24 de marzo - Roma
"Habéis recibido un espíritu de hijos" (Rm 8, 15).
Muy queridos jóvenes:
1. Las Jornadas mundiales de la juventud marcan etapas muy importantes en la vida de la Iglesia que, en la perspectiva del año 2000, busca intensificar su compromiso evangelizador en el mundo contemporáneo. Proponiendo cada año para vuestra meditación algunas verdades esenciales de la enseñanza evangélica, las Jornadas quieren alimentar vuestra fe e imprimir nuevos impulsos a vuestro apostolado.
Como tema de la VI Jornada mundial de la juventud, he elegido las palabras de san Pablo: "Habéis recibido un espíritu de hijos" (Rm 8, 15). Son palabras que nos introducen en el misterio más profundo de la vocación cristiana: en efecto, según el designio divino hemos sido llamados a ser hijos de Dios en Cristo, por medio del Espíritu Santo.
¿Cómo no quedar asombrados ante esta perspectiva vertiginosa? ¡El hombre -un ser creado y limitado, más aún, pecador- es destinado a ser hijo de Dios! ¿Cómo no exclamar con san Juan: "Mirad cómo nos amó el Padre. Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente" (1 Jn 3, 1). ¿Cómo permanecer indiferentes ante este desafío del amor paternal de Dios que nos invita a una comunión de vida tan profunda e íntima?
Celebrando la próxima Jornada mundial, dejad que este santo asombro os invada e inspire, en cada uno de vosotros, una adhesión cada vez más filial a Dios, nuestro Padre.
2. "Habéis recibido un espíritu de hijos..."
El Espíritu Santo, verdadero protagonista de nuestra filiación divina, nos ha regenerado a una vida nueva en las aguas del bautismo. Desde ese momento él "se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16).
¿Qué implica, en la vida del cristiano, ser hijo de Dios? San Pablo escribe: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8, 14). Ser hijos de Dios significa, pues, acoger al Espíritu Santo, dejarse guiar por él, estar abiertos a su acción en nuestra historia personal y en la historia del mundo.
A todos vosotros, jóvenes, con ocasión de esta Jornada mundial de la Juventud, os digo: ¡Recibid el Espíritu Santo y sed fuertes en la fe! "Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad" (2 Tm 1, 7).
"Habéis recibido un espíritu de hijos...". Los hijos de Dios, es decir, los hombres renacidos en el bautismo y fortalecidos en la confirmación, son los primeros constructores de una nueva civilización, la civilización de la verdad y del amor: son la luz del mundo y la sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16).
Pienso en los profundos cambios que se están verificando en el mundo. Ante numerosos pueblos se abren las puertas de la esperanza de una vida más digna y más humana. A este propósito, vuelvo a pensar en las palabras, verdaderamente proféticas, del concilio Vaticano II: "El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución" (Gaudium et spes, 26).
Sí, el Espíritu de los hijos de Dios es fuerza propulsora de la historia de los pueblos. Él suscita en todo tiempo hombres nuevos que viven en la santidad, en la verdad y en la justicia. El mundo que, a las puertas del 2000, está buscando ansiosamente los caminos para una convivencia más solidaria, tiene urgente necesidad de poder contar con personas que, gracias al Espíritu Santo, vivan como verdaderos hijos de Dios.
3. Y "la prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios" (Ga 4, 6-7). San Pablo nos habla de la herencia de los hijos de Dios. Se trata de un don de vida eterna, y al mismo tiempo de un deber que tenemos que realizar ya hoy, de un proyecto de vida fascinante, sobre todo para vosotros, jóvenes, que en lo profundo de vuestros corazones lleváis la nostalgia de altos ideales.
La santidad es la esencial herencia de los hijos de Dios. Cristo dice: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48). La santidad consiste en cumplir la voluntad del Padre en cada circunstancia de la vida. Es el camino maestro que Jesús mismo nos ha indicado: "No todo el que me diga: 'Señor, Señor', entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7, 21).
Lo que os dije en Santiago de Compostela, os lo repito también hoy: "¡Jóvenes, no tengáis miedo de ser santos!". ¡Volad a gran altura, consideraos entre aquellos que vuelven la mirada hacia metas dignas de los hijos de Dios! ¡Glorificad a Dios con vuestra vida!
4. La herencia de los hijos de Dios exige también el amor fraterno a ejemplo de Jesús, primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8, 29): "Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 15, 12). Invocando a Dios como "Padre" es imposible no reconocer en el prójimo -quienquiera que él fuere- un hermano que tiene derecho a nuestro amor. Aquí está el gran compromiso de los hijos de Dios: trabajar en la edificación de una convivencia fraterna entre todos los pueblos.
¿No es esto lo que el mundo de hoy necesita? Se advierte fuertemente, en el interior de las naciones, un gran deseo de unidad que rompa toda barrera de indiferencia y de odio. Os corresponde en particular a vosotros, jóvenes, la gran tarea de construir una sociedad más justa y solidaria.
5. Prerrogativa de los hijos de Dios es, luego, la libertad: también esta es parte de su herencia. Aquí se toca un tema al cual vosotros, jóvenes, sois particularmente sensibles, ya que se trata de un don inmenso que el Creador ha puesto en nuestras manos. Pero es un don que se debe usar bien. ¡Cuántas formas falsas de libertad conducen a la esclavitud!
En la encíclica Redemptor hominis he escrito a este propósito: "Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: 'Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres' (Jn 8, 32). Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad..." (n. 12).
"Para ser libres nos libertó Cristo" (Ga 5, 1). La liberación traída por Cristo es una liberación del pecado, raíz de todas las esclavitudes humanas. Dice san Pablo: "Vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados, y liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia" (Rm 6, 17). La libertad es, pues, un don y, al mismo tiempo, un deber fundamental de todo cristiano: "Pues vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos..." (Rm8, 15), exhorta el Apóstol.
Es importante y necesaria la libertad exterior, garantizada por leyes civiles justas, y por esto con razón nos alegramos de que hoy aumente el número de los países donde se respetan los derechos fundamentales de la persona humana, aunque a veces el precio de esta libertad haya sido muy alto, a costa de grandes sacrificios e incluso de sangre. Pero la libertad exterior -aun siendo tan preciosa- por sí sola no basta. En sus raíces debe estar siempre la libertad interior, propia de los hijos de Dios que viven según el Espíritu (cf. Ga 5, 16), guiados por una recta conciencia moral, capaces de escoger el bien verdadero. "Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Co 3, 17). Es este, queridos jóvenes, el único camino para construir una humanidad madura y digna de este nombre.
