jueves, 23 de abril de 2009

V Jornada Mundial de la Juventud - 1990


«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos»

(Jn 15,5)


8 de abril - Roma Celebración diocesana Domingo de Ramos





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II PARA LA V JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD - 1990


«Yo soy la vid; vosotros los sarmientos» (Jn 15,5)

Queridísimos jóvenes:


Os invito a descubrir la Iglesia
1. De nuevo estoy con vosotros para anunciaros la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Mientras os escribo estas palabras todavía tengo en la memoria el recuerdo de la anterior, que culminó con el inolvidable encuentro de Santiago de Compostela, en España, a donde fui en peregrinación con muchos de vosotros. Ciertamente ha sido un acontecimiento eclesial muy importante, un excepcional testimonio de fe protagonizado por miles de jóvenes provenientes de todos los continentes un momento intenso de evangelización. En Santiago, una vez más la Iglesia ha mostrado al mundo su rostro joven, lleno de alegría, de esperanza y de entusiasmo en la fe. El acontecimiento de Santiago ha sido un gran don para toda la Iglesia –me atrevería a decir que para toda la sociedad– del que siempre daré gracias al Señor.
El tema de la última Jornada, como recordaréis, estaba centrado en Cristo. Este año propongo reflexionar sobre el tema de la Iglesia. No se trata de una elección casual. Entre Cristo y su Iglesia existe un vínculo orgánico muy estrecho y profundo. Cristo vive en la Iglesia, la Iglesia es el misterio de Cristo que vive y actúa entre nosotros. Así lo expresa San Pablo: «Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria» (Col 1,27), «Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1Cor 12,27).
Con ocasión de esta V Jornada Mundial de la juventud, deseo invitaros a todos a un redescubrimiento de la Iglesia y de vuestra misión en ella, como jóvenes.
La Iglesia de Cristo es una realidad atractiva y maravillosa. Es antigua, porque tiene casi dos mil años, pero al mismo tiempo, gracias al Espíritu Santo que la anima, es eternamente joven. La Iglesia es joven porque su mensaje de salvación es siempre actual. Es por esto que existe un diálogo muy importante entre la Iglesia y los jóvenes: «La Iglesia tiene tantas cosas que decir a los jóvenes, los jóvenes tienen tantas cosas que decir a la Iglesia. Este reciproco dialogo, –que se ha de llevar a cabo con gran cordialidad, claridad y valentía–... será fuente de riqueza y de juventud para la Iglesia...», he escrito en la Exhortación Apostólica Christifideles laici (n.46). Quisiera que la V Jornada contribuyese a acrecentar este diálogo a todos los niveles de la vida eclesial y en la existencia de cada uno de vosotros.
Sois sarmientos vivos en la Iglesia
2. En la Biblia, entre las numerosas imágenes que expresan el misterio de la Iglesia, encentramos la imagen de la viña (cfr. Jer 2,21; Is 5,1-7). La Iglesia es la viña plantada por el Señor, una viña que goza de su especial amor.
En el Evangelio de Juan, Cristo nos explica el fundamento de la vida de esta viña cuando dice: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos» (Jn 15,5). Exactamente son éstas las palabras que he elegido como tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Por eso os digo: ¡Jóvenes, sois sarmientos vivos en la Iglesia, sois sarmientos cargados de frutos!
Ser sarmientos vivos en la Iglesia-viña significa, principalmente, estar en comunión vital con Cristo-vid. Los sarmientos no son autosuficientes, dependen totalmente de la vid. En ella se encuentra la fuente de su vida. Del mismo modo, en el Bautismo, cada uno de nosotros ha sido injertado en Cristo y ha recibido gratuitamente el don de la vida nueva. Para ser sarmientos vivos tenéis que vivir esta realidad de vuestro Bautismo, profundizando cada día más vuestra comunión con el Señor mediante la escucha y obediencia de su Palabra, participando en la Eucaristía y en el sacramento de la Reconciliación y en el diálogo personal con Él en la oración. Jesús dice: «El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).
Ser sarmientos vivos en la Iglesia-viña también significa asumir un compromiso en la comunidad eclesial y en la sociedad. Nos lo explica con mucha claridad el Concilio Vaticano II: «Así como en el conjunto de un cuerpo vivo no hay miembros que se comportan de forma meramente pasiva, sino que todos participan en la actividad vital del cuerpo, de igual manera en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, "todo el cuerpo crece según la operación propia de cada uno de sus miembros" (Ef 4,16)» (Apostolicam actuositatem, 2). Todos, según nuestras vocaciones particulares, participamos de la misión de Cristo y de su Iglesia. La comunión eclesial es una comunión misionera.
