13 de abril - Roma
Celebración diocesana
Domingo de Ramos
"Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27)
¡Queridos jóvenes!
1. Es para mí motivo de renovada alegría poder dirigiros de nuevo un Mensaje especial con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, para testimoniaros el afecto que os tengo. Conservo en la memoria, como un recuerdo luminoso, las impresiones suscitadas en mí durante nuestros encuentros en las Jornadas Mundiales: los jóvenes y el Papa juntos, con un gran número de Obispos y sacerdotes, miran a Cristo, luz del mundo, lo invocan y lo anuncian a toda la familia humana. Mientras doy gracias a Dios por el testimonio de fe que habéis dado recientemente en Toronto, os renuevo la invitación que pronuncié a orillas del lago Ontario: «¡La Iglesia os mira con confianza, y espera que seáis el pueblo de las bienaventuranzas!» (Exhibition Place, 25 de julio 2002).
Para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud que celebraréis en las diversas diócesis del mundo, he escogido un tema en relación con el Año del Rosario: “¡Ahí tienes a tu Madre!” (Jn 19,27). Antes de morir, Jesús entrega al apóstol Juan lo más precioso que tiene: su Madre, María. Son las últimas palabras del Redentor, que por ello adquieren un carácter solemne y constituyen como su testamento espiritual.
2. Las palabras del ángel Gabriel en Nazaret: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1,28) iluminan también la escena del Calvario. La Anunciación marca el inicio, la Cruz señala el cumplimiento. En la Anunciación, María dona en su seno la naturaleza humana al Hijo de Dios; al pie de la Cruz, en Juan, acoge en su corazón la humanidad entera. Madre de Dios desde el primer instante de la Encarnación, Ella se convierte en Madre de los hombres en los últimos instantes de la vida de su Hijo Jesús. Ella, que está libre de pecado, “conoce” en el Calvario en su propio ser el sufrimiento del pecado, que su Hijo carga sobre sí para salvar a la humanidad. Al pie de la Cruz en la que está muriendo Aquél que ha concebido con el “sí” de la Anunciación, María recibe de Él como una “segunda anunciación”: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19,26).
En la Cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de la Madre. Todo hijo que sufre siente esta necesidad. También vosotros, queridos jóvenes, os enfrentáis al sufrimiento: la soledad, los fracasos y las desilusiones en vuestra vida personal; las dificultades para adaptarse al mundo de los adultos y a la vida profesional; las separaciones y los lutos en vuestras familias; la violencia de las guerras y la muerte de los inocentes. Pero sabed que en los momentos difíciles, que no faltan en la vida de cada uno, no estáis solos: como a Juan al pie de la Cruz, Jesús os entrega también a vosotros su Madre, para que os conforte con su ternura.
3. El Evangelio dice después que «desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Esta expresión, tan comentada desde los inicios de la Iglesia, no sólo designa el lugar en el que habitaba Juan. Más que el aspecto material, evoca la dimensión espiritual de esta acogida, de la nueva relación instaurada entre María y Juan.
Vosotros, queridos jóvenes, tenéis más o menos la misma edad que Juan y el mismo deseo de estar con Jesús. Es Cristo quien hoy os pide expresamente que os llevéis a María “a vuestra casa”, que la acojáis “entre vuestros bienes” para aprender de Ella, que «conservaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19), la disposición interior para la escucha y la actitud de humildad y de generosidad que la distinguieron como la primera colaboradora de Dios en la obra de la salvación. Es Ella la que, mediante su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo esté formado plenamente en vosotros (cfr Rosarium Virginis Mariae , 15).
4. Por esto repito también hoy el lema de mi servicio episcopal y pontificio: «Totus tuus». He experimentado constantemente en mi vida la presencia amorosa y eficaz de la Madre del Señor; María me acompaña cada día en el cumplimiento de la misión de Sucesor de Pedro.