Ved, pues, cuán grande y comprometedora es la herencia de los hijos de Dios, a la cual sois llamados. Acogedla con gratitud y responsabilidad. ¡No la malgastéis! Tened el coraje de vivirla cada día de modo coherente y anunciadla a los demás. Así el mundo llegará a ser, cada vez más, la gran familia de los hijos de Dios.
6. En el centro de la Jornada mundial de la juventud de 1991 se tendrá un nuevo encuentro mundial de jóvenes.
Esta vez, como conclusión de los encuentros y de las celebraciones acostumbradas en las diócesis, nos volveremos a encontrar para rezar juntos en el santuario de la Virgen Negra de Czestochowa, en Polonia, en mi patria. Recordando la experiencia de la peregrinación a Santiago de Compostela (1989), muchos de vosotros acudiréis con alegría a este encuentro en la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, el 14 y 15 de agosto de 1991. Llevaremos con nosotros, en nuestros corazones y en nuestras plegarias, a los jóvenes de todo el mundo.
Encaminaos, pues, desde ahora, hacia la casa de la Madre de Cristo y Madre nuestra, para meditar, bajo su mirada amorosa, sobre el tema de la VI Jornada: "Habéis recibido un espíritu de hijos...".
¿Dónde se puede aprender mejor qué cosa significa ser hijos de Dios sino a los pies de la Madre de Dios? María es la mejor Maestra. A ella ha sido confiado un papel fundamental en la historia de la salvación: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4).
¿Dónde, sino en su corazón maternal, se puede guardar mejor la herencia de los hijos de Dios prometida por el Padre? Llevamos este don en vasijas de barro. Nuestra peregrinación será, pues, para cada uno de nosotros, un gran acto de entrega confiada a María. Iremos a un santuario que, para el pueblo polaco, tiene un significado muy particular, como lugar de evangelización y de conversión, hacia el cual confluyen miles de peregrinos provenientes de todas las partes del país y del mundo. Desde hace más de 600 años, en el monasterio de Jasna Góra en Czestochowa, María es venerada en su icono milagroso de la Virgen Negra. En los momentos más difíciles de su historia, el pueblo polaco ha encontrado allí, en la casa de la Madre, la fuerza de la fe y la esperanza, la propia dignidad y la herencia de los hijos de Dios.
Para todos, jóvenes del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, la peregrinación a Czestochowa será un testimonio de fe ante el mundo entero. Será una peregrinación de libertad a través de las fronteras de las naciones que se abren cada vez más a Cristo, Redentor del hombre.
7. Con este mensaje quiero iniciar el camino de preparación espiritual ya sea a la VI Jornada mundial de la juventud, ya sea a la peregrinación a Czestochowa. Estas reflexiones quieren servir para iniciar este camino que es, sobre todo, de fe, de conversión y de vuelta a lo esencial en nuestra vida.
A vosotros, jóvenes de los países del Este europeo, dirijo una palabra de especial aliento. No faltéis a esta cita que se prevé, desde ahora, como un encuentro memorable entre las jóvenes Iglesias del Este y del Oeste. Vuestra presencia en Czestochowa constituirá un testimonio de fe de enorme significado.
Y vosotros, queridísimos jóvenes de mi amada Polonia, estáis llamados esta vez a dar hospitalidad a vuestros amigos que llegarán de todas las partes del mundo. Para vosotros y para la Iglesia de Polonia, este encuentro, al cual yo también acudiré, constituirá un don espiritual extraordinario en este momento histórico que estáis viviendo, tan lleno de esperanzas para el futuro.
Espiritualmente arrodillado ante la imagen de la Virgen Negra de Czestochowa, confío a su amorosa protección el entero desarrollo de la VI Jornada mundial de la juventud.
A vosotros, queridos jóvenes, envío mi cordial y paternal bendición.
Vaticano, 15 de agosto de 1990, solemnidad de la Asunción de María Santísima.
ÁNGELUS
VI Jornada Mundial de la Juventud
Domingo de Ramos 24 de marzo de 1991
1. Antes del rezo del Ángelus, deseo dirigir un pensamiento a los numerosos jóvenes que han tomado parte en esta liturgia solemne del Domingo de Ramos, celebrando así también la Jornada mundial de la Juventud.
Gracias, queridos jóvenes, por vuestra participación tan espontánea y viva. ¡El Papa cuenta con vosotros! ¡Sed siempre fieles a Cristo, Redentor y Maestro! Él posee la clave de vuestra vida y de toda la historia humana, pues ha dicho: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). El mensaje de Cristo es exigente, pero es el único que permite realizar plenamente la aspiración a la verdad y el bien, que vibra dentro de nosotros.
2. "Recibisteis un espíritu de hijos" (Rm 8, 15). Estas palabras del apóstol Pablo, que constituyen el tema de la próxima Jornada mundial de la Juventud, nos comprometen a acoger con sentido de responsabilidad toda la herencia encerrada en la filiación divina que se nos ha dado en el bautismo. Esta herencia comprende, asimismo el amor recíproco, el sentido de la solidaridad y la pasión por la paz.
¡Cuán actual es este mensaje para nuestra época, lacerada profundamente a causa de guerras, discordias y violencias de todo tipo! A todos los cristianos, a todos vosotros, queridos jóvenes, corresponde la tarea de recordar a la humanidad, con la palabra y el ejemplo, que Dios es Padre de todos y que todos nosotros somos hermanos.
3. Desde ahora os doy cita en Czestochowa, donde nos espera la Virgen en su antiguo santuario sobre la colina de Jasna Góra. ¿Quién puede enseñarnos mejor que ella lo que significa haber recibido "un espíritu de hijos"? ¿Quién puede educarnos a vivir entre nosotros un espíritu auténtico de familia? Encomiendo a su corazón de Madre, que abraza a todos y a cada uno, la preparación y el desarrollo de la próxima Jornada mundial de la Juventud.