La Iglesia necesita muchos trabajadores. En esta V Jornada Mundial el mismo Cristo se dirige a vosotros, jóvenes, y os invita: «Id también vosotros a mi viña» (Mt 20,4).
La Iglesia es una comunión orgánica, en la que cada uno tiene su propio puesto y su propia tarea. También lo tenéis vosotros, jóvenes. Y es un puesto muy importante. La Iglesia, que en el umbral del año dos mil se siente llamada por el Señor a hacer cada vez más intenso el esfuerzo evangelizador, necesita especialmente de vosotros, de vuestro dinamismo, de vuestra autenticidad, de vuestro apasionado deseo de crecer, de la frescura de vuestra fe. Poned al servicio de la Iglesia vuestros jóvenes talentos sin reservas, con la generosidad propia de vuestra edad. Ocupad vuestro puesto en la Iglesia, que no es sólo el de ser destinatarios de la solicitud pastoral, sino el de ser protagonistas activos de su misión (cfr. Christifideles laici, 46). ¡La Iglesia es vuestra, es más, vosotros mismos sois la Iglesia!
Por su parte, la Iglesia tiene mucho que ofreceros, jóvenes. Hoy presenciamos un fenómeno muy significativo. Después de un período de rechazo y alejamiento de la Iglesia, ahora muchos jóvenes la están descubriendo como guía segura y fiel, como lugar indispensable para la comunión con Dios y con los hermanos, como ámbito de crecimiento espiritual y de compromiso. Es un signo muy elocuente. Muchos de vosotros ya no se contentan con pertenecer a la Iglesia de un modo meramente formal. Buscan algo más.
Un lugar privilegiado de descubrimiento de la Iglesia y del compromiso eclesial son las asociaciones, los movimientos y las distintas comunidades eclesiales juveniles. No en vano hablamos hoy de una «nueva época asociativa» en la Iglesia (cfr. Christifideles laici, 29). Ésta es una gran riqueza y un don precioso del Espíritu Santo que acogemos con gratitud.
«Id también vosotros a mi viña» (Mt 20,4). La Iglesia-viña también necesita trabajadores especiales, que la sirvan de forma específica, con radicalidad evangélica, consagrándole toda la vida. Se trata de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y también de las vocaciones de los laicos consagrados en el mundo. Estoy seguro de que muchos de vosotros, meditando el misterio de la Iglesia, sentirán en lo más profundo del alma la llamada de Cristo: «Ven tú también a mi viña...». Si oís esta voz dirigida personalmente a vosotros, no dudéis en responder «sí» al Señor. No tengáis miedo, porque servir a Cristo y a su Iglesia con radicalidad es una vocación maravillosa y un gran don. Cristo os ayudará.
Es éste, a grandes líneas, el tema sustancial de la próxima Jornada Mundial, jornada de redescubrimiento de la Iglesia.
Participar de la misión de la Iglesia
3. La Jornada Mundial de la Juventud 1999 se celebrará el Domingo de Ramos en cada una de vuestra diócesis.
Tenéis que descubrir la Iglesia diocesana. La Iglesia no es una realidad abstracta y desencarnada; al contrario, es una realidad muy concreta: una Iglesia diocesana reunida alrededor del Obispo, sucesor de los Apóstoles. También tenéis que redescubrir la Iglesia parroquial, su vida, necesidades, las numerosas comunidades que existen y colaboran en ella. A esta Iglesia llevaréis la alegría y el impulso que encontráis en los grandes encuentros mundiales, come el de Santiago, y en las reuniones de los movimientos y asociaciones de los que formáis parte. Vosotros, jóvenes, tenéis que ser sarmientos vivos de esta Iglesia concreta, es decir, tenéis que participar de su misión con plena conciencia y responsabilidad. Acoged esta Iglesia con toda su riqueza espiritual, acogedla en la persona de vuestro Obispo, de los Sacerdotes, de los Religiosos y de los hermanos en la fe; acogedla con fe y con amor de hijos.
Como veis, la Jornada Mundial no es sólo una fiesta, también es un compromiso espiritual serio. Para que produzca frutos es necesario un camino de preparación bajo la dirección de vuestros Pastores en las diócesis, en las parroquias, asociaciones, movimientos y en las comunidades eclesiales juveniles. Tratad de conocer mejor la Iglesia, su naturaleza, su historia –ya de dos mil años– y su presente. Tratad de descubrir vuestro lugar en la Iglesia y vuestra misión como jóvenes.
En este camino espiritual os podrá ayudar mi Exhortación Apostólica Christifideles laici (1988), que precisamente he dedicado a la meditación de la vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo. Invito a vuestros pastores a que os ayuden a profundizar mejor el mensaje.
Confío el proceso de preparación espiritual y la celebración de la próxima Jornada Mundial de la Juventud 1990 a la intercesión particular de María. Que Ella, a quien veneramos como Madre de la Iglesia, sea Maestra y Guía en este renovado compromiso eclesial.
A todos os envío con afecto mi Bendición.
Vaticano, 26 de noviembre de 1989, solemnidad de N.S. Jesucristo Rey del Universo.






V JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


JUAN PABLO II


ÁNGELUSDomingo 8 de abril de 1990


Sigue todavía vivo en todos nosotros el recuerdo del gran encuentro en Santiago de Compostela el verano pasado y, mientras hoy se celebra la V Jornada mundial de la Juventud en todas las diócesis del mundo, nuestros ojos miran ya a la próxima etapa de esta peregrinación espiritual hacia el tercer milenio. Por tanto, invito a vosotros, jóvenes de todos los continentes, a reunirnos todos juntos, en agosto del año 1991, en el santuario de la Virgen de Czestochowa, que desde hace más de 600 años constituye el corazón de la historia del pueblo polaco, para celebrar juntos la VI Jornada mundial de la Juventud.
El tema para este encuentro lo constituirán las palabras de san Pablo a los Romanos: "Recibisteis un espíritu de hijos" (Rm 8, 15).
En la época que estamos viviendo, marcada por profundos cambios sociales, este espíritu de hijos de Dios constituye el verdadero elemento propulsor de la historia de los pueblos y de la vida de las personas, porque revela las raíces profundas de la dignidad del hombre y la grandeza de su vocación.
¡Que os enseñe María a vivir como verdaderos hijos de Dios Padre!
Después del Ángelus
A los numerosos jóvenes de España y América Latina deseo agradecer su ferviente presencia en esta V Jornada Mundial de la Juventud. Como recuerdo de este Encuentro, llevad a vuestras familias y a vuestros coetáneos el afectuoso saludo del Papa. Decid sobre todo a los alejados o indiferentes, que Cristo, en quien está injertada la nueva humanidad, les invita a seguirlo; El siempre está presente en el camino de la vida.
De corazón os imparto la Bendición Apostólica, que extiendo complacido a vuestros seres queridos y a todos vuestros compañeros.






