MENSAJE DEL SANTO PADRE
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10)
Muy queridos jóvenes:
1. Después de los encuentros de Roma, de Buenos Aires, de Santiago de Compostela y de Czestochowa, sigue nuestra peregrinación sobre los caminos de la historia contemporánea. La próxima etapa será en Denver, en el corazón de los Estados Unidos, junto a las Montañas Rocosas del Colorado, donde, en agosto de 1993, se celebrará la VIII Jornada mundial de la juventud. Allí, junto a tantos jóvenes americanos, se darán cita, como ya ha sucedido en los encuentros anteriores, chicos y chicas de todo el mundo, representando la fe más viva o, al menos, la búsqueda más apasionada del universo juvenil de los cinco continentes.
Estas manifestaciones periódicas no quieren ser un rito convencional, es decir, un acontecimiento que se justifica en su misma repetición. Al contrario, nacen más bien de una necesidad profunda que tiene su origen en el corazón del ser humano y se refleja en la vida de la Iglesia, peregrina y misionera.
Las Jornadas y los Encuentros mundiales de la juventud marcan providenciales momentos de reflexión: ayudan a los jóvenes a interrogarse sobre sus aspiraciones más íntimas, a profundizar su sentido eclesial, a proclamar con creciente gozo y audacia la común fe en Cristo, muerto y resucitado. Son momentos en los que muchos de ellos maduran opciones valientes e iluminadas, que pueden contribuir a orientar el futuro de la historia bajo la guía, al mismo tiempo fuerte y suave, del Espíritu Santo.
En el mundo presenciamos la "sucesión de los imperios", es decir, la sucesión de intentos de unidad política que determinados hombres imponen a otros hombres.
Los resultados están a la vista de todos. No es posible construir una verdadera y constante unidad mediante la constricción y la violencia. Una meta tan alta sólo se puede alcanzar construyendo sobre el fundamento de un común patrimonio de valores acogidos y compartidos, como, por ejemplo, el respeto a la dignidad del ser humano, la acogida de la vida, la defensa de los derechos del hombre, la apertura a la transcendencia y a las dimensiones del espíritu.
En esta perspectiva, respondiendo a los desafíos del tiempo que cambia, el encuentro mundial de los jóvenes quiere ser semilla y propuesta de una nueva unidad, que transciende el orden político, pero que lo ilumina. Se funda en la certeza de que sólo el Artífice del corazón humano puede dar una respuesta adecuada a los deseos que en él se albergan. De esta forma la Jornada mundial de la juventud se convierte en el anuncio de Cristo que proclama, también a los hombres de este siglo: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).
2. Entramos así de lleno en el tema que guiará la reflexión durante este año de preparación a la próxima "Jornada".
En todas las lenguas existen varios términos para expresar lo que el hombre no quiere perder bajo ningún concepto, lo que constituye su aspiración, su deseo, su esperanza; pero ninguna otra palabra como el término "vida" logra resumir en todas ellas de forma tan completa las mayores aspiraciones del ser humano. "Vida" indica la suma de los bienes deseados y al mismo tiempo aquello que los hace posibles, accesibles, duraderos.
¿Acaso la historia del hombre no está marcada por una fatigosa y dramática búsqueda de algo o alguien que sea capaz de liberarlo de la muerte y de asegurarle la vida?
La existencia humana conoce momentos de crisis y de cansancio, de desilusión y de oscuridad. Se trata de una experiencia de insatisfacción que se refleja bien en tanta literatura y en tanto cine de nuestros días. A la luz de un esfuerzo tan grande es fácil comprender la particular dificultad de los adolescentes y de los jóvenes que se dirigen, con el corazón encogido, hacia ese conjunto de promesas fascinantes y de oscuras incógnitas que presenta la vida.
Jesús ha venido para dar la respuesta definitiva al deseo de vida y de infinito que el Padre celeste, creándonos, ha inscrito en nuestro ser. En la culminación de la revelación, el Verbo encarnado proclama: "Yo soy la vida" (Jn 14, 6), y también: "Yo he venido para que tengan vida" (Jn 10, 10). ¿Pero qué vida? La intención de Jesús es clara: la misma vida de Dios, que está por encima de todas las aspiraciones que pueden nacer en el corazón humano (cf. 1 Co 2, 9). Efectivamente, por la gracia del bautismo, nosotros ya somos hijos de Dios (cf. 1 Jn 3, 1-2).