Virgen negra de la "Montaña clara", dirige tu mirada materna hacia los jóvenes aquí presentes y hacia todos los jóvenes del mundo, hacia quien ya cree en tu Hijo y hacia quien aún no lo ha encontrado en su camino. Escucha, oh Madre, sus aspiraciones, aclara sus dudas y fortalece sus propósitos. Haz que vivan en sí mismos los sentimientos de un verdadero "espíritu de hijos", para que contribuyan eficazmente a la edificación de un mundo más justo. Tú ves su disponibilidad, Tú conoces sus corazones. ¡Tú eres la Madre de todos!
* * *
Después del Ángelus
Vaya ahora mi saludo cordial a los numerosos grupos de jóvenes que, procedentes de tantos lugares de España y de algunos Países de América Latina, se han dado cita en la Plaza de san Pedro, en este Domingo de Ramos. Os aliento, queridos chicos y chicas, a ser siempre testigos del Evangelio y sembradores de esperanza para que nuestro mundo sea más pacífico, justo y fraterno. Llevad también el saludo del Papa a vuestros familiares, a vuestros compañeros y amigos. A todos bendigo de corazón.
VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA VIGILIA DE ORACIÓN EN CZESTOCHOWA
Miércoles 14 de agosto de 1991
1. En esta vigilia de oración, cargada de extraordinaria intensidad de sentimientos, quisiera centrar vuestra atención, queridos jóvenes, en tres palabras-guía: Yo soy (la palabra). Me acuerdo. Velo.
A. Yo soy (la Palabra)
«Yo soy»: éste es el nombre de Dios. Así respondió una Voz a Moisés desde la zarza ardiente, cuando preguntaba cuál era el nombre de Dios. «Yo soy el que soy» (Ex 3, 14): con este nombre el Señor envió a Moisés a Israel, esclavo de Egipto, y al faraón-opresor: «Yo-Soy me ha enviado a vosotros» (Ex 3, 14). Con este nombre Dios sacó a su pueblo elegido de la esclavitud, para sellar una alianza con Israel:
«Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Ex 20, 2-3).
«Yo-Soy», este nombre es el fundamento de la antigua Alianza.
2. Ese nombre constituye también el fundamento de la nueva Alianza. Jesucristo dice a los judíos: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30). «Antes de que Abraham existiera, Yo Soy» (Jn 8, 58). «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8, 28).
En medio de nosotros, que velamos, se ha detenido la cruz. Habéis traído aquí esta cruz y la habéis levantado en medio de nuestra asamblea. En esta cruz se ha manifestado «hasta el extremo» (cf. Jn 13, 1) el «Yo-Soy» divino de la Alianza nueva y eterna. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que (el hombre no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).
La cruz es el signo del amor inefable, el signo que revela que «Dios es amor» (cf. 1 Jn 4, 8).
Mientras se acercaba la noche, antes del sábado de Pascua, Jesús fue retirado de la cruz y depositado en el sepulcro. El tercer día se presentó resucitado en medio de sus discípulos, que estaban «sobresaltados y asustados», diciéndoles: «La paz con vosotros (...); soy yo mismo» (cf. Lc 24, 36-37. 39): el «Yo-Soy» divino de la Alianza, del Misterio pascual y de la Eucaristía.
3. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios para poder existir y decir a su Creador «yo soy». En este «yo soy» humano se contiene toda la verdad de la existencia y de la conciencia. «Yo soy» ante ti, que «Eres».
Cuando Dios pregunta al primer hombre: «¿Dónde estás?», Adán responde: «Me escondí de ti» (cf. Gn 3, 9-10), tratando de no estar delante de Dios. ¡No puedes esconderte, Adán! No puedes no estar delante de quien te ha creado, de quien ha hecho que «tú seas», delante de quien «escruta los corazones y conoce» (cf. Rm 8, 27).
4. Habéis llegado a Jasna Góra, queridos amigos, donde desde hace muchos años se canta el himno «Estoy junto a ti».
El mundo que os rodea, la civilización moderna, ha influido mucho para quitar ese «Yo Soy» divino de la conciencia del hombre. Tiende a vivir como si Dios no existiera. Este es su programa.
Pero, si Dios no existe, tú, hombre, ¿podrás existir de verdad?
Habéis venido aquí, queridos amigos, para recuperar y confirmar profundamente esta identidad humana: «yo soy», delante del «Yo Soy» de Dios. Mirad la cruz en la que el «Yo-Soy» significa «Amor». ¡Mirad la cruz y no os olvidéis! Que el «estoy junto a ti» siga siendo la palabra clave de toda vuestra vida.
B. Me acuerdo
1. Me acuerdo. Estoy junto a ti; me acuerdo de ti. Junto a la cruz de Cristo, el primer símbolo de nuestra vigilia, ha sido colocada la Biblia, la Sagrada Escritura, el Libro.
No os olvidéis de las maravillas de Dios (cf. Sal 78, 7). Cuidad de no olvidaros del Señor (Dt 6, 12).
No os olvidéis de la creación; no os olvidéis de la Redención: la Cruz, la Resurrección, la Eucaristía y Pentecostés. Todas estas cosas son manifestación del «Yo-Soy» divino. Dios obra y habla al hombre: se revela al hombre hasta el misterio íntimo de su vida. «Muchas veces y de muchos modos habló Dios (...) a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2).
La Sagrada Escritura, la Biblia, es el libro de las obras de Dios y de las palabras del Dios vivo. Es un texto humano, pero escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. El Espíritu mismo es, por tanto, el primer autor de la Escritura.
2. Estoy junto a ti. Me acuerdo de ti. El hombre está delante de Dios, permanece en su presencia mediante la acción de recordar. De tal modo, conserva las palabras y las maravillas de Dios, meditándolas en su corazón como María de Nazaret. Antes de que los autores inspirados anotaran la verdad de la vida eterna revelada en Jesucristo, tal verdad ya había sido anotada y acogida por el corazón de su Madre (cf. Lc 2, 51). María hizo esto de la manera más profunda, convirtiéndose ella misma en un «texto viviente» de los misterios divinos.
Las palabras «estoy junto a ti, me acuerdo de ti» se refieren de modo particular a María, mucho más que a los discípulos del divino Maestro.
3. Hemos venido aquí, queridos amigos, para participar en el recuerdo mariano de las maravillas de Dios. Para participar en el recuerdo de La Iglesia, que vive en escucha religiosa de las Escrituras inspiradas. Acerquémonos a la Sagrada Escritura, fuente de inspiración para nosotros mismos, a fin de que sea fuente de nuestra vida interior. Descubramos en ella, de un modo siempre nuevo y cada vez más pleno, el misterio maravilloso e inescrutable del «Yo-Soy» divino.
