser los centinela de la mañana (cf. Is 21, 11-12) que anuncian la llegada del sol que es Cristo resucitado!
La luz de la cual Jesús nos habla en el Evangelio es la de la fe, don gratuito de Dios, que viene a iluminar el corazón y a dar claridad a la inteligencia: "Pues el mismo Dios que dijo: ‘De las tinieblas brille la luz’, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2 Co 4, 6). Por eso adquieren un relieve especial las palabras de Jesús cuando explica su identidad y su misión: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
El encuentro personal con Cristo ilumina la vida con una nueva luz, nos conduce por el buen camino y nos compromete a ser sus testigos. Con el nuevo modo que Él nos proporciona de ver el mundo y las personas, nos hace penetrar más profundamente en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia un conjunto de enunciados teóricos, sino asimilar una experiencia, vivir una verdad; es la sal y la luz de toda la realidad (cf. Veritatis splendor, 88).
En el contexto actual de secularización, en el que muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera, o son atraídos por formas de religiosidad irracionales, es necesario que precisamente vosotros, queridos jóvenes, reafirméis que la fe es una decisión personal que compromete toda la existencia. ¡Que el Evangelio sea el gran criterio que guíe las decisiones y el rumbo de vuestra vida! De este modo os haréis misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajéis y viváis, seréis signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo. No lo olvidéis: ¡"No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín" (cf. Mt 5,15).
Así como la sal da sabor a la comida y la luz ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la vida, haciéndola un reflejo de la gloria de Dios. ¡Con cuántos santos, también entre los jóvenes, cuenta la historia de la Iglesia! En su amor por Dios han hecho resplandecer las mismas virtudes heroicas ante el mundo, convirtiéndose en modelos de vida propuestos por la Iglesia para que todos les imiten. Entre otros muchos, baste recordar a Inés de Roma, Andrés de Phú Yên, Pedro Calungsod, Josefina Bakhita, Teresa de Lisieux, Pier Giorgio Frassati, Marcel Callo, Francisco Castelló Aleu o, también, Kateri Tekakwitha, la joven iraquesa llamada la "azucena de los Mohawks". Pido a Dios tres veces Santo que, por la intercesión de esta muchedumbre inmensa de testigos, os haga ser santos, queridos jóvenes, ¡los santos del tercer milenio!
4. Queridos jóvenes, ha llegado el momento de prepararse para la XVII Jornada Mundial de la Juventud. Os dirijo una especial invitación a leer y a profundizar la Carta apostólica Novo milenio ineunte, que he escrito a comienzos de año para acompañar a los bautizados, en esta nueva etapa de la vida de la Iglesia y de los hombres: "Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su "reflejo"" (n. 54).
Sí, es la hora de la misión. En vuestras diócesis y en vuestras parroquias, en vuestros movimientos, asociaciones y comunidades, Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y escuela de comunión y de oración. Profundizad en el estudio de la Palabra de Dios y dejad que ella ilumine vuestra mente y vuestro corazón. Tomad fuerza de la gracia sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía. Tratad asiduamente con el Señor en ese "corazón con corazón" que es la adoración eucarística. Día tras día recibiréis nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la paz al mundo. Muchas son las personas heridas por la vida, excluida del desarrollo económico, sin un techo, una familia o un trabajo; muchas se pierden tras falsas ilusiones o han abandonado toda esperanza. Contemplando la luz que resplandece sobre el rostro de Cristo resucitado, aprended a vivir como "hijos de la luz e hijos del día" (1 Ts 5, 5), manifestando a todos que "el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad" (Ef 5, 9).
5. Queridos jóvenes amigos, para todos los que puedan, ¡la cita es en Toronto! En el corazón de una ciudad multicultural y pluriconfesional, anunciaremos la unicidad de Cristo Salvador y la universalidad del misterio de salvación del que la Iglesia es sacramento. Rogaremos por la total comunión entre los cristianos en la verdad y en la caridad, respondiendo a la invitación apremiante de Dios que desea ardientemente "que sean uno como nosotros" (Jn 17, 11).
Venid para hacer resonar en las grandes arterias de Toronto el anuncio gozoso de Cristo, que ama a todos los hombres y lleva a cumplimiento todo germen de bien, de belleza y de verdad existente en la ciudad humana. Venid para contar al mundo vuestra alegría de haber encontrado a Cristo Jesús, vuestro deseo de conocerlo cada vez mejor, vuestro compromiso de anunciar el Evangelio de salvación hasta los extremos confines de la tierra.
Vuestros coetáneos canadienses se preparan ya para acogeros calurosamente y con gran hospitalidad, junto con sus Obispos y las Autoridades civiles. Se lo agradezco ya desde ahora cordialmente. ¡Quiera Dios que esta primera Jornada Mundial de los Jóvenes al comienzo del tercer milenio transmita a todos un mensaje de fe, de esperanza y de amor!
Os acompaña mi bendición, mientras confío a María, Madre de la Iglesia, a cada uno de vosotros, vuestra vocación y vuestra misión.