Jesús ha salido al encuentro de los hombres, ha curado a enfermos y a los que sufren, ha liberado a endemoniados y resucitado a muertos. Se ha entregado a sí mismo en la cruz y ha resucitado, manifestándose de esta forma como el Señor de la vida: autor y fuente de la vida inmortal.
3. La experiencia cotidiana nos enseña que la vida está marcada por el pecado y amenazada por la muerte, a pesar de la sed de bondad que late en nuestro corazón y del deseo de vida que recorre nuestros miembros. Por poco que estemos atentos a nosotros mismos y a las situaciones que la existencia nos presenta, descubrimos que todo dentro de nosotros nos empuja más allá de nosotros mismos, todo nos invita a superar la tentación de la superficialidad o de la desesperación. Es entonces cuando el ser humano está llamado a hacerse discípulo de aquel Otro que lo transciende infinitamente, para entrar finalmente en la vida eterna.
Existen falsos profetas y falsos maestros de vida. Hay maestros que enseñan a salir del cuerpo, del tiempo y del espacio para poder entrar en la "vida verdadera". Estos condenan la creación y, en nombre de un falso espiritualismo, conducen a miles de jóvenes por caminos de una liberación imposible, que al final los deja más solos, víctimas del propio engaño y del propio mal.
Aparentemente en el polo opuesto, los maestros del "carpe diem" invitan a seguir toda inclinación o apetencia instintiva, con el resultado de hacer caer al individuo en una angustia llena de inquietud, acompañada de peligrosas evasiones hacia falaces paraísos artificiales, como el de la droga.
También hay maestros que sitúan el sentido de la vida exclusivamente en el éxito, en el deseo de riquezas, en el desarrollo de las capacidades personales, sin tener en cuenta la existencia de los otros ni el respeto por los valores, ni siquiera por el valor fundamental de la vida.
Estos y otros tipos de falsos maestros de vida, numerosos también en el mundo contemporáneo, proponen objetivos que no sólo no sacian, sino que agudizan y aumentan la sed que arde en el alma del hombre.
¿Quién podrá por tanto medir y colmar sus deseos?
¿Quién, sino Aquel que, siendo el autor de la vida, puede saciar el deseo que él mismo ha puesto dentro de su corazón? Él se acerca a cada uno para proponerle el anuncio de una esperanza que no engaña; él, que es al mismo tiempo el camino y la vida: el camino para entrar en la vida.
Nosotros solos no sabremos realizar aquello para lo que hemos sido creados. En nosotros hay una promesa, pero nos descubrimos impotentes para realizarla. Sin embargo el Hijo de Dios, que vino entre los hombres, dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Según una sugestiva expresión de san Agustín, Cristo "ha querido crear un lugar donde cada hombre pueda encontrar la vida verdadera". Este "lugar" es su Cuerpo y su Espíritu, en el que toda la realidad humana, redimida y perdonada, se renueva y diviniza.
4. Efectivamente, la vida de cada uno de nosotros ha sido pensada antes de la creación del mundo, y con razón podemos repetir con el salmista: "Señor, tú me sondeas y me conoces... tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno" (Sal 139).
Esta vida, que estaba en Dios desde el principio (cf. Jn 1, 4), es vida que se dona, que nada retiene para sí y que, sin cansarse, libremente se comunica. Es luz, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9). Es Dios, que vino a poner su tienda entre nosotros (cf. Jn 1, 14) para indicarnos el camino de la inmortalidad propia de los hijos de Dios y para hacerlo accesible.
En el misterio de su cruz y de su resurrección, Cristo ha destruido la muerte y el pecado, ha abolido la distancia infinita que existía entre cada hombre y la vida nueva en él. "Yo soy la resurrección y la vida -proclama-; quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás" (Jn 11, 25).