Descubramos también el misterio de nuestro «yo soy» humano. En efecto, también el hombre es un misterio. El Concilio Vaticano II recordó que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22).
4. Quien no conoce la Sagrada Escritura, no conoce a Cristo (cf. san Jerónimo, Comm. in Is. Prol.: PL 24, 17).
Cuando mañana nos marchemos de aquí, hagamos todo lo posible por conocer cada vez más profundamente a Cristo. Esforcémonos por permanecer en contacto íntimo con el Evangelio, con la palabra del Dios vivo, con la Sagrada Escritura, a fin de conocernos mejor a nosotros mismos y comprender cuál es nuestra vocación en Cristo, el Verbo encarnado.
C. Velo
1. El icono de la Madre de Dios. «Theotokos».
Al lado de la cruz y la Biblia hay un icono: el tercer símbolo de nuestro encuentro de oración.
A este símbolo corresponde la palabra «velo»: yo soy, me acuerdo, velo. Las tres palabras del llamamiento de Jasna Góra, que desde aquí, durante las grandes luchas espirituales, llegaba a toda la tierra habitada por los polacos. Yo soy, me acuerdo, velo. Las tres palabras-guía que nos han ayudado. Palabras del lenguaje, pero también palabras de gracia, expresión del espíritu humano y del soplo del Espíritu Santo.
2. Aquí, en Jasna Góra, la palabra «velo» tiene un contenido mariano, que corresponde al significado del icono de la Madre de Dios. «Velo», expresa la actitud de la Madre. Su vida y vocación se expresan en la acción de velar. Vela sobre el hombre desde los primeros instantes de su existencia. Esa vela está acompañada por la tristeza y la alegría. «La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora: pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16, 21). Son palabras de Cristo mismo.
¡La vela materna de María, una experiencia inescrutable, un mensaje inscrito de forma misteriosa en un corazón femenino, que vivió exclusivamente de Dios! En verdad, «maravillas ha hecho en su favor el Poderoso, Santo es su nombre» (cf. Lc 1, 49).
Permanecen en nuestra conciencia al menos estos dos momentos: la noche de Belén y la «noche del Espíritu» bajo la cruz del Hijo en el Gólgota. Y también otro momento: el Cenáculo de Jerusalén, el día de Pentecostés, cuando nació la Iglesia, cuando la Iglesia entró en el mundo, como un niño que deja el seno de la madre.
3. La Iglesia ha continuado este cuidado materno de María, que se ha expresado en tantos santuarios sobre toda la tierra. Cada día vive para el don de este cuidado maternal. Aquí, en esta tierra, en este país en el que nos encontramos, las generaciones viven con la conciencia de que la Madre «vela». Desde aquí, desde Jasna Góra, ella cuida a todo el pueblo, a todos. Especialmente en los momentos difíciles, en las pruebas y peligros.
4. «Velar»: esta palabra tiene su etimología rigurosamente evangélica. Cuántas veces Cristo ha dicho: «Velad» (cf., por ejemplo, Mt 24, 42; 25, 13; 26, 38. 41; Mc 13, 33. 35. 37; 14, 34; 21, 36). «Velad, y orad para que no caigáis en tentación» (Mc 14, 38). Entre todos los discípulos de Cristo, María es la primera «que vela». Es preciso que de ella aprendamos a velar, que velemos con ella: «Estoy cercano a ti, me acuerdo de ti, velo».
5. «¿Qué quiere decir “velo”?» Quiere decir: me esfuerzo para ser un hombre de conciencia. No apago esta conciencia y no la deformo; llamo por su nombre al bien y al mal, no los confundo; hago crecer en mí el bien y trato de corregirme del mal, superándolo en mí mismo. Éste es el problema fundamental, que nunca se podrá disminuir, ni trasladar a un plano secundario. ¡No!, siempre y en todo lugar, se trata de un problema de primer plano. Tanto más importante, cuanto más numerosas son las circunstancias que parecen favorecer nuestra tolerancia del mal, y el hecho de que fácilmente nos absolvemos de él, particularmente si así hacen los demás... «Velo» quiere decir, además, veo a los otros… Velo quiere decir: amor al prójimo; quiere decir: fundamental solidaridad «interhumana».
Aquí ya he pronunciado una vez estas palabras, en Jasna Góra, durante el encuentro con los jóvenes, en 1983, año particularmente difícil para Polonia.
Hoy las repito: ¡«Estoy cercano a ti, me acuerdo de ti, velo»!
VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Czestochowa, Polonia
Solemnidad de la Asunción
Jueves 15 de agosto de 1991
1. «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8, 14).
Jóvenes amigos, hermanos y hermanas de Polonia y de todo el mundo. Comienzo con emoción esta homilía, pronunciada en polaco, pero me consuela la conciencia de que nuestros huéspedes la escuchan también en sus lenguas respectivas. Sucede algo semejante a lo que ocurrió el día de Pentecostés en Jerusalén; e incluso con más alcance, porque también los que se hallan lejos ven esta celebración litúrgica —y escuchan la homilía— gracias a las pantallas que nos han ofrecido benévolamente nuestros hermanos italianos. Asimismo, me consuela el buen tiempo que está haciendo y el sol.
Señor presidente de la República, señor primer ministro, representantes del Gobierno y del Parlamento, venerados hermanos míos en el episcopado, cardenales, obispos, hermanos míos en el sacerdocio, hermanos y hermanas en la vocación religiosa, en la vocación cristiana y humana, y todos los que os halláis aquí presentes.
Saludo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo a todos vosotros, queridos jóvenes, que habéis venido aquí procedentes de diversos países de Europa y de los demás continentes. Habéis venido a Jasna Góra con la convicción de que «recibisteis un espíritu de hijos adoptivos» (Rm 8, 15). Gracias a este espíritu sois «herederos de Dios» y, al mismo tiempo, «coherederos de Cristo» (Rm 8, 17). Podéis exclamar junto con él: «Abbá, Padre!» (Rm 8, 15). En efecto, «el Espíritu mismo da testimonio de que somos hijos de Dios» (Rm 8, 16).