V JORNADA MUNDIAL E LA JUVENTUD


HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Plaza de San PedroDomingo de Ramos, 8 de abril de 1990


1. “¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!... Viva el Altísimo” (Mt 21, 9).
Hoy viene Jesús a Jerusalén. Y hoy es el día que la liturgia recuerda una semana antes de la Pascua.
Hoy es el día en el que las multitudes rodean a Jesús. Entre la muchedumbre están los jóvenes. Este es en especial su día. Este es vuestro día, queridísimos jóvenes —que estáis aquí en la plaza de San Pedro, y al mismo tiempo en tantos otros lugares de la tierra donde la Iglesia celebra la liturgia del Domingo de Ramos— como vuestra fiesta particular.
Este es vuestro día. Como Obispo de Roma salgo junto con vosotros al encuentro de Cristo que viene. “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Junto con vosotros aquí, y junto con todos vuestros coetáneos en todas las partes del mundo. Me uno espiritualmente también a aquellos casos en los que la fiesta de la juventud se celebra en otro día del año litúrgico.
¡He aquí que la gran muchedumbre se extiende a través de las naciones y los continentes! Esta muchedumbre está en torno a Cristo, mientras entra en Jerusalén, mientras va al encuentro de su “hora”. Mientras se acerca a su misterio pascual.
2. Jesús de Nazaret hizo sólo una vez su ingreso solemne en Jerusalén para la Pascua. Y sólo una vez se cumplió lo que los próximos días confirmarán. Pero, al mismo tiempo, El permanece en esta su venida. Y ha escrito en la historia de la humanidad, una vez para siempre, lo que proclama san Pablo en la liturgia de hoy.
“A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo” (Flp 2, 6-9).
Jesucristo —el Hijo de Dios de la misma sustancia del Padre— se humilló como hombre..., se despojó de su rango, aceptando la muerte en la cruz, que, humanamente hablando, es el mayor oprobio.
En ese despojo Jesucristo fue exaltado por encima de todo. Dios mismo lo exaltó y unió la exaltación del Hijo a la de la historia del hombre y del mundo.
En El la historia del hombre y del mundo tienen una medida divina. “Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 11).
3. Todos nosotros, que estamos aquí presentes en la plaza de San Pedro o en cualquier otro lugar de la tierra, nosotros que entramos con Cristo en Jerusalén, profesamos, anunciamos y proclamamos el misterio pascual de Cristo que perdura. Perdura en la Iglesia y, mediante la Iglesia, en la humanidad y en el mundo.
Profesamos, anunciamos y proclamamos el misterio de esta humillación, que exalta, y de este despojo, que da la vida eterna.
En este misterio —en el misterio pascual de Cristo— Dios se ha revelado plenamente. Dios que es amor.
Y en este misterio —en el misterio pascual de Cristo— el hombre ha sido revelado plenamente. Cristo ha revelado basta el fondo el hombre al hombre, y le ha dado a conocer su altísima vocación (cf. Gaudium et spes, 22).
Efectivamente, el hombre existe entre el limite de la humillación y del despojo a través de la muerte y el del insuprimible deseo de la exaltación, de la dignidad y de la gloria.
Esa es la medida del ser humano. Esa es la dimensión de sus exigencias terrenas. Ese es el sentido de su irrenunciable dignidad y el fundamento de todos sus derechos.
En el misterio pascual Cristo entra en esta medida del ser humano. Abraza toda esta dimensión de la existencia humana. La toma toda en sí. La confirma. Y al mismo tiempo la supera.
Cuando entra en Jerusalén, El va al encuentro del propio sufrimiento —y al mismo tiempo, va al encuentro del sufrimiento de todos los hombres— para revelar no tanto la miseria de ese sufrimiento cuanto más bien su poder redentor.
Cuando entra en Jerusalén, El va al encuentro de la exaltación que, en El, el Padre ofrece a todos los hombres. “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11, 25).
4. Así, pues, entramos con Cristo, en Jerusalén. “Bendito el que viene en nombre del Señor”.
Caminando junto con El, somos la Iglesia que habla con las lenguas de tantos pueblos, naciones, culturas y generaciones. En efecto, ella anuncia en todas las lenguas el mismo misterio de Jesucristo: el misterio pascual. En este misterio se encierra de modo especial la medida del hombre. En este misterio la medida del hombre resulta penetrada por el poder divino, por el poder más grande que es el amor.
Todos llevamos en nosotros a Cristo, que es “la vid” (cf. Jn 15, 5), de la que germina la historia del hombre y del mundo. A Cristo, que es la perenne levadura de la nueva vida en Dios...
Bendito el que viene...
¡Hosanna!