Cristo realiza todo esto donando su Espíritu, dador de vida, en los sacramentos; particularmente en el bautismo, sacramento que hace de la existencia recibida de los padres, frágil y destinada a la muerte, un camino hacia la eternidad; en el sacramento de la penitencia que renueva continuamente la vida divina gracias al perdón de los pecados; en la Eucaristía "pan de vida" (cf. Jn 6, 35), que alimenta a los "vivos" y hace firmes sus pasos en la peregrinación terrena, hasta poder llegar a decir con el apóstol san Pablo: "Yo vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).
5. La vida nueva, don del Señor resucitado, se irradia después a todos los ámbitos de la experiencia humana: en la familia, en la escuela, en el trabajo, en las actividades de todos los días y en el tiempo libre.
La vida nueva comienza a florecer aquí y ahora. Signo de su presencia y de su crecimiento es la caridad: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida -afirma san Juan- porque amamos a nuestros hermanos" (1 Jn 3, 14) con un amor de obra y en verdad. La vida florece en el don de sí a los otros, según la vocación de cada uno: en el sacerdocio ministerial, en la virginidad consagrada, en el matrimonio, de modo que todos puedan, con actitud solidaria, compartir los dones recibidos, sobre todo con los pobres y los necesitados.
Aquel que "nazca de lo alto" será capaz de "ver el reino de Dios" (cf. Jn 3, 3) y de comprometerse en la construcción de estructuras sociales más dignas del hombre y de cada hombre, en la promoción y defensa de la cultura de la vida contra cualquier amenaza de muerte.
6. Queridos jóvenes, vosotros os hacéis intérpretes de una pregunta que, frecuentemente, os hacen muchos de vuestros amigos: ¿Cómo y dónde podemos encontrar esta vida, cómo y dónde podremos vivirla?
La respuesta la podéis encontrar vosotros mismos, si tratáis de permanecer fielmente en el amor de Cristo (cf. Jn 15, 9). Vosotros podréis experimentar directamente la verdad de su palabra: "Yo soy... la vida" (Jn 14, 6), y podréis llevar a todos este gozoso anuncio de esperanza. Él os ha constituido sus embajadores, primeros evangelizadores de vuestros coetáneos.
La próxima Jornada mundial de la juventud en Denver nos ofrecerá una ocasión propicia para reflexionar juntos sobre este tema de gran interés para todos. Pero hay que prepararse para esta importante cita, mirar a nuestro alrededor para encontrar y reconocer aquellos "lugares" en los que Cristo está presente como manantial de vida. Pueden ser las comunidades parroquiales, los grupos y movimientos de apostolado, los monasterios y casas religiosas, y también personas concretas a través de las cuales, como sucedió a los discípulos de Emaús, él hace que arda nuestro corazón y se abra a la esperanza.
Queridos jóvenes, con espíritu de gratuidad, sentíos directamente implicados en la tarea de la nueva evangelización, que compromete a todos. Anunciad a Cristo que "murió por todos a fin de que los que viven no vivan ya para ellos sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).
7. A vosotros, muy queridos jóvenes de los Estados Unidos, que daréis hospitalidad a la próxima Jornada mundial de la juventud, se os ha concedido la alegría de acoger como un don del Espíritu el encuentro con tantos jóvenes que desde todos los lugares del mundo llegarán como peregrinos a vuestro país.
Ya os estáis preparando para ello mediante una gran actividad espiritual y organizativa, en la que están implicados todos los miembros de vuestras comunidades eclesiales.
Deseo de corazón que un acontecimiento tan extraordinario contribuya a acrecentar en cada uno el entusiasmo y la fidelidad en el seguimiento de Cristo y a acoger con gozo su mensaje, fuente de vida nueva.
Os confío a la protección de la Santísima Virgen, por medio de la cual hemos recibido al autor de la vida, Jesucristo, Hijo de Dios y Señor nuestro. Con gran afecto os bendigo a todos.
Vaticano, 15 de agosto de 1992, solemnidad de la Asunción de María Santísima.
VIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Carissimi fratelli e sorelle!
1. Celebriamo oggi la Giornata mondiale della Gioventù. I giovani avvertono un bisogno prepotente di vita e questa domenica interpreta splendidamente il loro anelito, non solo perché rievoca la gioia festosa degli abitanti e dei pellegrini di Gerusalemme per l’ingresso messianico del Redentore, ma soprattutto perché costituisce la porta d’ingresso nella grande celebrazione della vita che è la Pasqua.