Durante el encuentro de anoche meditamos sobre la verdad de vuestra vocación en Cristo, concentrándonos en tres signos: la cruz, la Biblia y el icono mariano.
En la solemnidad de hoy deseamos dirigirnos de modo particular a María, que fue guiada sobre todo por el Espíritu de Dios. La saludamos como hija amada de Dios-Padre, elegida como madre humana del Hijo de Dios. Saludamos a María, que aceptó esa elección eterna, dando a la luz a Jesucristo por obra del Espíritu Santo: la Virgen de Nazaret creyó que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios (cf. Lc 1, 37).
2. Hoy la Iglesia celebra con especial solemnidad su Asunción al cielo. Este cumplimiento definitivo de la vida y de la vocación de la Madre de Dios nos permite, a la luz de la liturgia, contemplar toda la anterior existencia terrena de María y su peregrinación materna mediante la fe. De forma muy concisa y, a la vez, más completa, expresan todo esto las palabras de Isabel durante la Visitación: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas por parte del Señor!» (Lc 1, 45).
Las palabras que María oyó durante la Visitación se cumplieron admirablemente: desde el nacimiento de Jesús en Belén hasta la cruz en el Gólgota y, luego, desde la mañana de Pascua hasta el día de Pentecostés. En todas estas etapas de su peregrinación terrena, María conoció cada vez más profundamente todas «las maravillas que el Poderoso hizo en su favor» (cf. Lc 1, 49). Y todas esas «maravillas» (magnalia Dei) alcanzan su coronamiento casi definitivo en la Asunción. María entra como esposa del Espíritu Santo en la casa del destino supremo del hombre. En la morada de la Santísima Trinidad se encuentra su morada eterna. Y aquí, en la tierra «todas las generaciones la llamarán bienaventurada» (cf. Lc 1, 48).
Y también nosotros —esta comunidad particular de jóvenes— proclamamos a María bienaventurada entre todas las mujeres, rindiendo así el honor supremo al Hijo unigénito del Padre, el fruto bendito de su seno. Efectivamente, en él «todos recibimos la adopción de hijos» (cf. Rm 8, 15).
3. La liturgia de la solemnidad de la Asunción no termina aquí. Nos hace mirar hacia el «Santuario de Dios que se abrió en el cielo» (cf. Ap 11, 19), en el que todos los hijos adoptivos de Dios, junto con la Madre de Dios, toman parte como «coherederos de Cristo» en la vida inefable del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que es la plenitud definitiva de toda verdad y amor. El libro del Apocalipsis nos hace contemplar, además, la Asunción de María como «un signo grandioso»: «Una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas» (Ap 12, 1). Por tanto, éste es el signo de ese cumplimiento, que alcanza las dimensiones de todo el cosmos. Las criaturas, en la totalidad de su múltiple riqueza, retornan en este signo a Dios, que es el Creador, o sea, el Comienzo absoluto de todo lo que existe.
En este signo retorna a Dios el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Todos nosotros debemos retornar de la misma manera, si hemos recibido la filiación adoptiva en el Hijo unigénito de Dios, quien por nuestra adopción se hizo Hijo del hombre: hijo de María.
Sin embargo, ese retorno omnicomprensivo de los hijos al Padre está unido a un drama particular a lo largo de toda la historia del hombre en la tierra. La liturgia de hoy pone de relieve este drama con las palabras de la carta de san Pablo a los Corintios: «Habiendo venido por un hombre la muerte (...), en Adán mueren todos» (1 Co 15, 21-22). Esta muerte tiene una dimensión más profunda que la muerte meramente biológica.
4. Es una muerte que afecta al espíritu, privándolo de la vida que proviene de Dios mismo. El pecado es la causa de esta muerte, pues es rebelión contra Dios por parte de la criatura racional y libre.
El drama se remonta a los orígenes, cuando el hombre, tentado por el Maligno, quiso alcanzar su propia realización de forma autónoma. «Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal», fue la instigación de la serpiente (cf. Gn 3, 5); es decir, seréis capaces de decidir por vosotros mismos acerca de lo que es bueno y lo que es malo, independientemente de la Fuente de la Verdad y del Bien, que es Dios mismo.
Precisamente este drama, el drama original, encuentra su expresión simbólica en el marco grandioso que nos presenta la liturgia de este día. Delante de la mujer vestida de sol, símbolo del cosmos transformado en el reino de Dios vivo, aparece otro símbolo, el del Maligno del drama original. En la Sagrada Escritura tiene diferentes nombres. Aquí está representado por un dragón, que quiere devorar al niño que la mujer ha dado a luz, el pastor «de todas las naciones» (cf. Ap 12, 4-5).
El último libro del Nuevo Testamento confirma, por consiguiente, al primero, el Génesis: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre su linaje y su linaje» (Gn 3, 15). La historia humana se presenta así como una larga serie de combates y de luchas entre el bien y el mal, entre el Padre eterno, que ama el mundo hasta entregar a su Hijo unigénito, y el «padre de la mentira», que es «homicida desde el principio» (cf. Jn 8, 44).
5. ¿Por qué razón lucha, pues, el «padre de la mentira»? Lucha para privar al hombre de la filiación divina adoptiva, para quitarle la herencia que el Padre le otorgó en Cristo.
Lucha contra la Mujer, que es la Madre virginal del Redentor del mundo, contra aquella que es el modelo sublime de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 53).
El signo de la «Mujer» en el Apocalipsis indica a la Madre de Dios y a la Iglesia. Indica a todos los que «son guiados por el Espíritu de Dios». Todos los que, junto con Cristo, como hijos en el Hijo, claman: «¡Abbá, Padre!».
Ese signo se refiere también a nosotros. Al clamar junto con Cristo «Abbá, Padre», participamos como hijos adoptivos en la victoria pascual de la cruz y la resurrección, en la que María participó antes que nadie: ¡María elevada al cielo!
6. Queridos amigos, os habéis reunido aquí, desde muchos lugares; habláis muchas lenguas diferentes. Traéis en vosotros el patrimonio de muchas culturas, de muchas experiencias históricas. De diversos modos habéis experimentado y experimentáis, vosotros y vuestras sociedades, la lucha que a través de toda la historia del hombre se lleva a cabo en el hombre y por el hombre.