María es Madre de la divina gracia, porque es Madre del Autor de la gracia. ¡Entregaos a Ella con plena confianza! Resplandeceréis con la belleza de Cristo. Abiertos al soplo del Espíritu, os convertiréis en apóstoles intrépidos, capaces de difundir a vuestro alrededor el fuego de la caridad y la luz de la verdad. En la escuela de María, descubriréis el compromiso concreto que Cristo espera de vosotros, aprenderéis a darle el primer lugar de vuestra vida, a orientar hacia Él vuestros pensamientos y vuestras acciones.
Queridos jóvenes, ya lo sabéis: el cristianismo no es una opinión y no consiste en palabras vanas. ¡El cristianismo es Cristo! ¡Es una Persona, es el Viviente! Encontrar a Jesús, amarlo y hacerlo amar: he aquí la vocación cristiana. María os es entregada para ayudaros a entrar en una relación más auténtica, más personal con Jesús. Con su ejemplo, María os enseña a posar una mirada de amor sobre aquel que nos ha amado primero. Por su intercesión, María plasma en vosotros un corazón de discípulos capaces de ponerse a la escucha del Hijo, que revela el auténtico rostro del Padre y la verdadera dignidad del hombre.
5. El 16 de octubre de 2002 he proclamado el “Año del Rosario” y he invitado a todos los hijos de la Iglesia a hacer de esta antigua oración mariana un ejercicio sencillo y profundo de contemplación del rostro de Cristo. Recitar el Rosario significa de hecho aprender a contemplar a Jesús con los ojos de su Madre, amar a Jesús con el corazón de su Madre. Hoy os entrego idealmente, también a vosotros, queridos jóvenes, el Rosario. ¡A través de la oración y la meditación de los misterios, María os guía con seguridad hacia su Hijo! No os avergoncéis de rezar el Rosario a solas, mientras vais al colegio, a la universidad o al trabajo, por la calle y en los medios de transporte público; habituaos a rezarlo entre vosotros, en vuestros grupos, movimientos y asociaciones; no dudéis en proponer su rezo en casa, a vuestros padres y a vuestros hermanos, porque el Rosario renueva y consolida los lazos entre los miembros de la familia. Esta oración os ayudará a ser fuertes en la fe, constantes en la caridad, alegres y perseverantes en la esperanza.
Con María, la sierva del Señor, descubriréis la alegría y la fecundidad de la vida oculta. Con Ella, la discípula del Maestro, seguiréis a Jesús por las calles de Palestina, convirtiéndoos en testigos de su predicación y de sus milagros. Con Ella, Madre dolorosa, acompañaréis a Jesús en su pasión y muerte. Con Ella, Virgen de la esperanza, acogeréis el anuncio gozoso de la Pascua y el don inestimable del Espíritu Santo.
6. Queridos jóvenes, sólo Jesús conoce vuestro corazón, vuestros deseos más profundos. Sólo Él, que os ha amado hasta la muerte, (cfr Jn 13,1), es capaz de colmar vuestras aspiraciones. Sus palabras son palabras de vida eterna, palabras que dan sentido a la vida. Nadie fuera de Cristo podrá daros la verdadera felicidad. Siguiendo el ejemplo de María, sabed decirle a Cristo vuestro “sí” incondicional. Que no haya en vuestra existencia lugar para el egoísmo y la pereza. Ahora más que nunca es urgente que seáis los “centinelas de la mañana”, los vigías que anuncian la luz del alba y la nueva primavera del Evangelio, de la que ya se ven los brotes. La humanidad tiene necesidad imperiosa del testimonio de jóvenes libres y valientes, que se atrevan a caminar contra corriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo la propia fe en Dios, Señor y Salvador.
Sabed también vosotros, queridos amigos, que esta misión no es fácil. Y que puede convertirse incluso en imposible, si sólo contáis con vosotros mismos. Pero «lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lc 18,27; 1,37). Los verdaderos discípulos de Cristo tienen conciencia de su propia debilidad. Por esto ponen toda su confianza en la gracia de Dios que acogen con corazón indiviso, convencidos de que sin Él no pueden hacer nada (cfr Jn 15,5). Lo que les caracteriza y distingue del resto de los hombres no son los talentos o las disposiciones naturales. Es su firme determinación de caminar tras las huellas de Jesús. ¡Sed sus imitadores así como ellos lo fueron de Cristo! Y “que Él pueda iluminar los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por Él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por Él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa” (Ef 1,18-19).