Carissimi giovani, l’odierna domenica, giorno di gioia e insieme di dolore, ricorda con chiarezza che il cammino verso la vita vera esige il coraggio di morire a se stessi, abbandonando i sentieri del peccato per percorrere la strada stretta del Vangelo. Tale esigente itinerario dello spirito è simboleggiato dal pellegrinaggio ideale che stiamo compiendo verso l’Incontro mondiale della Gioventù, in programma a Denver, negli Stati Uniti, dal 12 al 15 agosto.
2. I wish to invite the young people of every country to the greatfestival of Youth which will take place in Denver, but especially I hope to see there many young people from all over the American continent. I am making this invitation in union with Cardinal Eduardo Pironio, President of the pontifical Council for the Laity, who, together with Archbishop Francis Stafford, is presiding today in Denver at the Palm Sunday celebrations. I make this invitation in union with the Bishops of all the Dioceses of the United States, whom I thank for all they are doing to prepare that event which, I am sure, will mark an important stage of the journey towards the new evangelization.
Young people of America and of the world, Christ awaits You in Denver. There, in the Rocky Mountains of Colorado, we will relive the positive experiences of Rome, Buenos Aires, Santiago de Compostela and Częstochowa. Following the " pilgrim " Cross, the symbol of the World Day of Youth, we will go in search of God, in order to find him in the heart of a modern city, to recognize him in so many young people full of hope, to feel the breath of the Holy Spirit among so many different races and cultures, all united in acknowledging Christ as the way, the truth and the life of every human being. With great joy I look forward to that important display of faith and youthfuless. I deeply desire to meet each one of you.
3. A todos les doy cita para el mes de agosto en Denver, lugar en que conmemoraremos también el V Centenario de la llegada del Evangelio al Continente americano. Juntos reafirmaremos nuestro decidido " sí " a Cristo y a su Iglesia; juntos proclamaremos con gozosa audacia nuestra fe común; juntos miraremos al mundo para ser signo y compromiso de nueva unidad.
A las puertas ya del tercer Milenio, Cristo quiere ser aún, para todos los pueblos de las Américas y para el mundo entero, el Dios de la vida. A vosotros, jóvenes, se os pide que seáis los apóstoles de la esperanza evangélica; a vosotros, durante las celebraciones de Denver, entregaré la antorcha de la nueva evangelización.
4. Aujourd’hui, nous célébrons la " Journée Mondiale de la Jeunesse "; j’adresse un salut cordial à tous les jeunes et je les invite à se préparer à la grande rencontre de Denver au mois d’août prochain.
Chers jeunes, accueillez le Christ qui est "le Chemin, la Vérité et la Vie" afin de porter son message au monde, au seuil du troisième millénaire.
5. Einen herzlichen Willkommensgrub richte ich an alle Pilger, besonders an die Jugendlichen aus den deutschsprachigen Ländern.
Die Mitfeier der Karwoche und des Festes der Auferstehung unseres Herrn möge uns neu bewubt werden lassen, dab Christus für alle Menschen der Weg, die Wahrheit und das Leben ist. Strebt danach, in Eurem Leben ein überzeugendes Beispiel der Gotteskindschaft zu geben und wahre Hoffnungsträger der Neuevangelisierung zu sein.
Euch alle hoffe ich beim groben Weltjugendtreffen im August dieses Jahres in Denver begrüben zu können.
6. La Vergine, Stella dell’evangelizzazione, ci guidi verso questo provvidenziale raduno mondiale dei giovani. Chiediamo a lei di tenerci per mano e di ottenerci fin d’ora una rinnovata gioia pasquale. Domandiamole di far sì che Denver rappresenti l’occasione di un incontro privilegiato di Cristo con gli uomini del nostro tempo, soprattutto con i giovani che sono l’avvenire dell’umanità.
OMELIA DI SUA SANTITÀ GIOVANNI PAOLO II
Piazza San PietroDomenica delle Palme, 4 aprile 1993
1. "Benedetto colui che viene nel nome del Signore! Osanna nel più alto dei cieli!" (Mt 21, 9).