En Castel Gandolfo, el 25 de julio de 2001


IOANNES PAULUS II


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA

Plaza de San Pedro


Jueves 21 de marzo de 2002



1. "Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14).Estas palabras de Jesús resuenan en nuestro corazón, mientras nos preparamos para la celebración de la XVII Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Toronto, Canadá, el próximo mes de julio. Estas palabras nos interpelan profundamente; nos piden que nos unamos con nuestra vida a Aquel que es la verdadera luz del mundo y la sal que da sabor inalterable a la tierra: Jesucristo, el Verbo que se hizo carne y vino a habitar en medio de nosotros.Amadísimos jóvenes, os agradezco este encuentro que habéis organizado y durante el cual habéis querido preguntaros juntos: "¿Qué quiere decir ser luz del mundo y sal de la tierra?". Algunos amigos vuestros ya os han ayudado a encontrar una respuesta. Acogiendo libremente la llamada de Dios, unos viven el noviazgo y otros el matrimonio. Algunos están recorriendo el camino del sacerdocio y otros el de la vida religiosa o misionera.Les agradezco sus testimonios, que os estimulan a todos vosotros a preguntaros con sinceridad, tal como han hecho ellos: "Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Qué deseas que haga para vivir con plenitud mi bautismo y ser sal de la tierra y luz del mundo?Antes que ellos, Francisco de Asís se planteó esta misma pregunta ante el crucifijo de San Damián. Tanto a ellos como a vosotros, Dios quiere revelar su designio de amor, para realizar el proyecto de vida que ha establecido desde la eternidad para cada uno.2. Agradezco al cardenal vicario las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Doy las gracias también a la responsable de los jóvenes de la Acción católica diocesana.Saludo a la delegación de jóvenes de las regiones de Italia, que viajará mañana a Toronto, donde se reunirá con sus coetáneos comprometidos en la preparación de la próxima Jornada mundial. Saludo asimismo al grupo que realizará una peregrinación a Tierra Santa, para llevar un testimonio de solidaridad a los jóvenes de aquellos lugares tan probados. Por último, saludo a la delegación de jóvenes procedentes de Toronto, que han venido para participar en este encuentro y en la celebración del domingo de Ramos.Doy las gracias a los muchachos y muchachas que me han manifestado su deseo de acoger la llamada del Señor, pero que, al mismo tiempo, han reconocido que no siempre es fácil responderle con un "sí" abierto y generoso.Amadísimos amigos, comprendo vuestras dificultades. Ciertamente, las múltiples propuestas que llegan de numerosas partes a vuestra conciencia no os ayudan a descubrir con facilidad el prodigioso designio de vida que tiene a Cristo como centro unificador y propulsor. ¿No es verdad que algunos de vuestros coetáneos viven como por momentos, eligiendo cada vez lo que puede parecer más cómodo?Escuchadme. Si no dedicáis tiempo a la oración y no contáis con la ayuda de un director espiritual, la confusión del mundo puede llegar incluso a ahogar la voz de Dios. Como algunos han observado oportunamente, al tratar de satisfacer las propias necesidades inmediatas se pierde la capacidad de amar en nombre de Cristo y no se puede dar la vida por los demás, como él nos enseñó. ¿Qué hacer entonces?3. Me habéis formulado la siguiente pregunta: "¿Qué debemos hacer para ser sal de la tierra y luz del mundo?".Para responder, debemos recordar ante todo que Dios creó al hombre a su imagen, destinándolo a esa primera y fundamental vocación que es la comunión con él. En esto consiste la más alta dignidad del ser humano. Como recuerda el concilio Vaticano II, "el hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador" (Gaudium et spes, 19).