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Anuncio a los jóvenes reunidos en la plaza de San Pedro
Sigue todavía vivo en todos nosotros el recuerdo del gran encuentro en Santiago de Compostela el verano pasado y, mientras hoy se celebra la V Jornada mundial de la Juventud en todas las diócesis del mundo, nuestros ojos miran ya a la próxima etapa de esta peregrinación espiritual hacia el tercer milenio. Por tanto, invito a vosotros, jóvenes de todos los continentes, a reunirnos todos juntos, en agosto del año 1991, en el santuario de la Virgen de Czestochowa, que desde hace más de 600 años constituye el corazón de la historia del pueblo polaco, para celebrar juntos la VI Jornada mundial de la Juventud.
El tema para este encuentro lo constituirán las palabras de san Pablo a los Romanos: "Recibisteis un espíritu de hijos" (Rm 8, 15).
En la época que estamos viviendo, marcada por profundos cambios sociales, este espíritu de hijos de Dios constituye el verdadero elemento propulsor de la historia de los pueblos y de la vida de las personas, porque revela las raíces profundas de la dignidad del hombre y la grandeza de su vocación.
¡Que os enseñe María a vivir como verdaderos hijos de Dios Padre!


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Saludos al final de la Misa


A los numerosos jóvenes de España y América Latina deseo agradecer su ferviente presencia en esta V Jornada mundial de la Juventud. Como recuerdo de este encuentro, llevad a vuestras familias y a vuestros coetáneos el afectuoso saludo del Papa. Decid sobre todo a los alejados o indiferentes que Cristo, en quien está injertada la nueva humanidad, les invita a seguirlo; El siempre está presente en el camino de la vida.
De corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestros seres queridos y a todos vuestros compañeros.
Un saludo muy cordial a todos los jóvenes de lengua alemana que han venido a Roma con ocasión de la Jornada mundial de la Juventud. Un saludo particular a los numerosos peregrinos alemanes que se encuentran estos días en la Ciudad Eterna. Que la participación espiritual en la Semana Santa y en la resurrección de nuestro Señor os dé esperanza para la verdadera vida aquí y en la eternidad. ¡Os imparto mi bendición deseándoos una bendita Pascua, llena da gracia!
Queridos jóvenes de lengua francesa, os saludo muy cordialmente. Cada uno de vosotros puede y debe tener su lugar en la Iglesia. Cada uno de vosotros recibe de Dios su vida y puede corresponderle entregándose a El. ¡Que el Señor os acompañe en vuestro camino!
Doy una cordial bienvenida a todos los jóvenes del mundo que se han reunido en Roma para celebrar la Jornada mundial de la Juventud con el Papa. Queridos amigos: os animo a seguir el camino del Señor Jesús con alegría y a compartir su amistad con todos los que os encontráis. ¡Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias y os mantenga siempre unidos a El!
Saludo cordialmente a los jóvenes de lengua portuguesa: ¡Os deseo todo bien! Que la venida a Roma os proporcione gran alegría y os haga crecer en la fe, conscientes de vuestra importante misión en la Iglesia. Que cada uno se convierta en mensaje vivo para sus coetáneos y familiares de la satisfacción de ser Iglesia, en la amistad con Cristo, que es la Vida. Con mi bendición.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”.
Repito estas palabras a todos los jóvenes aquí presentes y a todos los jóvenes polacos que me escuchan a través de la radio y la televisión.
Al concluir esta solemne ceremonia, deseo dirigir a todos los jóvenes de lengua italiana, sobre todo a los de mi diócesis de Roma, un saludo especialmente afectuoso.
Queridos jóvenes, os doy las gracias por vuestra participación, aquí en la plaza de San Pedro, en la V Jornada mundial de la Juventud y os manifiesto mi aprecio por vuestro vivo testimonio de fe. Os digo: estad unidos a Cristo como los sarmientos a la vid. Sólo así daréis frutos abundantes para la expansión del Reino de Dios y para la edificación de un mundo nuevo.


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