Oggi, tutta la Chiesa ripete l’acclamazione, che risuonava nelle vie verso Gerusalemme, mentre Gesù di Nazaret si avvicinava alla Città Santa, dalla parte del Monte degli Olivi. In conformità all’annuncio del profeta, Egli si avvicinava "seduto su un’asina, con un puledro figlio di bestia da soma" (Mt 21, 5).
Oggi, la Chiesa fa eco a quel grido, celebrando la Domenica delle Palme: un ricordo di quelle palme che i pellegrini, venuti a Gerusalemme per la Festa della Pasqua, tagliavano e stendevano sulla via, salutando così il "Figlio di Davide".
"Benedetto colui che viene!".
Con questa acclamazione a Cristo si salutano oggi i giovani, la Chiesa dei giovani; questo è appunto per loro un giorno speciale, è il loro giorno! Oggi, io mi sento particolarmente unito ai figli e alle figlie di ogni popolo e nazione e tutti saluto nel nome di Colui che viene: Gesù Cristo – "lo stesso ieri, oggi e sempre" (Eb 13, 8).
L’odierna celebrazione è resa anche più solenne dalla presenza del Metropolita del Montenegro e Litorale, Sua Eminenza Anfilochio, e del Vescovo di Backa, Sua Eccellenza Ireneo, venuti a Roma quali delegati del Patriarca Pavle della Chiesa ortodossa di Serbia. Li saluto cordialmente, elevando con essi il canto dell’Osanna al Figlio di Davide, Gesù Cristo Nostro Signore.
2. Cristo entra a Gerusalemme per l’ultima volta, al compiersi ormai del suo pellegrinaggio terreno, e realizza così gli annunci messianici dei Profeti. I Profeti avevano parlato dell’ingresso trionfale di Uno che sarebbe stato al tempo stesso Re e Servo, il quale avrebbe presentato il dorso ai flagellatori e non avrebbe sottratto la faccia agli insulti e agli sputi (cf. Is 50, 6).
Nei giorni successivi, in Gerusalemme tutto questo si è puntualmente verificato. Sono bastati, infatti, pochi giorni, perché l’"osanna" della gioia si cambiasse in grida ben diverse, grida di condanna e di scherno. Non è forse quanto aveva annunciato il Libro del profeta Isaia, grande "evangelista" dell’Antico Testamento? Non è questo che aveva predetto anche il Salmo messianico di Davide? Ecco compiersi in quei giorni quel che già era contenuto nel Salmo 21: "Le mani e i piedi forati" sulla croce, "le ossa contate" in una terribile lotta con la morte, il grido "Mio Dio, mio Dio, perché mi hai abbandonato?" Tutto questo è già presente nell’odierna liturgia della Domenica delle Palme, che apre la Settimana pasquale della Chiesa, la Settimana Santa, nella quale la Comunità ecclesiale, più che in ogni altro periodo, desidera essere con Cristo e restare accanto a lui per attingere alla profondità stessa del suo Mistero pasquale.
3. Ecco Colui, che "pur essendo di natura divina... spogliò se stesso, assumendo la condizione di servo e divenendo simile agli uomini" (Fil 2, 6): simile a tutti e a ciascuno, specialmente a coloro che toccano il fondo stesso del dolore. È proprio così: mediante ciò che è più difficile e duro nella nostra condizione umana, Lui, Cristo – "pur essendo di natura divina" – in quanto Figlio consustanziale al Padre – Lui, Cristo, "umiliò se stesso facendosi obbediente fino alla morte e alla morte di croce" (Fil 2, 6-8).
"Per questo Dio l’ha esaltato..." (Fil 2, 9). Il Padre ha esaltato il Figlio.
4. Giovani del mondo intero, questo giorno è il vostro giorno! Giorno da voi scelto per entrare più profondamente nel nucleo del mistero della salvezza, intimamente iscritto nella vita dell’essere umano. È con tale mistero che ciascuno di noi deve stringere una particolare alleanza di cuore, di preghiera e di vita. Da esso – dal mistero della Redenzione di Cristo – sgorgano le più feconde sorgenti della vita e della vocazione dell’uomo. È qui che le parole, scelte come pensiero guida della Giornata Mondiale dei Giovani, trovano il loro più sicuro ancoraggio: "Io sono venuto perché abbiano la vita e l’abbiano in abbondanza" (Gv 10, 10).