¡Sí, queridos amigos, hemos sido creados por Dios y para Dios, y el deseo de él está inscrito en nuestro corazón! Dado que "la gloria de Dios es el hombre que vive", como dijo san Ireneo de Lyon, Dios no deja de atraer a sí al hombre, para que encuentre en él la verdad, la belleza y la felicidad que busca sin descanso. Esta atracción que Dios ejerce sobre nosotros se llama "vocación".4. Precisamente porque hemos sido creados a imagen de Dios, hemos recibido de él también el gran don que es la libertad. Pero si no se ejercita bien, la libertad nos puede conducir lejos de Dios. Nos puede hacer perder la dignidad de la que él nos ha revestido. Cuando no está plasmada por el Evangelio, la libertad puede transformarse en esclavitud: la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.Queridos jóvenes, queridos muchachos y muchachas de Roma, nuestros progenitores, alejándose de la voluntad divina, cayeron en el pecado, es decir, en el mal uso de la libertad. Sin embargo, el Padre celestial no nos abandonó; envió a su Hijo Jesús para curar la libertad herida y restaurar de un modo aún más hermoso la imagen que se había desfigurado. Jesús, victorioso sobre el pecado y la muerte, afirmó su señorío sobre el mundo y sobre la historia. Él vive y nos invita a no someter nuestra libertad personal a ningún poder terreno, sino sólo a él y a su Padre omnipotente.Jóvenes del nuevo milenio, no uséis mal vuestra libertad. No arruinéis la gran dignidad de hijos de Dios que os ha sido dada. Someteos únicamente a Cristo, que quiere vuestro bien y vuestra alegría auténtica (cf. Mt 23, 8-10); a él, que quiere que seáis hombres y mujeres plenamente felices y realizados. De este modo descubriréis que sólo cumpliendo la voluntad de Dios podemos ser luz del mundo y sal de la tierra.5. Estas realidades tan sublimes como comprometedoras sólo se pueden comprender y vivir en un clima de constante oración. Este es el secreto para entrar y morar en la voluntad de Dios. Por tanto, son muy oportunas las iniciativas de oración -sobre todo de adoración eucarística- que se están difundiendo en la diócesis de Roma gracias a vosotros, jóvenes.Quisiera decir además a todos y a cada uno: leed el Evangelio, personal y comunitariamente, meditadlo y vividlo. El Evangelio es la palabra viva y operante de Jesús, que nos da a conocer el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y por la humanidad entera. El Maestro divino os llama a cada uno de vosotros a trabajar en su campo; os llama a ser sus discípulos, dispuestos a comunicar también a otros amigos vuestros lo que él os ha comunicado.Si hacéis esto, sabréis responder a la pregunta: "Señor, ¿qué quieres que haga?". En efecto, la verdadera respuesta se halla en el Evangelio, que esta tarde os entrego idealmente. Es el mandato misionero de Jesús: "Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14). Os lo entrego por manos de María, modelo luminoso de fidelidad a la vocación que le confió el Señor.¡Buen viaje a Toronto! ¡Ánimo!