Nuestro siglo ha sido y sigue siendo un campo de batalla donde se libra esa lucha. Generaciones enteras han sido envueltas en semejante lucha, de la que todos y cada uno de nosotros somos los auténticos protagonistas: todo hombre, en la realidad de la creación a imagen y semejanza de Dios, que sufre, al mismo tiempo, la tentación de transformar esa imagen y semejanza en un reto dirigido a su Creador y Redentor. La tentación de rechazarlo. La tentación de vivir su propia vida aquí en la tierra, como «si Dios no existiera». Como si no existiera Dios en toda su realidad trascendente. Como si no existiera su amor al hombre, amor que movió al Padre «a entregar» a su Hijo unigénito para que el hombre, por medio de él, tuviera la vida eterna en Dios.
En esa lucha, en la sucesión de esos combates espirituales, se emplean muchos medios para privar a los hombres de su herencia: la «adopción como hijos». Vosotros, los jóvenes, habéis venido aquí en peregrinación con la finalidad de confirmar esta adopción como hijos, con el propósito de optar nuevamente por ella. Para modelar con ella vuestra existencia humana; para acercaros y atraer a los demás hacia ella.
¡Sed felices!
Sed felices junto con María, que creyó en el cumplimento de las palabras que le dijo el Señor.
¡Sed felices! Ojalá que el signo de la mujer vestida de sol camine con vosotros, con cada una y cada uno, a lo largo de todos los senderos de la vida. Ojalá que os conduzca al cumplimiento en Dios de vuestra adopción como hijos en Cristo.
¡El Señor ha hecho verdaderamente maravillas en vosotros!
7. De estas «maravillas», queridos jóvenes, debéis ser siempre testigos coherentes y valerosos en vuestro ambiente, entre vuestros coetáneos, en todas las circunstancias de vuestra vida.
Está a vuestro lado María, la Virgen dócil a todos los soplos del Espíritu, la que con su «sí» generoso al proyecto de Dios abrió al mundo la perspectiva, largamente añorada, de la salvación.
Mirándola a ella, esclava humilde del Señor, hoy elevada a la gloria del cielo, os digo con san Pablo: ¡«Vivid según el Espíritu»! (Ga 5, 16). Dejad que el Espíritu de sabiduría e inteligencia, de consejo y fortaleza, de conocimiento, piedad y temor del Señor (cf. Is 11, 2) penetre en vuestros corazones y vuestras vidas y, por medio de vosotros, transforme la faz de la tierra.
Como os dijo un día el obispo al conferiros el sacramento de la confirmación, así hoy os repito a vosotros, jóvenes que habéis venido aquí desde todos los continentes: ¡Recibid el Espíritu Santo! Revestíos de la fuerza que brota de él, convertíos en constructores de un mundo nuevo: un mundo diferente, fundado en la verdad, la justicia, la solidaridad y el amor.
8. Esta VI Jornada mundial de la juventud se distingue por una característica particular: es la primera vez que se registra una participación tan numerosa de jóvenes de Europa oriental.
¿Cómo no descubrir en esto un gran don del Espíritu Santo? Quiero darle las gracias junto con vosotros. Tras ese largo período en que prácticamente no se podían cruzar las fronteras, la Iglesia en Europa puede respirar ahora libremente con sus dos pulmones.
Por este motivo, queridos jóvenes de Europa del este, vuestra presencia es muy significativa. La iglesia universal tiene necesidad del tesoro precioso de vuestro testimonio cristiano: testimonio por el que ha sido pagado un precio a veces muy alto de sufrimiento en la marginación, en la persecución e incluso en la prisión.
9. ¡Hoy, finalmente, ha llegado vuestra hora! En los duros años de la prueba, la Iglesia y el Sucesor de Pedro jamás os han olvidado. Aquí, en el santuario de Jasna Góra, ahora podéis ofrecer al mundo el testimonio público de vuestra pertenencia a Cristo y de vuestra comunión con la Iglesia. Lo ofrecéis ante vuestros coetáneos que proceden de todo el mundo y, de forma especial, de los países de Europa occidental.
El Viejo Continente cuenta con vosotros, jóvenes del este y del oeste europeo, para construir la «casa común» de la que se espera un futuro de solidaridad y paz; cuenta con vosotros la Iglesia que, en la próxima Asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos, se recogerá para reflexionar sobre las consecuencias que se desprenden de los recientes cambios y para disponer iniciativas oportunas en orden a una acción pastoral más incisiva en el continente.
Para el bien de las generaciones que vendrán es necesario que la nueva Europa se apoye sobre los fundamentos de los valores espirituales que constituyen el núcleo más íntimo de su tradición cultural.
10. Una gran alegría embarga mi corazón al veros juntos, jóvenes del este y del oeste, del norte y del sur, unidos por la fe en Jesús, que «ayer como hoy (...) es el mismo, y lo será siempre» (Hb 13, 8). Sois la juventud de la Iglesia, que se apresta a afrontar el nuevo milenio. ¡Sed la Iglesia del futuro, la Iglesia de la esperanza!
Queridos jóvenes, sabéis por experiencia que la caída de la ideología en los países de Europa oriental ha dejado en muchos de vuestros compañeros el sentimiento de un gran vacío, la impresión de haber sido engañados y una angustia deprimente ante el futuro.
También en los países de Europa occidental gran parte de la juventud ha perdido los motivos por los que vale la pena vivir. El fenómeno de la droga es un síntoma de este extravío profundo. El desinterés por la política manifiesta en muchos el sentimiento de impotencia en la lucha por el bien.
Sois enviados a estos hermanos y hermanas como mensajeros de la Buena Nueva de la salvación. Al encontrar a Jesús y conocer vuestra vocación a la filiación divina por medio de vuestro testimonio de alegría, descubrirán cuál es el sentido de la vida. En efecto, ansían encontrar ese sentido, y Jesucristo es la verdad que nos hace libres.
A todos los que están desilusionados frente a los cometidos terrenos de la civilización, los tenéis que invitar a ser, junto con vosotros, artífices de la «civilización del amor», cuyo gran programa está trazado en la doctrina social de la Iglesia, que recientemente he recordado y confirmado en la encíclica Centesimus annus.
Trabajar generosamente para construir una sociedad que se distinga por la búsqueda constante de la justicia, la concordia, la solidaridad y la paz es un ideal que revela a cada cual la riqueza de entrega y de servicio que lleva dentro de sí.