Quando, in profondo raccoglimento, rileggiamo il testo della Lettera di san Paolo proclamato nella liturgia odierna, – le parole cioè sull’umiliazione di Cristo e sulla sua esaltazione da parte del Padre – ritorna alla mente quanto Egli, il Cristo, ebbe a dire di se stesso, nella parabola del buon Pastore che dà la vita per il suo gregge. "Il Padre mi ama – afferma Gesù – perché io offro la mia vita... Nessuno me la toglie, ma la offro da me stesso, poiché ho il potere di offrirla e il potere di riprenderla di nuovo" (Gv 10, 17-18).
Ci troviamo nel cuore stesso del "mistero del Dono": dono gratuito, dono che rende la testimonianza più perfetta alla libertà, dono che costituisce la rivelazione dell’amore pieno che redime e salva.
Chi ha fatto di se stesso un tale dono, ha potuto anche dire: "Io sono venuto perché abbiate la vita... perché l’abbiate in abbondanza". La pienezza della vita è là dove è la pienezza dell’amore. E dov’è la pienezza dell’amore? Cristo ci ha appunto rivelato tale pienezza, pienezza che ci ha donato e continuamente ci dona: pienezza inesauribile.
5. Un anno fa, in piazza San Pietro si sono incontrati rappresentanti dei giovani d’ogni parte del mondo. Quelli venuti dall’Europa, precisamente dalla Polonia, hanno portato da Jasna Góra in Częstochowa, dove si è svolto l’ultimo raduno mondiale, una Croce "pellegrina", segno delle giornate della Gioventù, per consegnarla ai giovani provenienti dagli Stati Uniti d’America, dato che lì, a Denver, nel Colorado, si terrà il prossimo raduno mondiale.
Sii benedetta, Croce pellegrinante con i giovani attraverso paesi e continenti! Sii benedetto, Segno della nostra redenzione. Segno dell’amore infinito. Segno della vita.
In te adoriamo Colui che entra trionfante in Gerusalemme, per introdurre l’umanità intera, – soprattutto i giovani – nel mistero salvifico della sua morte e risurrezione.
Adoriamo Te, che vieni a noi nel Vangelo e nell’Eucaristia, che cammini insieme con noi attraverso paesi e continenti, perché "abbiamo la vita e l’abbiamo in abbondanza".
VEGLIA DI PREGHIERA IN PREPARAZIONE ALLA VIII GIORNATA MONDIALE DELLA GIOVENTÙ
DISCORSO DEL SANTO PADRE GIOVANNI PAOLO II AI GIOVANI DELLA DIOCESI DI ROMA
Aula Paolo VIGiovedì, 1° aprile 1993
"Io sono venuto perché abbiano la vita e l’abbiano in abbondanza" (Gv 10,10).
Sono le parole scelte per la Giornata Mondiale della Gioventù di Denver. Sono le parole di Gesù, scritte dal suo discepolo prediletto, San Giovanni Evangelista.
Voi vi siete riuniti oggi per una veglia in preparazione della prossima Domenica delle Palme e dell’incontro a Denver che avrà luogo nei giorni che precedono l’Assunta e avrà compimento lo stesso giorno, il 15 agosto.
Padre Massimiliano Kolbe ha dato la vita per un solo fratello. Un suo fratello, un suo connazionale, prigioniero come lui nel campo di Oswiecim-Auschwitz. Ha dato la vita al posto di un solo uomo, probabilmente anche sconosciuto. Ma il fatto che abbia dato la vita così ha suscitato una risonanza profonda nell’ambiente di quel campo di concentramento, dove l’uomo, ogni uomo, era profondamente disprezzato, calpestato. Là si vedeva che per un uomo è degno dare la vita per un altro uomo.
Si sente quasi subito il Vangelo, le parole di Cristo quando dice che il Buon Pastore dà la vita per le sue pecorelle. Era un momento forte dell’evangelizzazione: Padre Kolbe era un sacerdote, un evangelizzatore ardente, e questo ultimo atto della sua vita era anche il supremo atto dell’evangelizzazione, la sua evangelizzazione, l’evangelizzazione della Chiesa.