DOMINGO DE RAMOS Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 24 de marzo de 2002

1. "Pueri hebraeorum, portantes ramos olivarum... Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor".Así canta la antífona litúrgica que acompaña la solemne procesión con ramos de olivo y de palma en este domingo, llamado precisamente de Ramos y de la Pasión del Señor. Hemos revivido lo que sucedió aquel día: en medio de la multitud llena de alegría en torno a Jesús, que montado en un pollino entraba en Jerusalén, había muchísimos niños. Algunos fariseos querían que Jesús los hiciera callar, pero él respondió que si ellos callaban, gritarían las piedras (cf. Lc 19, 39-40).También hoy, gracias a Dios, hay un gran número de jóvenes aquí, en la plaza de San Pedro. Los "jóvenes hebreos" se han convertido en muchachos y muchachas de todas las naciones, lenguas y culturas. Queridos jóvenes, ¡sed bienvenidos! Os dirijo a cada uno mi más cordial saludo. Esta cita nos proyecta hacia la próxima Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Toronto, ciudad canadiense, una de las más cosmopolitas del mundo. Allí ya se encuentra la Cruz de los jóvenes, que hace un año, con ocasión del domingo de Ramos, los jóvenes italianos entregaron a sus coetáneos canadienses.2. La cruz es el centro de esta liturgia. Vosotros, queridos jóvenes, con vuestra participación atenta y entusiasta en esta solemne celebración, mostráis que no os avergonzáis de la cruz. No teméis la cruz de Cristo. Es más, la amáis y la veneráis, porque es el signo del Redentor muerto y resucitado por nosotros. Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva la cruz en triunfo, como prueba indudable de que Dios es amor. Con la entrega total de sí, precisamente con la cruz, nuestro Salvador venció definitivamente el pecado y la muerte. Por eso aclamamos con júbilo: "Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, porque con tu cruz has redimido al mundo".3. "Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre" (Aclamación antes del Evangelio). Con estas palabras del apóstol san Pablo, que ya han resonado en la segunda lectura, acabamos de elevar nuestra aclamación antes del comienzo de la narración de la Pasión. Expresan nuestra fe: la fe de la Iglesia.Pero la fe en Cristo jamás se da por descontada. La lectura de su Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo en la Iglesia. El misterio pascual, que reviviremos durante los días de la Semana santa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con él o escapamos o somos simples espectadores de su muerte.Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona.4. La narración de la Pasión pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente.Queridos jóvenes, aprended de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del hombre se ve en la fidelidad con la que es capaz de dar testimonio de la verdad, resistiendo a lisonjas y amenazas, a incomprensiones y chantajes, e incluso a la persecución dura y cruel. Por este camino nuestro Redentor nos llama para que lo sigamos.Sólo si estáis dispuestos a hacerlo, llegaréis a ser lo que Jesús espera de vosotros, es decir, "sal de la tierra" y "luz del mundo" (Mt 5, 13-14). Como sabéis, este es precisamente el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud. La imagen de la sal "nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4)" (Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 2).Queridos jóvenes, ¡no perdáis vuestro sabor de cristianos, el sabor del Evangelio! Mantenedlo vivo, meditando constantemente el misterio pascual: que la cruz sea vuestra escuela de sabiduría. No os enorgullezcáis de ninguna otra cosa, sino sólo de esta sublime cátedra de verdad y amor.5. La liturgia nos invita a subir hacia Jerusalén con Jesús aclamado por los muchachos hebreos. Dentro de poco "padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día" (Lc 24, 46). San Pablo nos ha recordado que Jesús "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo" (Flp 2, 7) para obtenernos la gracia de la filiación divina. De aquí brota el verdadero manantial de la paz y de la alegría para cada uno de nosotros. Aquí está el secreto de la alegría pascual, que nace del dolor de la Pasión.Queridos jóvenes amigos, espero que cada uno de vosotros participe de esta alegría. Aquel a quien habéis elegido como Maestro no es un mercader de ilusiones, no es un poderoso de este mundo, ni un astuto y hábil pensador. Sabéis a quién habéis elegido seguir: a Cristo crucificado, a Cristo muerto por vosotros, a Cristo resucitado por vosotros.Y la Iglesia os asegura que no quedaréis defraudados. En efecto, nadie, excepto él, puede daros el amor, la paz y la vida eterna que anhela profundamente vuestro corazón. ¡Dichosos vosotros, jóvenes, si sois fieles discípulos de Cristo! ¡Dichosos vosotros si estáis dispuestos a testimoniar, en cualquier circunstancia, que verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios! (cf. Mt 27, 39).Que os guíe y acompañe María, Madre del Verbo encarnado, dispuesta a interceder por todo hombre que viene a esta tierra.