7. Queridos jóvenes, el próximo Encuentro Mundial tendrá lugar, como sabéis, en el 2005 en Alemania, en la ciudad y en la diócesis de Colonia. El camino es aún largo, pero los dos años que nos separan de esta cita pueden servir para una intensa preparación. Que os ayuden en este camino los temas que he escogido para vosotros:
- 2004, XIX Jornada Mundial de la Juventud: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21);
- 2005, XX Jornada Mundial de la Juventud: «Hemos venido a adorarle» (Mt 2,2).
Mientras tanto volveréis a encontraros en vuestras Iglesias locales para el Domingo de Ramos: ¡vivid comprometidos, en la oración, en la atenta escucha y en el compartir gozoso estas ocasiones de “formación permanente”, manifestando vuestra fe ardiente y devota! ¡Como los Reyes Magos, sed también vosotros peregrinos animados por el deseo de encontrar al Mesías y de adorarle! ¡Anunciad con valentía que Cristo, muerto y resucitado, es vencedor del mal y de la muerte!
En este tiempo amenazado por la violencia, por el odio y por la guerra, testimoniad que Él y sólo Él puede dar la verdadera paz al corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Esforzaos por buscar y promover la paz, la justicia y la fraternidad. Y no olvidéis la palabra del Evangelio: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Al confiaros a la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, os acompaño con una especial Bendición Apostólica, signo de mi confianza y confirmación de mi afecto hacia vosotros.
Desde el Vaticano, el 8 de marzo de 2003
IOANNES PAULUS II
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Amadísimos jóvenes: 1. También este año nos reunimos para celebrar un encuentro de oración y de fiesta, con ocasión de la Jornada mundial de la juventud.Saludo al cardenal vicario, al que agradezco las palabras que me ha dirigido al inicio; a los demás cardenales y obispos presentes, y a vuestros sacerdotes y educadores.Saludo a los muchachos que me han hablado en nombre de los demás y también me han ofrecido regalos significativos, y a cada uno de vosotros, amadísimos jóvenes, chicos y chicas, de Roma y de las diócesis del Lacio, reunidos aquí. Saludo también la lluvia, que nos ha acompañado fielmente, luego ha cesado un poco, pero parece que vuelve ahora.Saludo, además, a los participantes en el encuentro sobre las Jornadas mundiales de la juventud organizado por el Consejo pontificio para los laicos y, juntamente con ellos, a las delegaciones de los jóvenes de Toronto y de Colonia, a los artistas y a los testigos que hoy comparten este momento.2. "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27). Son las palabras de Jesús que elegí como tema de esta XVIII Jornada mundial de la juventud.Habiendo llegado la "hora", Jesús, desde la cruz, entrega al discípulo Juan a María, su Madre, convirtiéndola, a través del discípulo amado, en Madre de todos los creyentes, Madre de todos nosotros. A cada uno de nosotros nos dice Jesús: He ahí a María, mi Madre, que desde hoy es también tu Madre.Preguntémonos: ¿quién es esta Madre? Para comprenderlo mejor os aconsejo que leáis, en este Año del Rosario, todo el magnífico capítulo VIII de la constitución dogmática Lumen gentium del concilio Vaticano II. María "cooperó de manera totalmente singular a la obra del Salvador con su obediencia, su fe, su esperanza y su ardiente caridad, para restablecer la vida sobrenatural de las almas. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (n. 61). Y esta maternidad sobrenatural continuará hasta la vuelta gloriosa de Cristo.Ciertamente, él, Jesucristo, es el único Redentor. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo -como enseña el Concilio-, María coopera y participa en su obra de salvación. Ella es, por tanto, una Madre hacia la que debemos tener una profunda y verdadera devoción, una devoción profundamente cristocéntrica, más aún, arraigada en el mismo misterio trinitario de Dios.3. «"He ahí a tu Madre". Y desde aquel momento -prosigue el evangelio- el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19, 27).Acoger a María en su casa, en su existencia, es privilegio de todo fiel. Lo es, sobre todo, en los momentos difíciles, como son los que también vosotros, jóvenes, vivís a veces en este período de vuestra vida. Recuerdo que, cuando era joven y trabajaba en el taller químico, encontré estas palabras: Totus tuus. Y con la fuerza de estas palabras pude caminar a través de la terrible guerra, a través de la terrible ocupación nazi y luego también a través de las demás experiencias difíciles de la posguerra. A todos se ofrece la posibilidad de acoger a María en la propia casa, en la propia existencia.Hoy, por estos motivos, os quiero encomendar a María. Queridos jóvenes, os lo digo por experiencia, ¡abridle a ella las puertas de vuestra existencia! No tengáis miedo de abrir de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo a través de ella, que quiere llevaros a él, para que seáis salvados del pecado y de la muerte. Ella os ayudará a escuchar su voz y a decir sí a todo proyecto que Dios piensa para vosotros, para vuestro bien y para el de la humanidad entera.4. Os encomiendo a María mientras ya estáis idealmente en camino hacia la Jornada mundial de la juventud de Colonia. Los jóvenes de Toronto acaban de traer a este atrio la cruz del Año santo. Desde Toronto a Colonia: el domingo próximo, domingo de Ramos, la entregarán a sus amigos de Colonia. Dos jóvenes de Roma, en cambio, han puesto al pie de la cruz el icono de María, que veló por los "centinelas de la mañana" de Tor Vergata durante la inolvidable Jornada mundial de la juventud del año 2000. ¡Tor Vergata! Para que sea siempre evidente, también de forma visible, que María es una poderosísima Madre que nos conduce a Cristo, deseo que el próximo domingo, a los jóvenes de Colonia, además de la cruz, se les entregue también este icono de María y que, junto con la cruz, de ahora en adelante ella vaya en peregrinación por el mundo para preparar las Jornadas de la juventud.Mientras esperáis el encuentro con los jóvenes de todo el mundo en Colonia, permaneced con María en un clima de oración y de escucha interior del Señor. Por este motivo, deseo también que esa Jornada se prepare desde hoy con la oración constante que deberá elevarse desde toda la Iglesia y, en particular, en Italia, desde cuatro lugares significativos: el santuario mariano de Loreto y el de la Virgen del Rosario de Pompeya; aquí, en Roma, el Centro juvenil San Lorenzo, que desde hace veinte años, muy cerca de la basílica de San Pedro, acoge a los jóvenes peregrinos que vienen a visitar la tumba de san Pedro; y la iglesia de Santa Inés en Agone, en la plaza Navona, donde desde el Año santo 2000, todos los jueves por la noche, los jóvenes pueden encontrar un oasis de oración ante la Eucaristía y la posibilidad de recibir el sacramento de la confesión.5. Pensando desde ahora en la Jornada mundial de la juventud de Colonia, deseo dar gracias a Dios, una vez más, por el don de las Jornadas mundiales de la juventud. En estos veinticinco años de pontificado se me ha concedido la gracia de reunirme con los jóvenes de todas las partes del mundo, sobre todo con ocasión de esas Jornadas. Cada una de ellas ha sido un "laboratorio de la fe", donde se han encontrado Dios y el hombre, donde cada joven ha podido decir: "Tú, oh Cristo, eres mi Señor y mi Dios". Han sido auténticas escuelas de crecimiento