La risonanza di questo gesto, emblematico e profetico, non si è esaurita nell’ambiente del campo di concentramento, ma si è diffusa e anche oggi, dopo più di cinquant’anni, noi ritorniamo a quel momento, a quel gesto, a quel momento forte del Vangelo e dell’evangelizzazione. Ritorniamo per prepararci meglio a vivere le altre parole di Cristo che dice: "Io sono venuto perché abbiano la vita e l’abbiano in abbondanza".
Non solamente che abbia la vita uno solo, ma che abbiano la vita tutti: questa è la dimensione dell’atto redentivo di Cristo, del suo dono della vita in Croce. Questo dare la sua vita da parte di Cristo è una dimensione universale, sono abbracciati tutti gli uomini di ogni epoca, di ogni secolo, di ogni popolo. È un atto redentivo, una offerta, un sacrificio redentivo che abbraccia tutta l’umanità.
Cristo quando dà la sua vita sulla Croce, la dà con questa consapevolezza e con questa intenzione. Cristo, che dà la vita, non è solamente un uomo. Ogni uomo è limitato, limitato anche nei suoi sacrifici, come era limitato Padre Massimiliano. Ma Cristo è il Figlio di Dio e Dio è Dio, Luce da Luce. Figlio consostanziale a suo Padre e così la dimensione del suo atto sacrificale, del suo sacrificio, essendo un atto umano ha nello stesso tempo la dimensione, l’ampiezza dovuta alla sua personalità divina. Così Cristo poteva dire: "Io sono venuto perché abbiano la vita", non un solo uomo, non alcuni, non solamente quelli che lo hanno seguito, ma anche quelli che non lo conoscono, che non lo seguono, tutti. "E l’abbiano in abbondanza": questa è la vera dimensione del sacrificio di Cristo, del suo dono, del dono della sua persona, del sacrificio della Croce. È un dono fatto al Padre, dava se stesso al Padre, ma dando se stesso al Padre portava questo suo dono, questo suo sacrificio redentivo, a tutti noi. Così poteva dire: "perché tutti abbiano la vita".
La vita scaturisce da questo amore, da questo sacrificio, scaturisce da questa morte di Cristo, perché questa morte è pienamente oblativa. Cristo muore fisicamente, ma nella realtà profonda della sua persona, è il Figlio di Dio, c’è un’offerta, un dono fatto al Padre che porta in sé la vita per tutti noi. Cristo risorge dopo tre giorni e questa Risurrezione verrà a conferma della vita che il suo dono della vita, la sua morte in croce, ha portato a tutti noi: "perché abbiano la vita e l’abbiano in abbondanza".
Abbiamo ascoltato con gratitudine questo Oratorio, recitato e cantato, che ci ha fatto rivivere il dramma del campo di concentramento di Oswiecim-Auschwitz. Ci ha fatto rivivere il grande momento dell’evangelizzazione di un umile figlio di San Francesco: San Massimiliano Maria Kolbe. È significativo che la sua morte, questa sua morte in sostituzione di un altro uomo, in sostituzione perché lui avesse la vita, sia avvenuta nella vigilia dell’Assunzione, il 14 agosto. E voi vi preparate alla stessa giornata, al 15 agosto, per partecipare alla grande Giornata della Gioventù a Denver nel Colorado, negli Stati Uniti.
Non so quanti di voi potranno essere là in persona, ma tutti vogliono partecipare al mistero di questa Giornata. Questa Giornata, l’Assunta, ci parla appunto della vita trionfante. La prima tra gli esseri umani, tra le persone umane, che ha avuto la vita in abbondanza è stata Maria. Aveva questa vita da Gesù, da Cristo, da suo Figlio, dal suo sacrificio, dalla sua croce. Essendo la prima fra i credenti è anche la prima tra i redenti e la prima fra quelli che hanno la vita e l’hanno in abbondanza, più di ciascuno di noi.
Maria, Madre di Cristo, vi prepari spiritualmente a partecipare con fede, con speranza e con amore alla prossima Domenica delle Palme qui a Roma e poi alla grande convocazione dei giovani in America, a Denver.
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