JUAN PABLO II

ÁNGELUS


Domingo de Ramos, 24 de marzo de 2002

Antes de concluir esta solemne celebración, nos dirigimos a María santísima, que al pie de la cruz de su Hijo confirmó el fiat pronunciado al anuncio del ángel. Que ella nos ayude a seguir fielmente a Jesús, según el ejemplo de tantos hermanos y hermanas que han dado el supremo testimonio del Evangelio con su sangre. Pienso, en particular, en los misioneros y en las misioneras mártires, cuya conmemoración anual se celebra hoy en Italia. Que la Virgen os obtenga esta coherencia y esta valentía de modo especial a vosotros, jóvenes, llamados a realizar opciones fundamentales para vuestra vida.Os saludo en particular a vosotros, jóvenes canadienses, que habéis venido a participar en el encuentro preparatorio de la próxima Jornada mundial de la juventud en Toronto y en la ceremonia del domingo de Ramos. Ojalá que esta experiencia de la universalidad de la Iglesia suscite en vosotros el deseo de invitar a muchos jóvenes a reunirse este verano en Toronto, a fin de proclamar juntos a Cristo resucitado y recibir nuevas gracias para la misión. Os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.Saludo cordialmente a los jóvenes de lengua inglesa. ¡Seguid al Señor con alegría y entusiasmo! Él tiene palabras de vida eterna. Quiere que seáis la luz del mundo y la sal de la tierra. Dirijo un saludo especial al grupo procedente de Canadá. Nos encontraremos de nuevo con ocasión de la Jornada mundial de la juventud en Toronto. ¡Dios os bendiga a todos!Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua alemana, en particular a los jóvenes. Hoy ya hemos experimentado algo de la alegría y de la reflexión que caracterizarán la Jornada mundial de la juventud en Toronto. Queridos jóvenes amigos, a vosotros os corresponde difundir la buena nueva. Sobre todo, testimoniad a vuestros coetáneos a Jesucristo, el Señor crucificado y resucitado, que confiere a nuestra vida plenitud y luz. Para ello, os imparto de corazón mi bendición apostólica.Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que han participado con gozo en la liturgia de hoy, y muy especialmente a los jóvenes. Llevad siempre grabadas en vuestros corazones las palabras de Jesús: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo". Que la proximidad de la Jornada mundial de la juventud en Toronto sea también motivo de alegría y esperanza ¡Que Dios os bendiga!Queridos jóvenes de lengua portuguesa, con vuestros ramos y palmas habéis aclamado a Cristo, luz y vida de los hombres. Que no os asusten las tinieblas del mundo; al contrario, como centinelas del amanecer, mantened en alto la luz de Cristo y defended la vida: "Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra". ¡Hasta la vista en Toronto, si Dios quiere!Saludo cordialmente a los peregrinos procedentes de Polonia, sobre todo a los jóvenes aquí presentes. Me alegro de que hayáis venido a Roma para vivir, juntamente con los jóvenes de esta ciudad, la solemnidad del domingo de Ramos. Ya es tradición que este encuentro constituya una preparación para la próxima Jornada mundial de la juventud, que este año viviremos en Canadá.Nos acompañarán las palabras: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14). Que este encuentro con Cristo, que toma la cruz para traernos la salvación, dé a la vida de cada uno de vosotros sabor y esplendor, para que vuestro testimonio sea pleno. Llevad mi saludo y mi bendición a vuestros coetáneos en la patria. ¡Hasta la vista en Toronto, Dios mediante!Por último, os dirijo un saludo especial a vosotros, queridos muchachos y muchachas de Roma y de Italia, con el deseo de una fructuosa Semana santa y de una Pascua llena de alegría y paz.


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