en la fe, de vida eclesial y de respuesta vocacional.Y, ciertamente, podemos decir también que cada Jornada se ha caracterizado por el amor materno de María, del que ha sido elocuente imagen la solicitud amorosa y materna de la Iglesia por la regeneración de los jóvenes. ¡Vuelve la lluvia!Nosotros, los jóvenes, te amamos, lluvia.6. "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27), Reina de la paz. Responder a esta invitación, acogiendo a María en vuestra casa, significará también comprometeros en favor de la paz. En efecto, María, Reina de la paz, es una madre y, como toda madre, tiene un único deseo para sus hijos: verlos vivir serenos y en paz entre sí. En este momento convulso de la historia, mientras el terrorismo y las guerras amenazan la concordia entre los hombres y las religiones, deseo encomendaros a María para que os convirtáis en promotores de la cultura de la paz, hoy más necesaria que nunca.Mañana se cumple el 40° aniversario de la publicación de la encíclica Pacem in terris del beato Juan XXIII. Sólo comprometiéndonos a construir la paz sobre los cuatros pilares: la verdad, la justicia, el amor y la libertad, tal como nos enseña la Pacem in terris, será posible impulsar la cooperación entre las naciones y armonizar los intereses, diferentes y opuestos, de culturas e instituciones. ¡Reina de la paz, ruega por nosotros!Unas pocas palabras más, y luego os dejo.Estas pocas palabras son sobre el rosario.7. El rosario es una "dulce cadena que nos une a Dios". ¡Llevadlo siempre con vosotros! El rosario, rezado con inteligente devoción, os ayudará a asimilar el misterio de Cristo, para aprender de él el secreto de la paz y convertirla en proyecto de vida.Lejos de ser una huida de los problemas del mundo, el rosario os impulsará a mirarlos con responsabilidad y generosidad, y os permitirá encontrar la fuerza para afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia "la caridad, "que es el vínculo de la perfección" (Col 3, 14)" (cf. Rosarium Virginis Mariae, 40).Con estos sentimientos, os exhorto a proseguir vuestro camino de vida, a lo largo del cual os acompaño con mi afecto y mi bendición. Esta mañana he celebrado la misa con la intención de obtener la bendición de Dios para este encuentro con los jóvenes de Roma y del Lacio.
Acto de consagración a María
"He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27).Es Jesús, oh Virgen María,quien desde la cruznos quiso encomendar a ti,no para atenuar,sino para reafirmarsu papel exclusivo de Salvador del mundo.Si en el discípulo Juante han sido encomendadostodos los hijos de la Iglesia,mucho más me complacever encomendados a ti, oh María,a los jóvenes del mundo.A ti, dulce Madre,cuya protección he experimentado siempre,esta tarde los encomiendo de nuevo.Bajo tu manto,bajo tu protección,todos buscan refugio.Tú, Madre de la divina gracia,haz que resplandezcan con la belleza de Cristo.Son los jóvenes de este siglo,que en el alba del nuevo milenioviven aún los tormentos que derivan del pecado,del odio, de la violencia,del terrorismo y de la guerra.Pero son también los jóvenes a quienes la Iglesiamira con confianza, con la certezade que, con la ayuda de la gracia de Dios,lograrán creer y vivircomo testigos del Evangelioen el hoy de la historia.Oh María,ayúdales a responder a su vocación.Guíalos al conocimiento del amor verdaderoy bendice sus afectos.Sostenlos en el momento del sufrimiento.Conviértelos en anunciadores intrépidosdel saludo de Cristoel día de Pascua: ¡La paz esté con vosotros!Juntamente con ellos,también yo me encomiendouna vez más a ti,y con afecto confiado te repito: Totus tuus ego sum!¡Soy todo tuyo!Y también cada uno de ellos,conmigo, te dice: Totus tuus!Totus tuus!Amén.
CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
1. "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Mc 11, 9).La liturgia del domingo de Ramos es casi un solemne pórtico de ingreso en la Semana santa. Asocia dos momentos opuestos entre sí: la acogida de Jesús en Jerusalén y el drama de la Pasión; el "Hosanna" festivo y el grito repetido muchas veces: "¡Crucifícalo!"; la entrada triunfal y la aparente derrota de la muerte en la cruz. Así, anticipa la "hora" en la que el Mesías deberá sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (cf. Mt 16, 21), y nos prepara para vivir con plenitud el misterio pascual.2. "Alégrate, hija de Sión; (...) mira a tu rey que viene a ti" (Zc 9, 9).Al acoger a Jesús, se alegra la ciudad en la que se conserva el recuerdo de David; la ciudad de los profetas, muchos de los cuales sufrieron allí el martirio por la verdad; la ciudad de la paz, que a lo largo de los siglos ha conocido violencia, guerra y deportación.En cierto modo, Jerusalén puede considerarse la ciudad símbolo de la humanidad, especialmente en el dramático inicio del tercer milenio que estamos viviendo. Por eso, los ritos del domingo de Ramos cobran una elocuencia particular. Resuenan consoladoras las palabras del profeta Zacarías: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno. (...) Romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones" (Zc 9, 9-10). Hoy estamos de fiesta, porque entra en Jerusalén Jesús, el Rey de la paz.3. Entonces, a lo largo de la bajada del monte de los Olivos, fueron al encuentro de Cristo los niños y los jóvenes de Jerusalén, aclamando y agitando con júbilo ramos de olivo y de palmas.Hoy lo acogen los jóvenes del mundo entero, que en cada comunidad diocesana celebran la XVIII Jornada mundial de la juventud.Os saludo con gran afecto, queridos jóvenes de Roma, y también a los que habéis venido en peregrinación de diversos países. Saludo a los numerosos responsables de la pastoral juvenil, que participan en el congreso sobre las Jornadas mundiales de la juventud, organizado por el Consejo pontificio para los laicos. ¿Y cómo no expresar solidaridad fraterna a vuestros coetáneos probados por la guerra y la violencia en Irak, en Tierra Santa y en muchas otras regiones del mundo?Hoy acogemos con fe y con júbilo a Cristo, que es nuestro "rey": rey de verdad, de libertad, de justicia y de amor. Estos son los cuatro "pilares" sobre los que es posible construir el edificio de la verdadera paz, como escribió hace cuarenta años en la encíclica Pacem in terris el beato Papa Juan XXIII. A vosotros, jóvenes del mundo entero, os entrego idealmente este histórico documento, plenamente actual: leedlo, meditadlo y esforzaos por ponerlo en práctica. Así seréis "bienaventurados", por ser auténticos hijos del Dios de la paz (cf. Mt 5, 9).4. La paz es don de Cristo, que nos lo obtuvo con el sacrificio de la cruz. Para conseguirla eficazmente, es necesario subir con el divino Maestro hasta el Calvario. Y en esta subida, ¿quién puede guiarnos mejor que María, que precisamente al pie de la cruz nos fue dada como madre en el apóstol fiel, san Juan? Para ayudar a los jóvenes a descubrir esta maravillosa realidad espiritual, elegí como tema del Mensaje para la Jornada mundial de la juventud de este año las palabras de Cristo moribundo: "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27). Aceptando este testamento de amor, Juan acogió a María en su casa (cf. Jn 19, 27), es decir, la acogió en su vida, compartiendo con ella una cercanía espiritual completamente nueva. El vínculo íntimo con la Madre del Señor llevará al "discípulo amado" a convertirse en el apóstol del Amor que él había tomado del Corazón de Cristo a través del Corazón inmaculado de María.5. "He ahí a tu Madre". Jesús os dirige estas palabras a cada uno de vosotros, queridos amigos. También a vosotros os pide que acojáis a María como madre "en vuestra casa", que la recibáis "entre vuestros bienes", porque "ella, desempeñando su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo sea formado plenamente en vosotros" (Mensaje, 3). María os lleve a responder generosamente a la llamada del Señor y a perseverar con alegría y fidelidad en la misión cristiana.A lo largo de los siglos, ¡cuántos jóvenes han aceptado esta invitación y cuántos siguen haciéndolo también en nuestro tiempo!Jóvenes del tercer milenio, ¡no tengáis miedo de ofrecer vuestra vida como respuesta total a Cristo! Él, sólo él cambia la vida y la historia del mundo.6. "Realmente, este hombre era el Hijo de Dios" (Mc 15, 39). Hemos vuelto a escuchar la clara profesión de fe del centurión, "al ver cómo había expirado" (Mc 15, 39). De cuanto vio brota el sorprendente testimonio del soldado romano, el primero en proclamar que ese hombre "era el Hijo de Dios".Señor Jesús, también nosotros hemos "visto" cómo has padecido y cómo has muerto por nosotros. Fiel hasta el extremo, nos has arrancado de la muerte con tu muerte. Con tu cruz nos ha redimido.Tú, María, Madre dolorosa, eres testigo silenciosa de aquellos instantes decisivos para la historia de la salvación.Danos tus ojos para reconocer en el rostro del Crucificado, desfigurado por el dolor, la imagen del Resucitado glorioso.Ayúdanos a abrazarlo y a confiar en él, para que seamos dignos de sus promesas.Ayúdanos a serle fieles hoy y durante toda nuestra vida. Amén.