Cada uno, colaborando en la obra de fraternidad entre los hombres y los pueblos, y empeñándose generosamente en ayudar a los más pobres, descubrirá la belleza de la vida.
Queridos amigos, tenéis la responsabilidad de llevar este mensaje evangélico que conduce a la vida eterna y, al mismo tiempo, señala el camino para vivir de forma más humana en la tierra.
Gran parte de lo que será el futuro depende del empeño de la generación cristiana de hoy. Depende, sobre todo, de vuestro empeño, queridos jóvenes, que pronto tendréis la responsabilidad de decisiones que influirán no sólo en vuestro destino, sino también en el de muchos otros.
Os corresponde, pues, a vosotros la misión de asegurar en el mundo futuro la presencia de valores como la plena libertad religiosa, el respeto a la dimensión personalista del desarrollo, la tutela del derecho a la vida, la promoción de la familia, la valoración de la diversidad de culturas con miras a un enriquecimiento recíproco y la salvaguardia del equilibrio ecológico amenazado por peligros cada vez más graves.
11. Son tareas inmensas, que requieren corazones intrépidos, capaces de «esperar contra toda esperanza» (cf. Rm 4, 18). Queridos jóvenes, ¡no estáis solos en esta empresa! A vuestro lado está Cristo nuestro Señor, quien dijo: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!» (Lc 12, 49). Esto es lo que puede templar vuestro corazón y hacer que se atreva a afrontar las empresas más arduas: el fuego que Jesús ha traído, el fuego del Espíritu Santo, que quema toda miseria humana, todo egoísmo sórdido y todo pensamiento mezquino.
Dejad que este fuego arda en vuestros corazones.
La Virgen María lo ha encendido en vosotros aquí en Czestochowa.
Llevad este fuego a todo el mundo. ¡Que nada ni nadie lo apague nunca! ¿Qué ha sido para vosotros Jasna Góra? Ha sido para vosotros hoy el Cenáculo, un nuevo Pentecostés: la Iglesia, una vez más, reunida en compañía de María, una Iglesia joven y misionera, consciente de su misión. ¡Recibid el Espíritu Santo y sed fuertes! Amén.
VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
ACTO DE CONSAGRACIÓN DE TODOS LOS JÓVENES DEL MUNDO A LA VIRGEN MARÍA
Santuario de Czestochowa
Jueves 15 de agosto de 1991
Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genetrix...
(«Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios...»).
Nosotros, jóvenes de todo el mundo, venimos a ti, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Madre de la fe, de la esperanza y del amor. Te traemos toda nuestra juventud.
Venimos a ti, Madre de Dios, Madre de la Vida, Madre del Amor hermoso.
Venimos aquí, donde desde hace siglos los hombres recurren a ti, para recibir la libertad; junto ti, incluso en la esclavitud, se han sentido libres. Hoy, esta casa tuya se ha convertido en la casa de todos nosotros, de los jóvenes de todo el mundo. Czestochowa en este momento es la capital de la juventud.
Venimos a ti, que eres nuestra Madre y, mediante tu intercesión, pedimos a Cristo la libertad verdadera, la fe verdadera y los motivos de vida y esperanza. Tú, Madre, conoces nuestros límites, y también todos nuestros sueños, nuestros proyectos para el futuro, y nuestras posibilidades. Haz que sepamos hacer fructuosa la esperanza que está en nosotros (cf. 1P 3, 15).
Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et benedicta.(«No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita»).
Llevamos en nosotros grandes anhelos. Queremos vivir para Cristo. Nos dirigimos a ti, la Maestra más segura por los caminos humanos... Ayúdanos a vencer todas las desesperaciones. Ayúdanos a ser más fuertes que todo lo que parece asediarnos. Nuestra vida cotidiana es diversa, como diversas son también tus imágenes en nuestros países. Ayúdanos a ser auténticos.
Te confiamos lo que en nosotros está amenazado desde dentro y desde fuera: cúranos de los pecados y de las debilidades, líbranos de la derrota y del error, protégenos del desprecio de la vida y de todo lo que amenaza la salud y la vida.
Defiéndenos de la soledad que no proviene de una elección y que muchos no logran vencer. Haz que no se transforme jamás en desesperación.
Te confiamos a los que deben afrontar la desocupación, la falta de casa y el temor ante al futuro.
Ayúdanos a salvar al mundo y a nosotros mismos de la violencia y de las diferentes formas de totalitarismo contemporáneo en el que no tenemos influencia inmediata.
Te confiamos a ti, Madre, a las familias jóvenes y a los que se han entregado exclusivamente al servicio de Dios. A ti, Madre, te confiamos la vocación de cada hombre. Haz que la vida de cada uno, de cada uno de nosotros, dé frutos producidos por el Evangelio.
Queremos rezar contigo por quienes buscan los caminos de tu Hijo, y también por los que no saben y no quieren saber nada acerca de nuestro encuentro. Por los que no conocen ni a Dios, ni a Cristo, ni a ti.
Domina nostra, Advocata nostra, Mediatrix nostra, Consolatrix nostra. Tuo Filio nos reconcilia, tuo Filio nos recomenda, tuo Filio nos repraesenta.(«Señora nuestra, Abogada nuestra, Mediadora nuestra, Consoladora nuestra. Reconcílianos con tu Hijo, recomiéndanos a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo»).
Enséñanos tu fe, tu esperanza y tu amor. Enséñanos a salir al encuentro de tu Hijo. Guíanos hacia él. Que él sea la respuesta a todas nuestras preguntas. Enséñanos a ir al encuentro de los demás hombres, quizá más pobres y más solos que nosotros.
Enséñanos a servir a la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Enséñanos a acoger esta vida.
Que nuestros corazones estén abiertos; que estén abiertas las casas y los países. Líbranos del temor, a fin de que no teniendo miedo de los pobres del Evangelio de Jesús —niños, ancianos, enfermos y extranjeros— podamos abrir las puertas al Salvador del mundo y del hombre.
Devuelve el misterio a la vida y a todo lo que la genera, lo que le da sentido. Devuelve el misterio al amor y hazlo mediante la pureza. A través de ti la pureza se convierte en una respuesta al misterio: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Tú sabes que la corrupción mayor del hombre es la impureza, de la que nacen el odio, los homicidios y las guerras.
Deseamos asumir nuestra responsabilidad con respecto a nuestro futuro y al futuro de la Iglesia y del mundo, en el umbral del tercer milenio, para estar capacitados a fin de trasmitir a nuestros hijos la fe en Dios y el sentido de la vida.
Enséñanos a estar presentes en la Iglesia y en la vida social. Enséñanos a asumir la responsabilidad con respecto al destino del mundo y de nuestras patrias aquí en la tierra.
Madre de la Sabiduría, enséñanos a crear una cultura y una civilización que, basándose en las leyes de Dios, sepan servir al hombre. Enséñanos el espíritu de reconciliación y perdón. Haz que no escapemos ante las nuevas tareas. Toda la realidad contemporánea espera la evangelización plena. Deseamos ser, cada uno a su modo, misioneros de esta obra junto con Cristo, santificador y transformador de este mundo.
Guíanos hacia tu Hijo, reconcílianos con él, encomiéndanos a él y devuélvenos a él.
Amén.
VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II A LOS JÓVENES REUNIDOS EN EL SANTUARIO DE JASNA GÓRA
Miércoles 14 de agosto de 1991
1. «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11, 27).
Queridos jóvenes, junto con todos vosotros, que desde diversos países y continentes os habéis reunido aquí, elevo mi saludo a Jesucristo. Reconozco en él al Hijo de Dios, el Verbo eterno del Padre. Saludo al Hijo de María con las mismas palabras con las que lo saludó aquella mujer de entre la gente, mientras él predicaba. Saludo a Jesucristo bendiciendo a su Madre-Virgen, bendiciendo su maternidad divina. Mediante esta maternidad virginal, el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros. Se convirtió en nuestro Maestro y Hermano para poder ser nuestro Redentor, por medio de la cruz, en el Gólgota; para manifestar en la resurrección el poder del Espíritu Santo, que «da vida» (cf. Jn 6, 63). Gracias a este poder de Dios que da la vida, hemos sido llamados «hijos de Dios, pues ¡lo somos!»(Jn 3, 1).
2. «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!».
Junto con vosotros pronuncio este saludo a los pies de Jasna Góra, en el umbral del santuario que ha quedado inscrito profundamente en la historia de una nación y que, al mismo tiempo, se abre de par en par a todas las naciones y a todos los pueblos de Europa y del mundo. Vosotros, jóvenes, ya sabéis todo esto: muchos de vosotros no se encuentran aquí por primera vez. Especialmente durante los últimos años habéis elegido este camino como itinerario de vuestras peregrinaciones a pie, y muchas veces, junto con vuestros coetáneos polacos, habéis venido en peregrinación a Jasna Góra.
Hoy os saludo a todos vosotros con mi más viva cordialidad; y, como aquella mujer del Evangelio, quisiera saludar a vuestras madres, padres, familias, comunidades juveniles y patrias.
Junto con vosotros saludo a vuestros pastores, así como a vuestros guías y animadores.
3. En 1983 comenzó en la Iglesia la tradición de la Jornada mundial de la juventud. Partiendo ese año desde la plaza de San Pedro en Roma, estamos realizando juntos una peregrinación a través del mundo. Nuestro itinerario de peregrinos nos llevó primero hacia América del Sur, a Buenos Aires, capital de Argentina. Dos años más tarde volvimos a la orilla este del Atlántico, aceptando la invitación del acogedor santuario de Santiago de Compostela, en España. El desarrollo de los acontecimientos que han tenido lugar en el viejo continente europeo, hace que hoy, una vez más después de dos años, nos encontremos en Czestochowa, en tierra polaca.
Todo lo que, durante varios decenios, quedó dividido por la fuerza en este continente, ahora ha de acercarse de una y otra parte a fin de que Europa busque la unidad para su futuro y para el bien de toda la familia humana y retorne a sus propias raíces cristianas. Esas raíces se encuentran tanto en Occidente como en Oriente. Desde Occidente (en Compostela) nos trasladamos más hacia el este, si bien nos encontramos en el centro de Europa. En efecto, se trata de mirar ahora hacia el futuro, y esto pertenece a vosotros, a los jóvenes. Es necesario que toméis los grandes caminos de la historia, no sólo aquí, en Europa, sino también en todos los continentes, y que en todas partes os convirtáis en testigos de las bienaventuranzas de Cristo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).
4. Cristo, respondiendo al saludo de aquella mujer en medio de la gente, dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11, 28). Precisamente ésta es la finalidad de nuestra peregrinación. Hemos venido aquí para escuchar la palabra de Dios, junto con toda esta gran multitud de jóvenes, y cumplirla.
«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8, 14).
Señora de Jasna Góra, acepta nuestra multitud en peregrinación a este cenáculo particular, que quiere ser como el Cenáculo de Jerusalén, en el que perseverabas en la oración junto con los Apóstoles, antes de que el Espíritu Santo comenzara a conducirlos hacia los confines de la tierra.
Acoge nuestra multitud de múltiples lenguas. Así como en aquel entonces, el día de Pentecostés, aceptaste a los peregrinos de diferentes naciones y lenguas, acógenos del mismo modo también a nosotros; dígnate estar con nosotros. Dígnate guiamos por el sendero de la fe siguiendo a Cristo: el mismo camino en el que el Espíritu Santo te introdujo a ti en primer lugar.
Alcánzanos de Dios que «ardan nuestros corazones», como sucedió con los discípulos de Emaús, mientras Cristo nos habla y nos «explica las Escrituras» (cf. Lc 24, 32) a fin de que «las maravillas de Dios» (cf. Hch 2, 11) se conviertan una vez más en nosotros y por medio de nosotros en parte y herencia de la generación que entra en el tercer milenio de la historia.
* * *
Saludo a los jóvenes de varias nacionalidades
Un saludo cordial y afectuoso a los jóvenes amigos de España y de los diversos Países de América Latina. Estáis presentes aquí, en Czestochowa, como portadores de la llama de esperanza y vida que surgió en el Monte del Gozo (Santiago de Compostela) hace ahora dos años. Que nunca se apague en vuestros corazones jóvenes el entusiasmo y la alegría de seguir a Jesucristo, nuestro único camino, nuestra sublime verdad, la razón de nuestra vida. Compartid con todos los demás jóvenes en todos los Países, en la Europa sin fronteras, los ideales de fraternidad y amor que harán de nuestro mundo un lugar más humano, justo y acogedor. Gracias, muchas gracias por vuestra presencia y oraciones
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