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo de Ramos, 13 de abril de 2003XVIII Jornada Mundial de la Juventud
Antes de concluir esta solemne celebración, os saludo a todos vosotros, amadísimos jóvenes, que habéis participado en ella.Dentro de pocos momentos, una delegación de jóvenes canadienses entregará la Cruz a un grupo de coetáneos, representantes de las diócesis de Alemania. Es un gesto importante, que se sitúa en el camino de preparación para el Encuentro mundial de Colonia en 2005.Entregué esta cruz a los jóvenes en el Año santo de 1984. Al final de cada peregrinación, es acogida en el Centro juvenil San Lorenzo, que celebra este año el vigésimo aniversario de fundación. Agradezco al cardenal Stafford, presidente del Consejo pontificio para los laicos, y a sus colaboradores, el gran interés con que cuidan de ese Centro, así como a los movimientos, las asociaciones y las comunidades que contribuyen a su animación, coordinados por la Comunidad del Emmanuel.Ahora la Cruz reanuda su peregrinación: primero atravesará varios países de Europa central y oriental; después, a partir del domingo de Ramos del año que viene, visitará las diócesis de Alemania, hasta llegar a Colonia.A la delegación que ha venido de Alemania le entrego hoy también el icono de María. De ahora en adelante, juntamente con la Cruz, este icono acompañará las Jornadas mundiales de la juventud. Será signo de la presencia materna de María junto a los jóvenes, llamados, como el apóstol san Juan, a acogerla en su vida.Os saludo con alegría, queridos jóvenes canadienses, acompañados por el cardenal Aloysius Ambrozic, arzobispo de Toronto, recordando con emoción vuestra acogida. Habéis recibido la Cruz en vuestro país. Al contemplarla, habéis descubierto el amor de Dios a vosotros. Reavivad sin cesar esta experiencia espiritual para vivir de ella, para contribuir a la edificación de la Iglesia en Canadá y para ser testigos del Resucitado en medio de todos los jóvenes... Ojalá que el espíritu de Toronto permanezca siempre vivo en vuestro corazón y dé abundantes frutos en vuestra vida.Saludo cordialmente a la delegación de jóvenes de Alemania. Queridos representantes de los jóvenes católicos, guiados por el cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, y por el cardenal Karl Lehmann, obispo de Maguncia, habéis venido en peregrinación a Roma para recibir la Cruz de la Jornada mundial de la juventud. Os exhorto, queridos jóvenes hermanos y hermanas, a contemplar esta cruz y acercaros a ella, para que conozcáis con qué amor tan maravilloso nos ha amado el Señor y os entreguéis con alegría a su obra de renovación de los corazones.Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que han participado en la liturgia del domingo de Ramos, especialmente a los jóvenes. Os exhorto a acoger en vuestros corazones a María, la Madre del Señor y Madre nuestra. Que con ella, contemplando a Cristo con el rezo del rosario, caminéis alegres y esperanzados hacia la próxima Jornada mundial de la juventud en Colonia, Alemania. ¡Que Dios os bendiga!Saludo también a los jóvenes que han venido de Polonia. La cruz de Cristo os indique el camino en la vida, en las opciones a veces difíciles de la vida, y que la Madre santísima sea para vosotros el modelo del amor hermoso.Encomendamos a la Madre celestial las esperanzas y el futuro de los jóvenes de todo el mundo.
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